Rosalía y la fase mesiánica
La religión, ya desposeída de un significado trascendental (ahora que lo único trascendental es el dinero), se está convirtiendo en un estilismo tras 2.000 años de refinamiento ritual


Sin ninguna duda, Rosalía es ahora mismo la artista española más internacional, el orgullo de un país. Simpática, llena de talento, innovadora, y capaz de sorprendernos en cada disco. Además, es guapa, cosa que siempre suma a la hora de alabar a un personaje público.
Una parte del éxito de Rosalía —una parte, que no la principal— se debe a los videoclips de Canada. Qué buenos son los Canada. Otra parte del éxito de Rosalía se debe a lo borregos que somos, y que nos gusta seguir una moda más que rebañar la salsa de un plato de albóndigas. El resto, lo magro, se debe exclusivamente a su talento.
Tuve la suerte de ver a Rosalía en directo antes de su primer disco. Llamaba mucho la atención por la luz que desprendía y por su forma de cantar, esa que horroriza a los flamencos heterodoxos y que tanto gusta a los jóvenes que apenas han oído flamenco en su vida. A los que estamos entre lo uno y lo otro también nos agrada mucho.
Pero al margen de gustos personales, yo de lo que quiero hablar es de esa aureola que Rosalía se ha de decolorado en la coronilla. Una declaración de intenciones que no puedo celebrar. La religión, ya desposeída de un significado trascendental (ahora que lo único trascendental es el dinero que tiene uno y, por tanto, las lecciones de vida que puede dar a los demás), se está convirtiendo en un estilismo tras 2.000 años de refinamiento ritual.
La religión católica, entre otras cosas, ha creado una de las estéticas más potentes que existen. No es la primera vez que vemos a Rosalía nimbada ni plastificada. Sí la he visto por vez primera expresarse en lenguaje mamarracho. He degustado una entrevista con ella en la que no parece la Rosalía que nos enamoró. Era como si Oliver Laxe se hubiera disfrazado de mujer y se hubiese hecho pasar por la de san Esteban, soltando referencias religiosas y lingüísticas sin ton ni son. No ayudaba la mirada borrega de los periodistas allí congregados. De los periodistas de tendencias que escriben en secciones de cultura también podríamos hablar. Si lo peor que le ha pasado a Sirât ha sido la campaña de Laxe y su desmelenada polisemia, lo peor que le podría pasar a Rosalía sería imbuirse de tamañas chorradas. Solo le pido que no entre en ese mundo mesiánico. A Dios le pido que solo sea una fase.
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