Alan Ball, guionista: “Cuando tenía 13 años iba en coche con mi hermana, chocamos, murió delante de mí, y el mundo se dividió”
El artífice de ‘A dos metros bajo tierra’ y ‘True Blood’ y ganador del Oscar por ‘American Beauty’, se muestra desencantado con el mundo de las series y confiesa que ha decidido dejarlo para escribir una novela: “Por una vez, nadie va a controlarme”, dice


Es un pope de la televisión, el creador de una de las series —quizá la serie— que marcó la Primera Edad Dorada de lo catódico en lo que al concepto de autor se refiere. Alan Ball (Atlanta, 68 años) llegó a principios de este siglo a las oficinas de HBO —por entonces aún no una plataforma de alcance mundial sino el primer canal de televisión por cable premium estadounidense— con un Oscar bajo el brazo. Era el guionista de moda. Había firmado la inesperada joya indie que mejor había captado en décadas el angst estadounidense: American Beauty. Y Hollywood le había tendido, orgullosamente, una merecida estatuilla. “Carolyn Strauss [aún hoy ejecutiva de la plataforma] me ofreció la posibilidad de escribir algo relacionado con una familia que regentaba una funeraria, y a mí me asaltaron infinidad de ideas al instante. Había pasado mi infancia en esa clase de sitios. Conocía el ambiente, a la gente”, recuerda. Sí, así nació A dos metros bajo tierra.
Es un día gris de noviembre. Llueve. Ball está sentado en un nada aparentemente cómodo sillón de cuero. El lugar es Casa Seat, sede del Festival Serializados, que se celebra estos días en Barcelona y al que ha acudido Ball, como leyenda, a impartir una masterclass. Es curioso que alguien como él, a quien el mundo de la televisión de autor debería estar disputándose —cheques creativos en blanco mediante—, lleve cinco años tratando de colocar un proyecto en alguna parte. “Es deprimente. Lo único que quieren ahora es algo que se parezca a algo que haya tenido éxito. La competencia es feroz. Todo es tremendamente opresivo. Parece que el miedo que lo inunda todo está también en las salas de guionistas y sobre todo en la de los directivos. La creatividad ha muerto”, dice. Que aún exista el concepto de serie de autor —que Vince Gilligan (creador de Breaking Bad), o Amy Sherman-Palladino (Las chicas Gilmore), o Noah Hawley (Fargo)— sigan firmando obra propia es, dice, “un milagro”.
Pero no ve nada casual en el hecho de que Étoile, el último trabajo de Sherman-Palladino se cancelara tras la primera temporada. Le ocurrió lo mismo a él con su última serie, la jugosísima Here and Now, que no gustó. O no tuvo tiempo de hacerlo. “Había mucho que explorar y fue una pena. Me deprimió muchísimo”. En Here and Now ocurría que una adinerada familia interracial, formada por una pareja blanca de intelectuales que pretendían ser algo que no acababan de ser, y sus cuatro hijos, tres de ellos adoptados y de partes antitéticas del mundo, convivían en un mundo en el que cualquier tipo de armonía diversa es aún una utopía. “Es por eso que lo he dejado. Estoy escribiendo una novela. Y lo estoy disfrutando mucho. ¿Sabes por qué? No tengo a nadie opinando sobre lo que hago. Nadie está interviniendo en mi proceso creativo. Por una vez, estoy solo. Por una vez, nadie va a controlarme. Todo es posible. Y es perfecto”, dice.
No habla del argumento, solo dice que “parte de una de las series que había pensado escribir”. Le gustaban los personajes y no quería que se perdieran. “Es interesante lo que pasa con los personajes. Son pedazos de ti”, asegura. ”Nate, por ejemplo —aquí empieza a enumerar su relación con los protagonistas de A dos metros bajo tierra—, era la parte de mí que no quería crecer; David era el gay que había en mí y no sabía cómo hacer frente a su desencaje; Claire era mi yo artista, tratando de encontrar su camino, y Ruth contenía toda mi soledad”, dice. ¿Y qué hay de la muerte? ¿De todo ese tiempo que pasó en casas que eran funerarias familiares de niño? “Bueno, la muerte siempre va a estar ahí para mí porque cuando tenía 13 años tuve un accidente de coche. Mi hermana conducía. Murió delante de mí, en el acto, en el choque. Entonces el mundo se dividió en dos para mí. Existo en dos realidades desde aquel día”, confiesa.
True Blood, su siguiente y mayestático trabajo, la serie de vampiros con partidos políticos y aparente normalidad, la serie en la que Estados Unidos toleraba a los seres con colmillos —lo de fangs nunca fue casual, había un ataque directo a la América profunda y su aversión a la homosexualidad, o simplemente, a lo diferente— pero les temía, también hablaba de la muerte, aunque lo hacía “de un modo mucho más lúdico”, dice. “Creo que A dos metros bajo tierra me ayudó a mí y ayudó a mucha otra gente a aceptar la muerte, pero True Blood hablaba más de la América dividida en dos que ha existido siempre, pero que hoy es más evidente que nunca. La de aquellos que quieren que nada cambie, y la de los que querrían que todo lo hiciera”, dice. “¿A quién intentamos engañar? América no es nada virtuosa. Viene del genocidio y la esclavitud”, añade. Y hoy explota el miedo. “Donald Trump es un psicópata y está destruyendo el país explotando los miedos de la gente”, dice.

“American Beauty trataba sobre la esquizofrenia de la insatisfacción. El capitalismo siempre te dirá que puedes tener un coche mejor, una casa mejor, hasta una cara mejor, y va a hacerte sentir desgraciado, y culpable, por no tenerla”, asegura.
¿Diría que su obra trata, en definitiva, de entender en qué consiste ser humano? “Diría que trata de vivir de forma auténtica en un mundo decidido a impedírtelo, lo que en el fondo tiene que ver con ser tú mismo y estar a gusto con quién eres, ignorando los mensajes publicitarios invasivos y de todo tipo que insisten en que deberías ser lo que ellos quieren que seas en cada momento”, responde. Y, sobre el final de A dos metros bajo tierra, el primer final redondo de una serie de autor, dice que “nació como una broma”. “Alguien del equipo dijo, ¿por qué no los matamos a todos? Nos reímos, y luego pensé: ‘Un momento, ¿por qué no? ¿Por qué no acompañar a cada uno de ellos hasta el final?”.
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