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Josefina Báez en “el batey Manhattan”: cómo Columbia adquirió los documentos más preciados de la artista dominicana

Las pertenencias más íntimas de la dramaturga, bailarina, escritora, directora, artista escénica y poeta ahora residen en la colección de arte y activismo latino de la universidad neoyorquina

Josefina Báez
Retrato de Josefina Báez en Pitiglian, Italia, en 2023.Giovanni Savino

No fue el día que llegó a Nueva York que Josefina Báez supo que había llegado a Nueva York. Fue después. En el otoño de 1972 aterrizó en la ciudad para vivir con su familia. Para ella, una dominicana de 12 años, un otoño era un invierno. Una mañana, su hermano mayor la tomó de la mano y la condujo a las afueras del departamento ubicado en Manhattan Valley. Le pidió que inhalara el aire, hiciera bocanadas con él y lo expulsara en forma de humo. Báez se fumó la brisa helada y supo que estaba en otro sitio. “Yo llegué a Nueva York ese día”, asegura. “A las afueras del edificio estaban todos los árboles sin hojas, un otoño intenso. Y eso para mí sí que era Nueva York, esa magia, el vapor que tú creas al respirar. Eso sí es otra cosa, ¿no?”

Desde entonces Nueva York fue casa. La tienda de especias de la avenida Lexington, la biblioteca, las calles a donde sabe llegar y las calles de las que no sabe salir. “Nueva York es un batey dominicano, el batey Manhattan”, piensa. “Me interesa el batey como comunidad. Es el lugar donde uno se conoce. Hay una República Dominicana que llevas dentro. Que baila, se adapta, hipopea. Tú eres eso, y tú entras desde eso que eres a Nueva York o a Copenhague, no entras de cero a Nueva York, y eso me determina a mí”.

Baéz huye de las categorías, sin negarlas. No trafica con la identidad. Es negra, es mujer, es artista, es latina, es inmigrante, y esto último lo fue desde siempre, desde que nació en La Romana. “Yo iba a ser una inmigrante en mi propio país”, dice. “Entonces yo soy una inmigrante de cualquier lugar. Creo que toda persona de clase trabajadora es un inmigrante en su propio país, hay ciertos privilegios que no vas a tener”. Aun así, la identidad que más encaja en su cuerpo o en su isla —porque la artista ve su cuerpo como una isla— es la de huérfana.

“Yo veo el cuerpo de la identidad como eso mismo, como un cuerpo, con sus manos, que puede bailar. Soy un ser humano devoto a la espiritualidad, mujer, negra, de clase trabajadora, inmigrante. Esas cinco han sido las identidades de las que soy consciente. Pero la pregunta de hace tiempo ha sido qué le da la savia, la sangre, a esas identidades. Hace unos años me respondí que es la orfandad”, explica. “La orfandad me formó, yo hubiese sido una mujer diferente si hubiese tenido al padre. No hay un drama en eso, hay una condición y lo que importa es qué fue lo que yo hice con eso, desde la consciencia y la no consciencia”, añade.

Josefina Báez durante una presentación en la Universidad de Darmouth, en Hanover, el 11 de mayo 2024.
Josefina Báez durante una presentación en la Universidad de Darmouth, en Hanover, el 11 de mayo 2024.Robert C Strong II

Báez también huye de la palabra “víctima” y no le tema a la palabra “privilegios”. Mucha gente la ayudó en el camino de convertirse en artista, una artista igualmente imposible de atrapar en un solo concepto. Báez es dramaturga, bailarina, escritora, directora, artista escénica, poeta, todo esto por separado y junto a la vez. Pero si hubiera que definirla, tan dados que somos a definirlo todo, si hubiera que decir qué tipo de artista es, la propia Báez, independiente, autodidacta y autogestionada, una de las más prominentes afrolatinas de estos tiempos, diría que es una devota. “Devota a la vida, la muerte, las transiciones, la belleza. Son temas que atraviesan todo mi trabajo. Mi forma de vida es la devoción, la contemplación, la meditación, la alegría”, insiste.

Recientemente, el nombre Josefina Báez comenzó a formar parte de la colección de arte y activismo latino, LAAS, de la Biblioteca de Libros y Manuscritos Raros de la Universidad de Columbia, que desde el 2012 guarda documentos de latinos y organizaciones latinas en Nueva York, o que estén en relación con la ciudad. Báez es la primera dominicana en unirse a esta colección, que ya agrupa otros nombres como los de los boricuas Jack Agüeros y Myrna Casas, la cubano-americana Dolores Prida, o documentos de El Diario/La Prensa, el mayor y más antiguo diario en español de Nueva York, entre otros. Para la académica boricua Frances Negrón-Muntaner, profesora Julian Clarence Levi en Humanidades en la Universidad de Columbia y curadora-fundadora del archivo, fue un “regalo” tener la posibilidad de acceder a los materiales de una artista como Báez. “Me cayó del cielo”, dice. “Sabía que quería traer materiales dominicanos. Esto es exactamente el porqué se creó esta colección, para materiales como estos, que hacen planteamientos estéticos, políticos, una forma que expande, transforma, empuja las narrativas dominantes”.

La intimidad de Josefina en los archivos de Columbia

En dos cajas identificadas con sus datos en la biblioteca de Columbia, permanecen quizás las pertenencias más íntimas de Josefina Báez. Fotos personales y profesionales, recortes de periódicos, correspondencia, manuscritos, folletos, y otros muchos documentos que la artista cedió al archivo. Entre los más preciados, está el manuscrito del libro Por qué mi nombre es Marisol y todo el desarrollo teórico de su concepto de “antología del performance”, que, según Báez, ha sido su manera de sanar. “La antología del performance es cómo yo me cuido, cómo tú trabajas sin volverte loca, cómo cuidas tu cuerpo y tu salud mental de forma práctica”, sostiene.

En otro de los documentos se lee el siguiente juego de palabras: “Amor, and more, add more”. A Báez le gusta coquetear con el lenguaje, cambiarlo, apropiárselo. Para esto, como para muchas otras cosas en su trabajo, ha creado un concepto, su propia forma de nombrar al spanglish. Dominicanish, además de ser una de sus grandes obras de teatro donde cuenta la vida del inmigrante dominicano en Estados Unidos, es también un universo. “Es una forma de ser, de vivir, de pensar”, dice. “Son unas traducciones sin sentido que a mí me interesan. Es un spanglish, me interesa esa sintaxis interna de los dos idiomas, cómo tú sientes eso. Yo tomo la llamada mala pronunciación y encuentro otras palabras dentro. Es entrar, salir y extender los significados”.

Báez, la décima de los hijos de su madre, fue la décima persona en entrar a esta colección. Es también la única artista viva o en sus facultades mentales que entregó sus materiales para ser archivados. La pregunta es: ¿por qué alguien querría entregar sus documentos más personales, más íntimos, más preciados a una institución? ¿Por qué ofrecer en vida algo tan personal a un espacio aparentemente tan impersonal?

“Hay varias motivaciones”, asegura Negrón-Muntaner. “Es una forma de inmortalidad en cierto sentido. Al depositar tus archivos en un lugar, materiales que no fueron públicos durante tu vida, ahora pueden venir a usarse y complejizar. Crear un espacio para que el diálogo contigo y con tu obra continúe hacia el futuro. También hay a quien la idea de depositar sus archivos les espanta, no quieren ser inmortales, no quieren que se sepan montones de cosas que están en esos archivos. Puede ir de las dos formas”.

La académica sostiene que los archivos, una práctica que se estila cada vez más últimamente, “no solo son una fuente de contranarrativas, sino una forma de continuar el diálogo y de pasar el batón de lo que tú no pudiste completar” a otras generaciones.

Retrato de Josefina Báez en Pitiglian, Italia, en 2023.
Retrato de Josefina Báez en Pitiglian, Italia, en 2023.Giovanni Savino

Negrón-Muntaner creció rodeada de archivos junto a su padre historiador. No fue fácil llegar a materializar la idea de un espacio para archivar los materiales de los latinos en Nueva York. A nadie, al parecer, le interesaba conservar la historia de una comunidad tan importante en la ciudad. “Esta (Columbia) es una universidad con un campus en Washington Heights. Aun así, la universidad nunca pensó que era importante documentar y preservar material producido por dominicanos en Nueva York”, asegura. “Me parecía increíble que una de las universidades con más recursos no considerara importante preservar los materiales de una gran parte de la población”. Por otra parte, según la académica, muchos latinos no confían en las instituciones educativas y culturales como para entregarles parte de su obra. “Desconfían de que inviertan los recursos en sus materiales o los hagan accesibles a su comunidad, por lo que un proyecto de curaduría de archivos latinos es también uno de cambio institucional y de creación de nuevos paradigmas sobre lo que es valioso, por qué, cómo lo preservamos y para quiénes”.

Hoy LAAS es el único archivo panlatino de la ciudad. Sus colecciones están hoy entre las 30 más utilizadas de la Biblioteca de Libros y Manuscritos Raros, que cuenta con más de 3.500 colecciones. Se espera que el archivo siga creciendo y dando vida a ese concepto de Negrón-Muntaner que ella ha llamado “archivos de posibilidad”, una forma de nombrar las miles de vidas, cuerpos y caminos que pueden tomar los materiales de alguien que decida depositar parte de su creación en una de estas instituciones.

“Yo llamo a esto los archivos de posibilidad porque la noción popular de archivo es de algo que está en una gaveta y no hay que mirarlos, solo cuando hay una emergencia. Pero cuando yo hablo de archivo de posibilidad, lo que estoy diciendo es que se abren posibilidades, puedes encontrar lo que estás buscando. Hay en el archivo algo que te hace posible conectar e imaginar cosas nuevas. Los archivos están llenos de cosas que en ese momento no fueron posibles, pero que en el futuro y el presente contemporáneo sí”, sostiene.

Desde que Josefina Báez cedió sus archivos a la biblioteca de Columbia, se han hecho exposiciones, han servido de material de investigación para estudiantes y está en camino un proyecto de película. Descarta la idea de que el archivo es algo muerto. Dice que es un espacio del que nacen oportunidades. “Es un sarcófago como la misma muerte, que está viva. Es otra forma de vida”, añade la artista. “Lo que en realidad me vuela la cabeza es que el diálogo se esté haciendo conmigo viva. Es un gran honor, y un honor práctico, que la persona que haya ido al archivo pueda hablar conmigo, entonces el archivo está vivo, el archivo me está enseñando un montón de cosas sobre mí misma”.

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