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Homenaje a la clavecinista Landowska

Parecen ponerse de acuerdo los diferentes autores -y especialmente los musicógrafos polacos- en el año del nacimiento de Wanda Landowska: 1879. Lo que permite celebrar el centenario a pesar de que, en tantos textos, encontraremos indistintamente 1877 y 1881. Confusiones a las que dan lugar, en vida, las artistas, empeñadas en jugar con el calendario, aunque en este caso encontraríamos que W. L. en unas ocasiones se quitaba un par de años y en otras se los añadía, lo que resulta extraño. De cualquier modo, homenajear a W. L. está bien en cualquier momento, sin mayor esclavitud de aniversarios. Por otra parte, como de lo que no cabe duda es de que murió en 1959, estaríamos siempre ante la magia de un plazo redondo (veinte años) a la hora de respaldar cronológicamente una dedicación como la celebrada en los Lunes de Radio Nacional por otra ilustre clavecinista polaca, que mantiene en alto el prestigio de una tradición: Elisabeth Chojnacka. Si la Landowska estuvo muy ligada a España y, de modo particular, a Manuel de Falla, a quien «arrancó» la parte clavecinística del Retablo (pensada en principio para guitarras), el trascendental Concerto y hasta algún escrito más laudatorio que crítico, Elisabeth Chojnacka sigue sus pasos. Conserva la devoción por Falla de cuyo Concerto es intérprete cabal, y «provoca» y cultiva música clavecinística de Cristóbal Halffter y Tomás Marco. Todo ello sin abandonar el dios Bach ni ceder un ápice en su amor por los músicos polacos del pasado.La sala Fénix se llenó de público para escuchar a Chojnacka. Con el Grupo Koan, bajo la dirección de Encinar, tuvimos un Concerto fallesco ágil, vivo y sin esa agresividad en la que suelen recrearse (o mortificarse) algunos intérpretes. Escuchamos excelente Bach, una «berceuse» de W. L., maravillosos autores de Polonia, tan cercanos en espíritu y lenguaje a italianos y españoles de la «edad dorada» y tres muestras de maestros contemporáneos. Aldo Clementi, en su «réplica» a Bach construye una página incisiva notórica, en la que la continuidad filobarroca adquiere cierta fisonomía de «improvisación » jazzística. Adieu, de Cristóbal Halffter (que aportó en 1975 una preciosa obra protagonizada por el «clave », Tiempos para espacios) me parece cosa convencional en su contraste entre pasajes «dolientes» y momentos de gran vivacidad. La página actual de mayor belleza fue, sin duda, Herbania, de Tomás Marco.

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