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Carlos Martiel: “En Cuba hay una frase muy castrante que dice ‘ser negro y maricón es lo último’, ahí crecí”

El Museo del Barrio de Nueva York acoge una exposición del artista de performance cubano, ganador del Premio Arte LatinX Maestro Dobel 2023: “Cuando trabajo con el dolor hago referencia a la historia de los pueblos y personas racializadas”

Carlos Martiel (derecha) realiza un performance en la Bienal de La Habana (Cuba), en 2019.
Carlos Martiel (derecha) realiza un performance en la Bienal de La Habana (Cuba), en 2019.Sven Creutzmann (Getty Images)
Ana Vidal Egea

Para Carlos Martiel (La Habana, 1989), el cuerpo es un lenguaje, una herramienta, un canal, un sacrificio y una representación de la resistencia colectiva. En su cuerpo, por ejemplo, se clavó la bandera de Estados Unidos (South Body, 2019). Empezó a hacer performances a los 18 años, no como una mera forma de hacer arte, sino de dar sentido a su existencia. Y cursó el único programa de estudios en Latinoamérica dedicado a la performance, Cátedra Arte de Conducta, dirigida por la artista Tania Bruguera. Su obra, 121 performances a lo largo de 17 años de trayectoria artística, denuncian sobre todo la explotación y deshumanización histórica hacia los negros. Sus piezas nacen de las vísceras y producen a la par, reacciones viscerales. La sangre, tanto la suya como de otros, es una parte intrínseca de su obra.

En el 2018, con Lamento negro, permaneció desnudo y de pie encima de un charco de su propia sangre. En el 2023 creó una bandera de México teñida por la sangre de mujeres. En los últimos años, su trabajo se ha caracterizado por obras de larga duración. En Nobody, una performance comisariada por el Instituto Marina Abramovic, permaneció 30 horas atado desnudo a una bandera del Reino Unido, simbolizando “la opresión histórica, el racismo y violencia sistémica que han sufrido determinadas poblaciones de las antiguas colonias británicas dentro y fuera del Reino Unido”, según su propia descripción.

Ganador del Premio Arte LatinX Maestro Dobel 2023, que otorga la marca de tequila en colaboración con el Museo del Barrio de Nueva York (la principal institución cultural latina de Estados Unidos), Carlos Martiel es uno de los artistas de la performance más importantes del mundo. Del 2 de mayo al 1 de septiembre El Museo del Barrio de Nueva York acoge la primera exposición individual del artista.

Pregunta. ¿Por qué recurre a la autolesión en sus performances?

Respuesta. Ha habido dos cosas que influenciaron la estética de mi trabajo. La primera son los rituales de iniciación de las culturas tribales, de resistencia física y psicológica, a las que someten a los adolescentes y que consideran que cuando atraviesan el umbral del dolor nacen como hombres nuevos en el mundo, lo que me parece conceptualmente muy interesante. Por otro lado, todos los rituales de sacrificio animal de la religión Yoruba, en la que me inicié cuando tenía 13 años. Cuando trabajo con el dolor hago referencia a la historia de los pueblos y personas racializadas y la violencia perpetrada a nuestros cuerpos, que son explotados y utilizados.

P. Sus obras son críticas, pero simbólicas.

R. Cuando era muy joven recuerdo haber participado en una exposición colectiva en la Habana con una obra de texto que decía “el sol no sale igual para todos”, por la que tuve que enfrentarme a varios interrogatorios policiales junto a los demás artistas que participaron en la muestra. Este incidente fue un punto de inflexión en mi carrera. Me di cuenta de que mi trabajo tenía que ser crítico, pero sutil e inteligente.

P. ¿Por qué eligió la performance como expresión artística?

R. Cuando estudiaba comencé a realizar dibujos con mi propia sangre. Para sacármela iba a las clínicas públicas y les pedía a las enfermeras de turno que me hicieran el favor de extraerla. Llegado un punto comenzaron a negarse y me vi en una situación en la que no podía llevar a cabo el tipo de arte que quería. Entonces decidí comenzar a trabajar con mi cuerpo, como objeto y sujeto, sin necesidad de tener que depender de otras personas. Fue así como llegué a la performance.

P. ¿Comprende su familia su arte?

R. Mi familia me ha apoyado siempre, incluso no entendiendo o no queriendo entender. Al principio les preocupaba mi integridad física y las repercusiones que podría acarrear mi trabajo en un contexto tan represivo como Cuba. Actualmente siento que respetan mi decisión de ser artista y están incluso orgullosos de mí. De hecho, mis padres participaron en la última performance que hice en Los Ángeles en la galería Steve Turner, titulada Vaciamiento. Era una performance peligrosa. Yo permanecía sentado con la cabeza y las manos aprisionadas a una escultura de acero que reproducía la silueta del frontón de una iglesia cristiana. Mi padre y mi madre, ambos encadenados, tenían que sostener con sus manos el peso y el equilibrio de la escultura, impidiendo que esta se cayera y me ocasionará un daño físico. La performance duraba media hora.

P. ¿Cómo logró salir de Cuba?

R. Tuve la oportunidad de viajar por trabajo con Tania Bruguera y estuve en la Bienal de Liverpool y en Chicago en el 2011, pero entonces no estaba listo para dejar Cuba. En el 2012 estaba en otro punto de mi vida, deseando tener otras vivencias. El viaje a Ecuador significó una aventura sin precedente y simplemente me dejé llevar por las cosas que me estaban sucediendo a nivel personal en ese momento. Fue un viaje hermoso pero duro, estaba viviendo una relación amorosa muy especial, tenía ganas de viajar y recorrer otros parajes latinoamericanos. Salí por la vía de Ecuador, que no exigía visado si uno disponía de carta de invitación. Pasé tres meses allí y me di cuenta de que no era para mí, principalmente por la xenofobia fortísima que había hacia los cubanos. Recuerdo que una tarde vi algunos vídeos de cómo cruzar la frontera, y decidí emprender un viaje por tierra cruzando ilegalmente las fronteras de Perú, Bolivia hasta llegar a Argentina (Buenos Aires).

P. Que ha sido más dañino para usted, ¿el racismo o la homofobia?

R. El racismo. Vengo de un contexto donde la palabra “negro” ha sido siempre utilizada para insultar. En Cuba hay una frase muy castrante que dice “ser negro y maricón es lo último” y que te puede dar una idea de qué profundamente está enraizado el racismo y la homofobia en el país y del contexto en el que crecí.

P. ¿Cuándo y cómo decidió que iba a dedicarse exclusivamente al arte?

R. Me fui de Cuba con 60 dólares en el bolsillo, así que era imperativo para mí empezar a trabajar aunque no estuviera relacionado con el mundo del arte, para poder sobrevivir. Hice de todo. Por ponerte algunos ejemplos; en Ecuador aprendí a hacer pulseritas de hilos de colores y hasta que no vendía la primera pulsera del día, no tenía para un plato de comida. En Buenos Aires trabajé de modelo vivo en una universidad y también como repartidor de comida china en Palermo. Y cuando llegué a Nueva York trabajé en una fábrica de papel artesanal que era un trabajo horrible, me obligaba a levantarme a las cuatro de la mañana para desplazarme hasta Hoboken, en Nueva Jersey, donde tenía que empezar a trabajar de seis a tres de la tarde. No solo era extenuante, sino que además trabajaba con productos químicos cuyo olor se quedaba impregnado en mi ropa. Aguanté allí cuatro meses, hasta que me invitaron a Guadalajara con una residencia artística. El dinero que me dieron me motivó para que al volver me decidiera a dedicarme a vivir del arte, lo que significa que estoy en una lucha permanente por conseguir cierta estabilidad. Vivo muy feliz con mi decisión, hay días que solo tengo para comer arroz y frijoles y no pasa nada.

P. ¿Por qué Nueva York?

R. Cuando vivía en Argentina me invitaron a un festival de performance en Canadá y ya que estaba de este lado del continente decidí explorar mi suerte en los Estados Unidos. Entré a este país a través de Niagara Falls, bajo la ley de ajuste cubano. El primer año estuve viviendo en ciudades como Jacksonville, San Francisco, Oakland, y Miami. Al año decidí venir a Nueva York para establecerme, aplicar a mi residencia y aquí sigo.

P. ¿Se siente protegido aquí?

R. En Nueva York me siento según el día porque es una ciudad dura. Espectacular, pero dura. Vivo en Harlem, donde tengo una comunidad de amigues. De gente que entiende y aprecia mi trabajo. Así que Nueva York no está mal.

P. ¿Incluso si gana Donald Trump?

R. Incluso. Sería una desgracia que ese hombre volviera a ser presidente de este país, porque solo tiene ideas para hacerle la vida más difícil a las personas menos privilegiadas. Ya lo hizo una vez, y volverá a hacerlo si gana. Cuando se restablecieron las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos, por un momento creí que todo iba a cambiar para los cubanos, para los de dentro y los de fuera, pero llegó Trump y acabó con todo. Hubo un retroceso total. Aún así, Nueva York es mi hogar y aquí seguiré, esté quien esté en el poder.

P. ¿Qué pasará el día que el cuerpo no le sirva?

R. Cuido muchísimo mi cuerpo. Voy al gimnasio, soy vegano, no fumo, no bebo, no me drogo y si puedo descansar, descanso. Hace unos años tuve una cirugía de urgencia debido a una hernia discal que estaba cortándome el riego sanguíneo a mis brazos y después de aquello decidí no hacer nada que perturbara mi cuerpo. Por ejemplo, dejé de hacer trabajo de perforación (después de más de una década de práctica). Pero al margen de eso, el cuerpo va a ir dejando de funcionar, por eso busco formas de seguir siendo creativo. Después de veinte años de trabajo performático me estoy abriendo a otras direcciones: esculturas, instalaciones, dibujos… El día que no pueda hacer un performance por la razón que sea, haré una escultura, un dibujo o cantaré una canción.

P. ¿Qué le llevó a dejar de autoperforarse?

R. Durante 10 años hice trabajos de perforación en mi piel. En 2022 realicé en Galería Continua (París), Tierra de nadie. En esa performance ocho banderas de mano fueron clavadas en mi torso. Las banderas correspondían a los países europeos que invadieron, colonizaron, y dividieron territorialmente África entre la década 1880 y el inicio de la Primera Guerra Mundial: Reino Unido, Alemania, Bélgica, Países Bajos, Italia, Francia, Portugal y España. Físicamente esa obra significó un reto para mí, siento que lleve el trabajo de perforación a un nivel que quizás ya era demasiado. El problema con esa obra no fue colocar las banderas en mi cuerpo, sino quitarlas: nunca vi tanta sangre salir de mi cuerpo. Entendí que el ciclo de las perforaciones había terminado para mí. Hay que saber cuando cerrar un capítulo.

P. ¿Cuáles son sus influencias?

R. Artistas como Marina Abramovic, Paulo Nazareth, Regina Galindo, Tania Bruguera, Andres Serrano, Teresa Margolles, Mercedes Sosa, así como pensadores como Eduardo Galeano.

P. ¿Qué supone haber ganado el Premio Arte LatinX Maestro Dobel?

R. Es un gran honor y es una gran oportunidad de visibilidad para mi trabajo en Nueva York. Es la primera vez que voy a tener una retrospectiva y me emociona mucho el ver veinte años de trabajo reunidos en una muestra. Eso es algo muy especial, además se va a publicar un libro bilingüe de mi trabajo.

Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).
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