Helarte del miedo
En Madrid hay que torear en prosa pura y no sólo versos sueltos
El miedo es una rara neblina en lila que congela los huesos y detiene el tiempo. El miedo tiembla en algunos como témpano casi imperceptible y el iceberg del desconcierto sólo enseña la punta de los nervios en punta, mientras el cuerpo se queda paralizado bajo la superficie de la realidad. De todos los toros de Montalvo que se lidiaron este lunes día del patrono San Isidro campeó por el ruedo un monstruo llamado “Escandaloso” de 593 kilos que vino con ganas de multiplicar el pánico y a pesar de que Curro Díaz logró arrancarle pases aislados de buena calidad, parece que el diestro olvidó que al trinomio cuadrado perfecto de citar-templar-mandar hay que añadirle el verbo girar para que el silogismo cuaje en faena. Es como si Curro saliera a regalarnos frases sueltas –algunas que llegaron a ser como aforismos—pero en Madrid hay que torear en prosa pura y no sólo versos sueltos. Parecía que “Escandaloso” cumplía su afán de amedrentarnos a todos… o casi a todos.
Esos que gritan desde el cómodo anonimato de la andanada, creyéndose sabios con la baba cómoda del prejuicio, pitarían hoy mismo a Manolete o a Ordóñez desde el instante milimétrico en que no permiten que un torero intente torear al hilo del pitón y exigiendo que todo humano ha de cruzarse hacia el pitón contrario de cada cite como si fuese una pose ideológica inamovible y necia. Esos que gritan o aplauden en sincronía protestando a un toro que luego han de aplaudir en el arrastre o quejándose de un puyazo que en realidad ni ven por ejecutarse precisamente a espaldas del Tendido 7. Todos esos y otros tantos no perciben el miedo quizá por el embeleso de la espuma de la cerveza o el agrio sabor de la ginebra y en su etílico rumoreo en voz alta son capaces de alterar no sólo la energía de todos los demás habitantes del tendido, sino el ánimo de los que se juegan la vida en el ruedo.
De allí, la cornada que sufrió el banderillero Manuel Muñoz, de obispo y plata con 20 centímetros de pierna abierta y quizá también el instante frío que vivimos todos al salir al ruedo “Salinero” de 573 kilos: toro colorado (canela y crema dirían los caporales), el imponente bicho salió de toriles y clavó la cabeza entera en el primer burladero que le quedó a tiro; salió de allí terciado y vio de frente a Paco Ureña (un torero que acostumbra el toreo verdad y conoce bien el arte del miedo) pero que al quedarse inmóvil, hipnotizado al filo del tercio con “Salinero” que se le venía de frente, parecía que sería clavado en las tablas como mariposa de museo. Ureña supo entonces que helarte del miedo es cuando reaccionas tarde en milisegundos y te sientes encunado por la espalda, donde los pitones se encajan milagrosamente en las tablas y no en tus riñones ya gélidos y adoloridos, con los ligamentos de una rodilla destrozados, para que tengas que salir a dar la cara al ruedo y escuchar que desde las alturas siguen los necios gritos de los que aparentemente no conocen el miedo.
Babelia
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