"Toda guerra es una puta guerra"
Bajo las nubes de gas tóxico, sobre el barro que ahoga las trincheras y entre las ratas gigantescas que imitan a los soldados huyendo del caos, surge un hombrecillo de barba canosa, aspecto entrañable, verbo incendiario y mucha mala leche. Atiende al nombre de Jacques Tardi, tiene 64 años y lleva 40 plasmando en dibujos y textos algo tan odioso y tan banal como el horror de la guerra, "de las putas guerras, porque toda guerra es una puta guerra", se apresura a remachar, cabreado como una mona.
Hace mucho que Tardi es una de las estrellas indiscutibles del cómic europeo. Y desde ayer, el invitado de honor del 28º Salón del Cómic de Barcelona, donde presenta su última obra, titulada, sí, lo han adivinado, ¡Puta guerra! (Norma), secuela, prolongación o consecuencia lógica, llámesele como se prefiera, de su espeluznante clásico La guerra de las trincheras, publicado en 1993.
"Quiero a los pobres hombres, odio a los generales"
La I Guerra Mundial, objeto de ambos volúmenes, es una obsesión para este autor empeñado en desmentir las voces de los prejuiciosos que insisten en ningunear al cómic en tanto que lenguaje narrativo. Esas voces tan solemnes a las que les parece fatal que el "arte secuencial" descrito por Will Eisner en 1985 y cuyos orígenes se remontan a las tiras cómicas de la prensa popular estadounidense de los primeros años del siglo XX encuentre su lugar bajo el sol en librerías (fenómeno creciente) y en medios de masas.
A lo que vamos: Jacques Tardi encuentra su medio camino entre las prescindibles solemnidades de uno y otro bando en esto de los tebeos, y explica: "Ya es tarde para despreciar al cómic como género, está ahí desde hace tiempo y es indiscutible su potencia y eficacia narrativa; si el cómic es un arte o no, si es arte menor o mayor, o si se llama tebeo, cómic o novela gráfica, me da exactamente igual, no me interesa nada el debate, sólo el placer que experimento ejerciendo el oficio".
¿Y cómo ejerce ese oficio en un país como el suyo, Francia, donde los grandes autores llegan a convertirse en auténticas estrellas en vez de tener que emigrar o dedicarse a la publicidad o al ostracismo, como ocurre en España?: "Por la mañana me levanto, me siento en la mesa de dibujo, veo lo que hice la noche anterior, me rasco la cabeza, pienso si está bien o si hay que repetirlo o retocarlo, y así paso mis días... sin que nadie me toque las narices".
Él supo lo que quería ser -pensador y dibujante de tebeos- muy de pequeñito, quizá porque enseguida le vio a la cosa un aire de contracorriente: "Durante mucho tiempo también hubo en Francia ese desprecio al medio; cuando yo iba al cole tenía un profesor que se divertía destrozando en el estrado delante de toda la clase los tebeos que encontraba en mi carpeta... y un buen día me dije: 'Coño, a lo mejor es que los tebeos son algo subersivo', y me dije también: 'Coño, esto puede ser una profesión".
Las aventuras extraordinarias de Adèle Blanc-Sec es la otra cara de Jacques Tardi y, para muchos de sus seguidores, la preferida: un homenaje a la literatura popular y a las viejas novelas por entregas. "Es mi vuelta a la infancia, un psicólogo diría que es como una regresión. Yo soy el único guionista y me tomo una libertad total, no es como con las historias de la guerra, en las que procuro ser fiel a la realidad histórica".
Pero son las historias sobre la I Guerra Mundial -nacidas de la experiencia personal de su abuelo en las trincheras del norte de Francia- las que le catapultaron hace tiempo al Olimpo de la historieta europea, en una veta de fondo y forma situada más o menos en las Antípodas del mundo de los superhéroes a la salsa Marvel y del manga nipón. Pero a este señor de vocación libertaria los problemas le llovieron pronto: "El primer guión que le propuse a René Goscinny para la revista Pilote, año 72, creo recordar, era una historia de seis o siete páginas sobre la I Guerra Mundial... ¡No entendió nada! Lo rechazó porque pensó que me quería reír de los soldados muertos".
El cine de Abel Gance, Chaplin o Kubrick (Senderos de gloria se cita como influencia básica en La guerra de las trincheras) y la literatura de Hemingway, Dalton Trumbo o Louis-Ferdinand Céline (de quien ilustró para Gallimard El viaje al final de la noche, de la que le acaban de proponer hacer una versión en dibujos animados) sobrevuelan las historias de Tardi sobre "la puta guerra".
Esa guerra que él sitúa como principio y fin de casi todo lo que es el género humano: "Es lo que define el mundo en el que hoy vivimos, sin ella no se entiende nada de la II Guerra Mundial ni de lo que vino después... es el fomento del odio al otro, es comprobar que si a alguien le das un uniforme lo conviertes en asesino en potencia". Tardi, un señor armado hasta los dientes con lápiz y papel. Un tipo al que le gusta repetir: "Quiero a los pobres hombres, odio a los generales".
Babelia
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