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Tribuna
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Ultimo ejemplar de una era de dictadores

Alfonso Armada

Mobutu Sese Seko fue acaso el último ejemplar de una generación de dictadores que, como Marcos en Filipinas o Duvalier en Haití, encontraron en la guerra fría un ecosistema propicio para su desarrollo. No en vano la periodista belga Colette Braeckinan tituló El dinosaurio su biografía del responsable directo de la muerte de Patricio Lumumba, uno de los padres de la independencia africana.A pesar de sus 66 años, MoIbutu mantenía una apariencia física envidiable. Pero ser desalojado violentamente de un poder absoluto y encontrarse con que de la noche a la mañana los antiguos aliados te consideran apestado puede convertirse en una enfermedad mortal. Sólo su viejo amigo Hassan II, el decano de los dirigentes africanos, con 36 años a la cabeza de Marruecos, dio el plácet para que el mariscal Mobutu Sese Seko Koko Ngbendu wa za Banda (todopoderoso guerrero que, gracias a su resistencia e inflexible voluntad de vencer, irá de conquista en conquista dejando tras de sí una estela de fuego) encontrara alojamiento y recibiera cuidados médicos. Los últimos. El cáncer de próstata del que fue operado en agosto de 1996 en una clínica suiza acabó devorando las últimas reservas de un dictador que durante los 32 años de sangriento reinado saqueó las riquezas de Zaire y condenó a su pueblo a una miseria atroz incluso para los parámetros africanos.

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Cuando Laurent Kabila anunció en octubre de 1996 que la meta de su movimiento guerrillero era Kinshasa y el derrocamiento del gran leopardo, como le gustaba autoproclamarse al dictador, muy pocos pensaron que el mobutismo tenía los días contados. Siete meses después las tropas de Kabila, entrenadas y nutridas por Ruanda y Uganda, y bajo el paraguas político de Suráfrica y Estados Unidos, entraban victoriosas en Kinshasa, acababan con un régimen cleptocrático y disolvían sin apenas combatir los últimas espasmos de un ejército corrupto, sanguinario y completamente desmotivado.

Nacido en Lisala, al norte del Congo belga, Mobutu fue educado por misioneros belgas, que le bautizaron como Joseph Desiré. Durante el periodo colonial ascendió hasta sargento de la Fuerza Pública, se hizo informador del servicio secreto belga y entabló lazos con la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense que le reportarían sustanciosos dividendos, hasta el punto de llegar a ser el dirigente del África negra mejor y más veces recibido en la Casa Blanca, desde Dwight Eisenhower hasta George Bush, con quien compartió caña y pesca en Maine.

En 1960, en los turbulentos días de su independencia de Bélgica, supo vender a su amigo Lumumba, hacerse con el control del ejército y dar su primera asonada. Cinco años después, el 24 de noviembre, el ya general se hace con todo el poder, disuelve los partidos y pone en marcha un desaforado culto a la personalidad que le llevará en 1971 a implantar una era de autenticidad africana que supondrá el cambio del nombre del país (Congo por Zaire) y sus ciudades (como Leopoldville por Kinshasa), el suyo propio y el de todos los nombres cristianos del país y, dos años después, la nacionalización de las empresas en manos extranjeras. Mobutu demostrará pronto su habilidad para desmontar complós en su contra, su crueldad para doblegar o eliminar enemigos y su manga ancha para comprar disidentes y voluntades.

El Angel Pacificador, que hará del tesoro y las riquezas nacionales su propia finca (repitiendo el ejemplo de Leopoldo II, que en el siglo XIX hizo del Congo el mayor campo de esclavos del mundo), supo cobrarse su activismo contra la comunista Angola para reclamar el auxilio de marroquíes, franceses, belgas y norteamericanos, que le ayudaron a aplastar los intentos secesionistas de la rica Shaba (la actual Katanga).

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La presión occidental llevó a Mobutu a anunciar en 1990 una transición que se reveló imposible, trufada de matanzas de estudiantes y motines del ejército que llevaron al nudo gordiano que cortó Kabila. Mobutu ha salido de escena, pero las sombras sobre el nuevo Congo no se han desvanecido.

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