Isaías Lafuente: “Creo que soy un secundario de primera”
El periodista celebra 62 años de vida y 40 de oficio con un Ondas a toda su carrera y más libre que nunca: “Soy un periodista comprometido porque soy un ciudadano comprometido, y en la radio se me ven las costuras”


El colega Isaías —compartimos tertulia en el programa La Ventana, de Carles Francino, en la cadena SER— recibe en su casa, un coqueto chalé de una antigua y plácida colonia de casitas bajas que sobrevive entre las impersonales torres y el caótico tráfico del centro de Madrid. “La compré hace muchos años, ahora no podría pagarla”, aclara, por si las moscas, ante las caras de envidia de la visita. Dentro, recuerdos de toda una vida personal y profesional vinculada con la radio y la palabra: vetustos transistores, ediciones antiguas de títulos clásicos y el mismísimo luminoso de “Silencio, estudios” que presidía la sede de la SER en la segunda planta de la madrileña calle Gran Vía, 32, antes de ser remodelada y trasladada a la octava. Ahí, en el estudio central, codo con codo con el jefe, Francino, en la casa donde lleva trabajando cuatro décadas, desde los 22 años, recibió hace unos días la noticia en voz de Iñaki Gabilondo de que había ganado un premio Ondas a toda su carrera. Su cara fue un poema.
¿Se le ha pasado ya el susto?
Lo estoy digiriendo. Fue una auténtica sorpresa. El hecho de que me lo dieran en directo, que quien lo anunciara fuera Iñaki, que es mi padre profesional, el que lo reciba el 27 de noviembre, la víspera de mi cumpleaños... Es un regalo perfecto, redondo. Pero no lo esperaba: siempre pensé que ese premio era para otro perfil de compañeros, que los hay maravillosos, para una estrella.
¿Usted no se considera una estrella?
Jamás. Y si tiene alguna virtud este premio es que se ha salido del fulgor del estrellato y ha mirado para otro sitio. En la radio, como en el cine, hay secundarios potentísimos que, de repente, le dan forma a lo que se premia. Me considero bueno, creo que soy un secundario de primera, pero no una estrella.
Hombre, algo habrá hecho para que se le conozca solo por su nombre de pila. ¿Cuál es su sello?
La naturalidad. Soy el mismo Isaías ante el micro, y fuera. El día del Ondas, al salir del estudio, me puse a preparar la sección Lo que queda del día. Pues eso: trabajar día a día. Mi meta y mi horizonte son las 24 horas siguientes de radio. Y, desde luego, hacerlo bien, que es una preocupación que heredé de Iñaki: cuidar la palabra, cuidar las formas, cuidar lo que hago. Hay otros compañeros que se construyen un personaje, que impostan la voz. Yo no, y se nota. La radio lo capta todo. En la radio se me ven todas las costuras.
¿También el cabreo?
Al minuto. Pero es que yo, cuando estoy cabreado, quiero que se note el cabreo. Y cuando soy feliz. Y cuando me emociono. Quiero que se note la mirada. La objetividad no es neutralidad. Es tomar la distancia suficiente para ver todo el plano. Pero, cuando has tomado esa distancia y ves a la mujer maltratada y al maltratador, al asesino y al asesinado, al empresario explotador y al trabajador explotado, tienes que tomar partido. Yo no he venido al mundo ni a esta profesión para hacer de frío notario de la actualidad. Para eso teníamos el BOE. Entonces, soy un periodista comprometido porque soy una persona comprometida. Veo lo que pasa, me importa lo que pasa, tengo que contar lo que pasa y claro que tomo partido.
En su carrera, ha sido muchas veces el segundo del programa donde trabajaba, nunca el primero. ¿Eso quema?
Sinceramente, no. A ver cómo lo explico. Si me comparo con los demás, creo que tengo perfil como para haberme hecho cargo de cualquier gran programa de la cadena. El cómo lo hubiera hecho no lo puedo saber ni lo podremos saber nunca. Pero, por otra parte, la cadena me ha dado oportunidades que no les ha dado a otros. Digamos que me he quedado en el penúltimo escalón, pero el que te permitan eso es muy importante. Eso no me lo quita nadie.
¿Nunca ha pedido nada?
Solamente entré una vez en el despacho, cuando se fue Montse [Montserrat Domínguez, exdirectora de A vivir que son dos días]. Yo era el subdirector, estaba a gusto con el equipo, creo que el equipo estaba a gusto conmigo, estábamos haciendo un buen trabajo, y pedí que se me incluyera en la nómina de posibles sucesores. No me eligieron. Llamaron a Javier del Pino, y yo tan feliz porque ha hecho un programa estupendo y yo seguí por otro camino que me ha permitido hacer otras cosas. Si tienes una ambición concreta, te frustras. Tú y yo conocemos a colegas que se frustran porque quieren presentar el telediario de las dos y les dan el de las nueve, por ejemplo. Pero mi única ambición era ser periodista. Y eso lo he conseguido.
Tiene nombre de profeta, pero parece un santo. ¿De dónde le viene ese estoicismo?
Pues supongo que de la familia que tengo, de unos padres que sacaron adelante a 12 hijos. De mi madre, sobre todo, porque mi padre murió a los 63 años. Y jamás vi ni a mi padre ni a mi madre quejarse por nada. Soy el pequeño, me llevo 22 años con mi hermano Ángel, el mayor. Y entre medias he perdido ya a tres hermanos, los más sanos. Fue un accidente. La vida es un accidente. Entonces, cuando vienes de ahí, y ves que mejoras tu vida, de qué te vas a quejar.
¿Enterrar a tres hermanos ha sido el gran dolor de su vida?
Es dolorosísimo, pero el gran dolor de mi vida fue la muerte de mi padre. Me pilló con 13 años. Eso me marcó, sobre todo porque me dejó con incertidumbres vitales. Me preguntaba: “Qué va a ser de mí, qué va a ser de mi madre, qué va a pasar”.
¿Con 13 años ya sufría de angustia vital?
Sí, siempre fui un niño, digamos, rumiante, de vivir con conciencia, de estar preocupado por los demás.
¿Y era tan redicho como ahora?
[Risas] Bueno, digamos que sí. Respecto a la gente de mi edad que me rodeaba, yo hablaba mejor, de determinada forma, era más vehemente en la defensa de mis ideas. Fíjate que pasó una cosa que he entendido con el tiempo. Yo tenía ganas de tener el anillo de mi padre, pero la alianza la llevaba mi madre viuda. Cuando cumplí los 18, le pedí por favor que me regalara un anillo y la mujer me regaló un sello horrible que nunca me gustó. Entonces, lo devolví y con el dinero me compré el Diccionario de la Real Academia. Quizá de ahí venga todo. A mí la vida me ha ido llevando en todo.
Lleva 40 años en la misma empresa. Hablando de santos, eso hoy es casi un milagro.
A mí la radio me lo ha dado todo. Hasta conocía a mi mujer, Elvira Cordero, aquí. Empezamos juntos como los júniors de Hoy por Hoy. La verdad es que tampoco he tenido grandes ofertas para irme a otro sitio. Pero, sobre todo, yo nunca he tenido la necesidad de irme y de buscar. Si aquí estoy de puta madre, por qué me voy a ir. Y han ido pasando los años.
Tampoco le veo yo muy aventurero, de irse de corresponsal de guerra. ¿O me equivoco?
He ido aceptando cada paso y zambulléndome en cada aventura, que han sido extraordinarias, sin salir de esta casa. Porque la radio es una aventura diaria. Han sido 40 años con sus baches y sus circunvalaciones, pero siempre he estado a gusto. Entré a los 22 y a los 27 era el subdirector de Hoy por Hoy con Iñaki Gabilondo a la cabeza. ¿Qué más aventura puedes pedir? Y te aseguro que eso había que pelearlo como pelea los temas el corresponsal de guerra.

¿Con cuánto ego ha tenido que bregar, sin contar el suyo?
He tenido la suerte de trabajar con gente que tenía un ego moderado para el que podría tener. Pero sí, he visto y veo mucho ego en la profesión. Hay algo que me saca un poquito de quicio: los que no valoran el trabajo de la gente que trabaja para ellos. La radio, sin las estrellas, sigue funcionando. Ha habido sustituciones largas de grandes estrellas: de Iñaki Gabilondo, de Gemma Nierga, de Carles Francino. Y la radio sigue. Pero sin los equipos, no hay radio. Las estrellas necesitan de los secundarios para brillar.
¿Qué tiene que tener un jefe para que se le respete profesionalmente?
Que se respeten y se hagan respetar como a sí mismos, y que se exijan a sí mismos lo que exigen a los demás. En mi caso, eso se ha producido con los que he trabajado, pero no siempre pasa. Hay jefes que exigen por encima de las posibilidades que dan a quienes trabajan para ellos.
¿Qué es lo peor que le ha pasado a la radio en estos 40 años?
Creo que solo, o sobre todo, a la radio le han pasado cosas buenas. Es el medio audiovisual más precario que hay. Somos voz y sonido, nada más. La tecnología ha abierto posibilidades y ha multiplicado y facilitado la forma de trabajar pero, en el fondo, la radio sigue siendo la misma que en 1924. Lo que sí veo es que, a la radio y a los medios de comunicación en general, en momentos de crisis, por mirar más la cuenta de resultados que los resultados de la cuenta, se ha ido precarizando el trabajo. Ahora, un becario cobra 300 euros, las mismas 50.000 pesetas que cobraba yo cuando entré, hace 40 años, y con las que me pagaba el alquiler y el mes en Madrid. Ahora, esos 300 euros, comparados con aquellas 50.000 pesetas, es cero.
¿Se desperdicia talento?
Mucho. Tú antes, cuando entrabas en la emisora y pasabas el precariado que ha sido siempre el periodo de becario, sabías que si no la cagabas, se te dejaba trabajar y podías tener una carrera profesional. Ahora, veo llegar a becarios con la fecha de caducidad impresa en la frente, y eso es muy doloroso y debe de ser muy frustrante, porque lo que se ha mantenido constante es la cantidad del talento. Por otra parte, expulsamos al sénior antes de tiempo y contratamos a cuatro júniors a los que no dejamos madurar. Y esto es horrible. Para el negocio, para el periodismo y para la democracia.
¿Por qué?
Porque una sociedad desinformada es un caldo extraordinario para el populismo. Ya lo estamos viendo. Solo espero que no nos pase con la democracia como con los padres, que solo los echamos de menos cuando se mueren.
En la radio, y en X, está desatado frente a la ultraderecha. ¿Se ha ido radicalizando con el tiempo?
Yo, qué va. Ni te imaginas la autocontención que tengo todavía. Es verdad que yo nací en dictadura, pero tenía 12 años cuando murió Franco y no la sufrí. Me vine a Madrid a los 18 años y disfruté de la Movida. Pero siempre he sabido lo que fue el franquismo y siempre me ha parecido increíble que en democracia alguien pueda blanquear, minimizar o justificar lo que fue aquello. Siempre he sido muy vehemente en lo que hago, en lo que escribo, y en lo que digo en la radio. Y no voy a renunciar.
Usted mismo ha dicho que un Ondas a toda una carrera es como que te señalen la puerta de salida. ¿Se da por aludido?
[Risas] Vuelvo a ese niño que era consciente desde pequeño de cómo era el mundo. Si yo fuera atleta en una carrera de 800 metros, sé perfectamente que no es que esté al final, es que ya veo la meta. Y eso me llena de ilusión porque en la radio, claro que hay, pero fuera de la radio también hay mucha vida y quiero vivirla. Después de 40 años, quiero experimentar lo que es vivir sin estar sometido al horario ni al calendario. Mi padre murió con 63 años, yo voy a cumplir 62. Quiero disfrutar de mirar al horizonte sin obligaciones. No tengo prisa, pero tampoco me voy a resistir a irme.
Saca los colores a los colegas con sus gazapos, pero usted también tendrá los suyos.
Pues claro. Muy al principio, y está grabado, le pasé “el testículo” a algún colega y dije algo así como “el dinero estaba depositado en dos cuentas de la Unión de Bancos Sucios, en Ginebra” y no me echaron. Mira, ahí sí que estuve profético.
EL HIJO DE ÁNGEL Y ÁNGELES
A Isaías Lafuente Zorrilla (Palencia, 61 años) le puso el nombre su padre a espaldas de su madre. Después de traer al mundo a otros 11 hijos y no haber conseguido que su esposa le dejara ponerle a ninguno el nombre de su hermano, fallecido a los 9 años, Ángel Lafuente, empleado de banca, fue al Registro mientras la madre aún estaba convaleciente, registró al niño como Isaías, y su esposa, Ángeles, se enteró por la radio. Lo cuenta, entre divertido y nostálgico el propio Isaías. "Entonces, en la radio, se daba cuenta de los natalicios y de los difuntos del día, y mi madre oyó en antena la travesura de mi padre. No sé si aquello tendría algo de profético, pero aquí sigo". En efecto, periodista de vocación, el pequeño de los Lafuente empezó a trabajar en la cadena SER como becario y ahí sigue, 40 años después. Escritor de varios libros y ganador de un Premio Ondas por su espacio Unidad de Vigilancia Linguística, en la que pasa revista a los errores propios y ajenos ante el micrófono, acaba de ser reconocido con el Ondas a la Trayectoria 2025.
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