Vicent reúne sus obsesiones predilectas en 'No pongas tus sucias manos sobre Mozart'
Manuel Vicent acaba de publicar un nuevo libro, editado por Debate y titulado como uno de los artículos que más fama han dado al novelista y periodista valenciano que en Madrid alterna el ejercicio de la literatura con el del periodismo y con el de galerista de arte. Se trata de No pongas tus sucias manos sobre Mozart, con el que ganó el premio César González Ruano de periodismo en su edición del pasado año. El libro contiene textos inéditos y otros ya publicados, y sus temas son las obsesiones de que habla Vicent. Se ha agotado en una semana la primera edición y está a punto de salir la segunda.
Así que Manuel Vicent es un tímido. Ese hombre que les mira a ustedes irónicamente desde la contraportada de su último libro -No pongas tus sucias manos sobre Mozart, es su título-, ese hombre con un vaso en la mano, con cara de fenicio hastiado de la compraventa, es un gran tímido. Y un escéptico -aunque eso se le nota-, y un vago, y un contemplativo.-Escribe usted estremecedoramente, asquerosamente bien.
-¿Te parece?
Nos hemos encontrado en el Gijón, que es el café que frecuenta y en donde tertuliea, desde donde mira, aunque Vicent siempre está mirando alrededor. Él se define como un escritor visual, de imágenes: "A mí me horroriza el pensamiento. Es decir, yo pienso, tú piensas, el camarero piensa, todos pensamos. Y todos opinamos. Es terrible, porque todos queremos tener razón. Yo escribo con imágenes, y así te ahorras el pensamiento, que es una cosa pesadísima". Le digo que su prosa tiene una cualidad carnal, que está hecha de olores y sabores, que se puede tocar, arrugar, soplar y tentar, y le pregunto si eso lo ha aprendido. "Siempre he escrito así. Verás, es que aquí, en la pelota -y se señala el bello cráneo desvestido-, parece que hay dos lóbulos, el del análisis y el de la creación, y yo el primero lo tengo totalmente amorfo. No recuerdo nada ni analizo nada. Pero tengo una gran memoria visual, y todo lo escribo porque lo veo en mi cabeza. No dispongo de ninguna capacidad de abstracción ni me interesa".
Radiografías casi crueles
Dice que no va a la caza de esos personajes sobre los que luego realiza radiografías casi siempre crueles: "No, yo no voy a buscar para escribir, qué espanto, yo lo que hago, cuando llega el día terrible, que suele ser el viernes, porque es entonces cuando tengo que entregar el artículo que sale el sábado, es ponerme delante de la máquina de escribir, meterme en situación para llenar los siete folios de vellón y, claro, a lo que salga. El primer folio te cuesta mucho, porque tienes varias posibilidades, puedes elegir, pero luego coges un movimiento acelerado y para los cuatro últimos ya todo vale".Su inspiración, la vida. Que cree que es un espectáculo maravilloso. "Sentarse en una terraza y ver pasar a la gente es lo mejor que hay, y más en un país como éste. Porque, claro, te vas a un país anglosajón y, para empezar, no hay terrazas, y luego, todo lo que ves son cuatro o cinco tipos repetidos hasta la saciedad, todos hechos iguales, vitaminizados, mantequillizados. Sin embargo, aquí cada persona es un ejemplar, y no digamos ya si te vas a la morería. ¿Tú te has fijado alguna vez en lo que la gente lleva en la mano? Pues haz la prueba. Ponte en una esquina y mira las manos de la gente. Llevan cosas increíbles. Además, yo creo que no hay que interiorizar, porque lo que es una persona lo lleva en la cara. En la cara y en el culo".
Como valenciano, escribe, según él, en un castellano aprendido, y se niega a admitir que domina este idioma: "No, le tengo mucho respeto, y no me atrevo a destruirlo, me siento encorsetado por la gramática, mientras que un escritor castellano puede permitirse el lujo de dinamitarlo". Él, lo que quiere, es terminar el folio, porque después de eso se siente el hombre más feliz del mundo. "Porque a mí no me gusta escribir, sufro mucho de pura vagancia. Y, mira, yo creo que cuando el escritor o la escritora disfrutan mucho escribiendo, luego a quien le toca sufrir es al lector".
Sentido del ridículo
Corrige sus artículos en el último minuto, en los semáforos o en el café. Y luego le entra la paranoia de qué burrada puede haber escrito: "Porque estoy convencido de que el ser humano, dejado a su aire, lógicamente suelta chorradas a mansalva. Entonces hay que tener un gran autocontrol o un gran sentido del ridículo para filtrarlas y que no se te note demasiado".Manuel Vicent, que tiene 47 años muy toreros y varias novelas publicadas, dice que él no es escritor de vender libros: "Por eso puse en práctica la solución de Mahoma, que es escribir en los periódicos. ¿Qué es lo que lee la gente, la página dedicada a Felipe González? Bueno, pues yo, al lado". Fundamentalmente tímido, fundamentalmente vago, fundamentalmente contemplativo. Y también: "Soy consciente de ser un tipo que cae' mal a la primera, que tengo una mala entrada. Porque así como hay tímidos que se exteriorizan y son muy simpáticos, yo me rebobino, me enrollo hacia dentro y pongo cara de gilipollas".
La escuela cínica
Perteneciente a la escuela cínica -"porque, como dijo alguien, con los buenos sentimientos sólo se puede hacer mala literatura"-, negador de la condición de antifeminista que muchos le achacan -"yo estoy de acuerdo con los planteamientos feministas, que pretenden mejorarnos la vida a todos; pero me dan pánico las que van con tijeras de podar, me siento indefenso esqueje"-, y, detalle básico, escritor que no vive de su trabajo, que tiene otras fuentes de ingresos: "Eso me ha permitido conservar el aspecto lúdico de lo que hago. De haber tenido que trabajar más, seguramente me hubiera vuelto loco". Quizá se hubiera quemado, le digo. "Bueno, yo creo que la misión del escritor es ésa precisamente, quemarse. Lo que pasa que quienes lo hacen bien se queman el día antes de irse al hoyo".Y escritor, también, con unas cuantas fijaciones: "Me motiva mucho el progre de los años 60 convertido en padre traumatizado de un hijo drogota. Y el matrimonio unido por la televisión, que digan lo que digan los psicólogos, la tele ha venido a salvar a la familia, no a destruirla. Por fin tienen un tema común del que hablar".
Hombre de mar, a menudo coge su barco -"que es pequeño, pero lo bastante grande para ahogarme"- y desaparece: pero siempre regresa a la ciudad caótica de cuyas secreciones se nutre.
Babelia
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