Luisgé Martín y la industria del ‘true crime’
Ver al escritor señalado por ciudadanos que se empapuzarán cada noche de documentales de Netflix sobre violadores de Arkansas es una de las hipocresías más inesperadas


La revista Cosmopolitan publicó hace poco la lista de los 94 mejores documentales de crímenes reales en Netflix. ¡94! Solo en esa plataforma se estrenan cientos cada año, y se pueden ver también a placer en cualesquiera otras, sin faltar los dedicados a José Bretón (La mirada del diablo es uno). En los podcasts, estas series son tan abundantes que tienen su parodia (Solo asesinatos en el edificio). Carles Porta arrasa por radio, tele y aire con Crims, y solo es una parte ínfima de la industria creciente y popularísima dedicada a la reconstrucción, el aireamiento, la conspiranoia, la reapertura de casos, el cuestionamiento de culpables o la simple delectación en la sangre. Esto, sin contar los programas de televisión matinales, vespertinos y nocturnos.
Hay muchísimas carreras profesionales especializadas en esta industria, pero esta semana una parte de la sociedad española ha decidido que la única persona abominable y explotadora del morbo es un escritor que hasta ahora nunca había abordado un crimen real. Ver a Luisgé Martín (autor de El odio, el libro sobre el asesino José Bretón cuya distribución está paralizada a la espera de que se pronuncie la justicia sobre una petición de la madre de las víctimas) señalado por gente que se dedica a comentar crímenes en televisión y por muchos ciudadanos que seguramente se empapuzarán cada noche a dos carrillos de documentales de Netflix sobre violadores de Arkansas es una de las hipocresías más inesperadas de este mundo tan hipócrita.
No he leído El odio, pero sí todos sus libros anteriores y conozco a Luisgé Martín, a quien no voy a dejar de celebrar como amigo, y sé que no ha habido en él más propósito que indagar en el mal, siguiendo la rica estirpe literaria de otros escritores que se metieron hasta las cejas en el barro de los monstruos. Él mismo lo ha justificado, aunque no tenía por qué. Es un error dar explicaciones: los libros se defienden o se derrumban solos.
Ruth Ortiz está en su derecho de ejercer las acciones que crea convenientes, y la justicia dispondrá lo que sea. Nadie puede cuestionar su dolor, ni dejar de comprender e incluso compartir su rabia. Pero no es Luisgé Martín quien ha causado el daño. De Bretón son las palabras, suya es la culpa. Al igual que el resto de los asesinos que hablan, balbucean, mienten, lloran y lastiman en los cientos de documentales que mucha gente verá esta noche mientras vapulea por las redes sociales a un escritor.
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