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FERNANDO GRANDE-MARLASKA

En el ojo del huracán

Este vasco fibroso y trabajador es el nuevo juez estrella de la Audiencia Nacional, pero él huye de las entrevistas. Hace una excepción para proclamar su apuesta por una España tolerante, moderna y en paz, donde poder decir libremente que es vasco y español, y que está casado con Gorka

Son las ocho de la tarde, acaba de llegar a casa desde la Audiencia y nada más entrar se ha quitado la corbata. Sigue manteniendo el rigor del traje gris plomo, de la camisa blanca. Es menudo, pero fibroso, y parecería mucho más joven de los 43 años que ha cumplido si no fuera por las muchas canas que tiene. Pelo gris, cejas grises, ojos que también parecen grises, todo un continuo cromático que se funde con el color de su sobrio traje. Está muy pálido y parece cansado. Es un hombre muy atractivo, y así, con la camisa entreabierta, tiene todo el aspecto del vividor que regresa a su apartamento al amanecer llevando los excesos de la noche adheridos al rostro. Pero no: esa mala cara tan interesante se la ha fabricado el juez Grande-Marlaska quemándose las pestañas de tanto estudiar los papeles de sus causas. De hecho, tiene fama de ser un hombre de orden, enormemente trabajador, meticuloso y preciso en sus resoluciones, impecable en sus instrucciones. Un tipo de costumbres moderadas y sencillas: está casado y le encanta la música, el cine, leer novelas. Lo normal.

"No iba abocado a la judicatura. Me hice abogado economista, mi intención era entrar en el mundo de la empresa"
"Las palabras a veces resultan muy significativas. Tanto Gorka como yo nos peleamos por llamarnos marido"
"La cultura vasca y el euskera son de todos los vascos. No pueden convertirse en elemento de exclusión y de tribu"
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Lo que no es nada normal es su dimensión pública. Desde que llegó a la Audiencia Nacional en abril de 2004, Fernando Grande-Marlaska ha ido ganando más y más protagonismo mediático, hasta convertirse en el juez estrella del momento. Nunca da entrevistas (ésta es una excepción), pero su nombre no hace más que aparecer en las portadas de los periódicos. A este juez vasco le ha tocado dirimir los temas más candentes de ETA y HB. Entre otras cosas, impidió que asesinos clamorosos como De Juana Chaos pudieran salir de la cárcel y prohibió el congreso de HB. A finales de marzo tuvo que dictar un auto histórico con respecto a Otegi. ETA había declarado el alto el fuego y todo el país parecía aguantar la respiración a la espera de la resolución de Grande-Marlaska: ¿le mandaría a la cárcel o no? La decisión del juez fue salomónica: prisión y 250.000 euros de fianza. Además, ahora tiene entre sus manos el caso de supuesta estafa masiva de Fórum Filatélico.

¿Cómo puede aguantar una presión semejante? La comparecencia de Otegi debió de ser tremenda. Parecía que el futuro de este país dependiera de su resolución. ¿Cómo vivió ese día?

Hombre, pues sabiendo que existe toda esa tensión, porque vives en este mundo y, aunque no quieras escuchar todo lo que se dice, inevitablemente algo te llega. Evidentemente era imposible que la situación me pudiera pasar desapercibida. Pero cuando estás en un sitio como la Audiencia Nacional, y ya llevas ahí determinado tiempo, y sabes que tus resoluciones siempre van a ser miradas con lupa en uno u otro sentido, pues… no sé, ya estás acostumbrado. Eso no quita que, en este caso en concreto, yo mismo supiera que esta resolución tenía un interés social y mediático mucho más importante. Pero esto lo único que hace es que tengas que invertir aún más energías en intentar contrarrestar toda esa presión y tratar de evitar que afecte tu discernimiento.

¿Y lo consigue?

Sí, sin duda alguna. Si en algún momento yo hubiera visto que la presión social me hubiera mediatizado, tanto en este caso como en cualquier otro, me habría preocupado muchísimo. Y no me preocupo.

¿Le ha quitado alguna vez el sueño una sentencia?

No, no. Quitar el sueño, no. Hombre, ha habido algunas que me han hecho pensar mucho, muchísimo… Pero no me refiero a estos casos últimos y mediáticos… De éstos, ninguno. Me refiero a otras resoluciones más antiguas…

Y de índole más personal.

Sí. Me acuerdo, por ejemplo, de un caso… Yo no llevaba mucho tiempo en la carrera y era un crío que, en una excursión, había tenido una caída tonta y se había quedado parapléjico. Sin control de esfínteres y con su vida sexual alterada antes mismo de que la hubiera podido comenzar, en fin, una cosa terrible. Tenía 14 años. Y entonces el problema era cómo iba yo a indemnizar a esa persona, es decir, cómo iba a establecer una indemnización con la compañía de seguros para que ese chico pudiera estar cubierto toda su vida. Y eso sí que me quitó el sueño, te lo aseguro. Antes lo normal era dar una cantidad alzada, no sé, 60 o 70 millones de pesetas. Pero yo lo que hice es que le dieran una parte en metálico, pero que con la otra parte se constituyera un capital para que le dieran al mes por lo menos el doble del salario mínimo interprofesional durante toda su vida, más otra cantidad para gastos médicos. Además así se evitaba el hipotético caso de que la familia pudiera aprovecharse del dinero y que luego el crío no estuviera cubierto. Esto fue en 1990, y me quitó el sueño porque por entonces no estaba muy en boga eso de capitalizar y constituir una pensión.

Supongo que lo que le llevó a la judicatura fue precisamente esto, esa posibilidad de reordenar el mundo, de enmendar las injusticias causadas por los seres humanos o por el mero azar…

Pues la verdad es que, durante la carrera, yo no iba abocado a la judicatura. Me hice abogado economista y mi intención era entrar en el mundo de la empresa. Terminé la carrera en 1985 y entonces estaba muy de moda lo de estudiar derecho comunitario y hacerte funcionario de la UE. De modo que pedí una beca para ir a estudiar al colegio de Brujas, que era el más importante en derecho comunitario. Pero no me la dieron. Entonces trabajé un año en una empresa de exportación, y a los seis meses descubrí que aquello no era lo mío, que no me gustaba. Y dejé el trabajo y decidí preparar las oposiciones a juez, como una opción más. No es que tuviera una vocación definida.

Sacó las oposiciones y en 1988 llegó a Santoña, en Cantabria, su primer destino como juez. Podría haberle pasado lo mismo que con la empresa de exportación y haber descubierto que el trabajo no le gustaba nada…

Pero es que me gustó. Me gustó muchísimo. Fue una experiencia increíble. Ahí es cuando de verdad comprendí lo que era ser juez. En esos primeros momentos de la carrera es cuando más ganas tienes y compensas tu falta de experiencia con el entusiasmo, con una especie de imprudencia o de ingenuidad positiva que hace que te salgan bien las cosas… Incluso te salen mejor que después, cuando sabes más. Porque con los años, y eso pasa en todas las profesiones, te burocratizas. Por eso creo que es importante no anclarse en un destino, sino ir cambiando cada cierto tiempo.

Y, dígame: ¿es tan ordenado en su vida como en sus resoluciones? ¿Tiene para todo esa mente meticulosa y rigurosa que emplea como juez?

No, no. En primer lugar, ni siquiera sé si tengo esa mente para el trabajo. Y luego en casa, pues… Lo que sí te puedo decir es que en mi educación me han inculcado el amor al esfuerzo, siempre le he dado mucha importancia al trabajo, al estudio, a cumplir con las cosas. Eso sí que lo tengo. Pero luego soy un desordenado… O al menos lo soy para algunas cosas. Y para otras puedo ser más infantil, como todo el mundo. Creo que quien me conoce bien probablemente sabe que tengo partes más infantiles y partes más maduras.

Ahora pienso que no es sólo el cansancio lo que atiranta su rostro: es que está nervioso. Es evidente que no le gusta hacer entrevistas y, aunque oculta su tensión de una manera muy competente bajo una apariencia de fría serenidad, se puede advertir allá a lo lejos el bullicio de sus emociones. Cira, una perrita de hocico afilado, corretea nerviosamente a nuestro alrededor, toda ella temblando de entusiasmo; pero, además de Cira, Grande-Marlaska también tiene un gato, Otto, al que no he podido conocer, porque es un misántropo que se oculta en un rincón remoto en cuanto llega una persona extraña. Y de pronto se me ocurre que este juez al mismo tiempo juvenil y canoso, prudente y audaz, infantil y maduro, como él dice, tal vez esté paradójicamente representado en algunas de las características de estos animales: la extremada reserva de Otto, pero también la emocionalidad de Cira. No sé si este hombre pálido y modoso es un sentimental que se contiene o un racionalista que se permite los sentimientos.

Ha hecho usted una carrera fulgurante. En 1999, con sólo 37 años, llegó a la Audiencia Provincial de Vizcaya. Y cuando los periodistas le comentaron lo joven que era, usted contestó: "Será que no hay gente delante de nosotros en el escalafón que quiera venir aquí", unas palabras que crearon cierto impacto.

Pues sí, pero es que eso era cierto. No sabía qué contestar, pero es que además es la respuesta lógica. Si alguien más antiguo en el escalafón hubiera pedido ese puesto me lo hubiera quitado. Esto es una obviedad y me dieron la plaza por esa razón, no hice ningún otro mérito.

Por esa razón y porque tuvo el coraje de ocupar el puesto. El primer año que usted estuvo en la Audiencia Provincial, ETA asesinó a 23 personas. Y en noviembre de 2000 la policía le comunicó que habían detenido al 'comando' Vizcaya y que tenían fotos y documentación sobre usted en la que le tachaban de "protector de fusilamientos". A partir de entonces le pusieron escolta. Supongo que fue muy duro.

Pues sí, pero… Yo soy vasco, he residido hasta los 40 años en Bilbao y he vivido toda mi vida el problema de ETA y del terrorismo de ETA y, como los demás ciudadanos del País Vasco, lo he vivido en primera persona, es decir, no era algo que leía en los periódicos sino que estaba ahí. Y eso hizo que… Bueno, esto que voy a decir resulta muy duro, pero eso hizo que la situación no es que me pareciera normal, claro, porque no lo era, que te amenazaran era algo anormal, pero desde luego no era algo extraordinario. Con lo cual cuando me lo comunicaron pues… Es como alguien que está enfermo y que sabe que algún día le pueden dar una mala noticia y en efecto un día se la dan.

Vamos, que se lo esperaba.

Es que era una posibilidad. Aunque no te la plantearas conscientemente, estoy seguro de que siempre la llevabas ahí detrás. De manera que cuando te lo comunican pues… Es una mala noticia, pero tampoco es un trauma. La cuestión es adaptar luego eso a la vida de uno, aprender a vivir con escolta y esas cosas.

Debe de ser difícil.

Las dos primeras semanas lo de la escolta es muy duro. Es como no saber moverte, como tener que llevar muletas cuando no las sabes manejar, te haces un lío mental. Los primeros días no sabes si tienes que ir al lado de ellos, si tienes que hablar con ellos, si puedes ir a tu aire y ellos van detrás… Las primeras semanas te dices, ¿pero qué es esto? Y te sientes un inútil. Pero luego ya lo normalizas y lo asumes. E incluso intentas sacar lo positivo de la situación, porque también tiene sus cosas buenas. Por ejemplo, yo antes tenía la responsabilidad de sacar a la perra por lo menos el 50% de las veces, y ahora es Gorka quien está empleado en sacar a Cira por las mañanas, a mediodía y por la noche, y te aseguro que muchas veces se agradece no tener que ponerte un jersey y un pantalón y el chubasquero cuando está diluviando y salir a la calle, eso se agradece muchísimo. Y a veces incluso juegas con eso: oye Fernando, ¿no podrías sacarla? Ah, no, no, no, ya sabes, son normas de seguridad.

Gorka es su marido.

Exacto.

Como en todo cambio social, la normalización de las palabras viene después. Hoy día ya no choca absolutamente nada que una pareja de homosexuales se llamen novio el uno al otro, pero la palabra marido todavía resulta rara. ¿Ustedes la utilizan entre sí?

Intentamos utilizar la palabra marido, sí, porque en eso somos peleones, y aunque las palabras a veces son tontas, en otros casos resultan muy significativas. Y ahora peleamos por utilizar la palabra marido tanto uno como el otro. Pero lo que ocurre es que muchas veces no nos sale, porque llevamos viviendo juntos nueve años y nos casamos el pasado mes de octubre, y antes siempre decíamos mi novio o mi pareja, y a menudo nos sigue saliendo así.

¿Por qué cree que ha habido tan pocos matrimonios homosexuales desde la promulgación de la ley?

Ha habido pocos matrimonios porque casarse es la salida del armario definitiva. Casi todo el mundo conoce a esas típicas parejas de dos hombres o dos mujeres que viven juntos, que simplemente parece que comparten piso pero que es evidente que lo que comparten es una vida afectiva en común. Pero la sociedad ha sido muy cruel, no ha sido fácil, y la manera de esconder eso ha sido así, diciendo que son amigos que conviven. Nosotros, Gorka y yo, nunca hemos ocultado nuestra relación, sin hacer proselitismo ni exhibicionismo siempre lo hemos llevado normalmente, como cualquier pareja heterosexual. Es decir, si vivo con mi pareja, es mi pareja y no mi compañero de piso. Pero hay muchos que nunca han dado el paso de manifestarlo a sus vecinos y a veces ni a sus amigos, aunque todo el mundo lo sospeche, pero es algo que ellos no dicen abiertamente, por ese miedo al rechazo, a la incomprensión. Y creo que muchas de estas personas ahora no se atreven a casarse, porque sería como tener que admitir que han estado engañando a todos durante este tiempo. Me parece que a muchos les da la sensación de que tendrían que explicarle a un montón de gente por qué no lo habían dicho antes. Y quizá muchas de esas parejas estén ahora haciendo la reflexión y digiriéndolo.

En realidad es una ley con un valor pedagógico.

En efecto, es una ley pedagógica para los de ahora, para esas parejas a las que antes nos referíamos, y sobre todo para los que vienen detrás. Que las nuevas generaciones vean ese modelo de vida como algo normalizado. Que los chavales vean que los vecinos de enfrente son un matrimonio y no pasa nada. De manera que si luego hay un chico que siente algo así, que no piense: soy el rarito, soy el extraño. Ya me hubiera gustado a mí ver matrimonios homosexuales cuando tenía 17 o 18 años, seguro que me hubiera ayudado.

Porque también usted tuvo problemas…

No es que haya tenido problemas importantes pero sí, claro que los tuve, y he perdido años de mi vida… Mira, en mi familia somos una verdadera piña. Mi padre, que era funcionario del Ayuntamiento de Bilbao, murió cuando yo tenía 21 años, y mis dos hermanas y mi madre siempre estuvimos muy unidos. Cuando conocí a Gorka, al mes decidimos vivir juntos. Y entonces pensé que tenía que decírselo a mi madre. En ese momento yo ya lo había manifestado en el trabajo, ante los amigos, ante mis hermanas… Sólo faltaba mi madre. Y el 3 de febrero de 1998, son días que no se te olvidan, fui a comer a su casa y después en el café se lo dije. Y mi madre en un primer momento no lo aceptó. Pero yo creo que si mi madre no lo aceptó en un primer momento no fue por ella…

Sino por miedo al rechazo social.

Eso es, por miedo a lo que diría la gente. Ella ha sido siempre una persona muy luchadora, ha trabajado siempre muchísimo por todos nosotros, para que pudiéramos estudiar carrera. Mi madre es una persona conservadora pero muy feminista en este sentido, porque siempre ha tenido su independencia. Tenía un taller de costura, era modista. Y trabajó un montón, y todo por nosotros. Quizá es por eso por lo que yo he aprendido a valorar el esfuerzo, como antes te decía… Y se sacó el carnet de conducir a los 50 años, y ahora tiene 84 y está jubilada, pero hasta el año pasado iba a la universidad a hacer cursos de literatura… Es una mujer muy activa, pero no lo aceptó. Y entonces la vida nos separó un tiempo. Por ejemplo, como no invitaban a Gorka a la cena de Navidad, yo dejé de ir. Estas cosas enrarecieron la relación familiar durante algunos años. Hasta que en 2004 la cosa se normalizó completamente. Pero hubo esa distancia de algunos años en una familia que se quiere mucho. Son peajes que se pagan.

¿Y cuándo le dijo a su madre que se casaba?

Pues pensaba decírselo antes de la boda, pero luego no pude por diversas circunstancias. Fue una boda muy simple, sin celebración, y después nos fuimos una semana de viaje… Yo temía que mi matrimonio le incomodara un poco, porque la familia de mi madre no sabía nada y ella se iba a ver obligada a explicarse. De modo que al volver del viaje me fui a Bilbao para contárselo. Pero estábamos todo el rato rodeados de familia y no veía el momento. Hasta que al final llevé a mi madre en coche y aproveché la ocasión. Llovía torrencialmente y pensé, lo mismo tenemos un accidente, porque como reaccione mal… Tengo que contarte que ya he regularizado mi situación con Gorka, le dije, conduciendo y mirando para adelante. ¿Sabes cuál fue la contestación de ella?

Me lo esperaba.

Exacto. Me lo esperaba. Con esa tranquilidad y esa dignidad.

Oyéndole, me doy cuenta de lo mucho que cuesta todo.

Sí, llegar a ese punto no es nada barato. Y lo malo es que hay gente en situaciones verdaderamente duras. Si te soy sincero, es por eso por lo que me he decidido a dar esta entrevista. Porque yo no me siento modelo de nadie, pero hay muchos chavales que viven en pequeños pueblos y que lo tienen muy difícil. Y con esto puede que se digan, mira, ese tío del que hablan tanto los periódicos también es así, entonces lo mío no será tan raro, no será tan malo. Y no es que al día siguiente lo vayan a tener más fácil, pero creo que por lo menos se van a sentir un poquito mejor.

Decían que tenía usted un poco escandalizados a los compañeros más reaccionarios de la Audiencia.

No es verdad. En realidad sucede todo lo contrario. Me siento una persona muy querida en la Audiencia Nacional. Casi me apabulla lo mucho que me quieren y lo mucho que me respetan.

Será también porque dicen que usted es muy educado, muy amable, que jamás grita a un subordinado… Desde luego no parece usted de esos que dan puñetazos en las mesas.

No creas, alguna vez sí que he dado un puñetazo. Pero no porque estuviera enfadado con una persona, sino por impotencia ante una situación.

Uno de esos momentos de impotencia debió de ser durante la ya citada comparecencia de Otegi. Delante de la Audiencia había un puñado de fachas y sus gritos entraban por las ventanas.

Sí, ésa fue una situación de gran impotencia. Porque yo estoy convencido de que ya estamos en otra España, y además desde hace mucho tiempo. Pero, claro, escuchar a 10 o 20 personas gritando cosas como "euskal presoak cámara de gas", pues… A mí eso me dolía, me dolía un montón, me dolía como español. Y más en la situación en la que me encontraba, que era tremenda. Era como estar entre dos polos. Yo no quiero ser la persona en la que se sientan respaldados esos tipos de las banderas con el aguilucho, eso yo no, no lo quiero nada en absoluto… "Qué pena que no hayan insonorizado la Audiencia Nacional", dije. Esos gritos me herían. Que no identifiquen ni mi persona, ni mi trabajo, ni mis ideas, ni mi corazón con eso.

Se ha ido relajando a lo largo de la entrevista y ya no se le ve tan tenso ni tan serio. Ahora parece más joven aún, apenas un chaval. Un tipo tan cercano y tan normal que concuerda poco con la imagen tópica del juez, quizá más convencional y poderosa. Así como en su sencillo y bonito piso antiguo no hay apliques dorados ni muebles ostentosos, en su pechera tampoco lucen metafóricas medallas. Para bien de todos, Grande-Marlaska no es más que uno de esos individuos coherentes que intentan cumplir con su deber, aunque sea difícil.

Se vinieron a vivir a Madrid en 2003. Dejaba usted la Audiencia y venía a un destino muy inferior, en los juzgados de la plaza de Castilla. ¿Qué les hizo abandonar el País Vasco?

Nosotros somos vascos, pero en aquella sociedad todo gravita en exceso sobre el tema del nacionalismo. Las relaciones profesionales, las personales, el aire que respirábamos en la calle, todo estaba atrapado dentro del binomio nacionalismo sí, nacionalismo no, ETA sí, ETA no. Y al cumplir 40 años decidimos que queríamos vivir en una sociedad donde existieran otras perspectivas, en la que tu día a día no estuviera absolutamente acaparado por eso. Porque el fenómeno terrorista sigue siendo importante para nosotros, naturalmente, pero aquí podemos ocuparnos también de otras cosas, no tenemos toda nuestra vida secuestrada por eso. Y a lo mejor habrá gente que dirá: pero si es ahora, en la Audiencia Nacional, en donde está todo el día tratando esos temas… Pues sí, pero eso es sólo mi trabajo, pero no es mi vida. Y allí, en el País Vasco, era todo, era siempre. Por eso dimos ese paso, que además nos fue muy costoso, tuvimos que vender una casa, y yo me vine a la plaza de Castilla a un destino mucho más esclavo, y Gorka, que es filólogo, se vino sin trabajo y se tuvo que poner a opositar. Al final aprobó y ahora da clases en un centro de adultos, pero cuando vinimos todo eso era una incógnita. Pero es que lo de marcharnos era algo que se había convertido en una verdadera necesidad.

Gorka es 'euskaldun' y usted habla euskera.

Yo entiendo la lengua y no hablo con fluidez porque todavía tengo que pensar en castellano, pero Gorka es euskaldun pleno.

Lo digo porque parece como si los nacionalistas hubieran secuestrado la cultura y la lengua vasca, como si sólo fuera de ellos.

Gorka siempre dice que le da rabia que el hecho de hablar euskera le identifique dentro de determinados términos políticos. Y sí, habría que rescatar eso para todos. La cultura vasca y el euskera son de todos los vascos. No pueden convertirse en un elemento de exclusión y de tribu, que es lo que se ha hecho.

¿Cómo ve la situación actual del País Vasco?

Es una cuestión que llevará años, porque no consiste sólo en terminar con la violencia, con la coacción, con la extorsión, sino que es necesario enseñar a las nuevas generaciones que todos los vascos somos iguales. Hay que construir una verdadera identidad común, con las diferencias ideológicas que quieras, pero una identidad basada en la no exclusión. Y eso llevará su tiempo.

ANA NANCE

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