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Columna
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Koldo, más cerca de Mortadelo que de Le Carré

Qué equivocación imaginar a la villanía con aire distinguido, apariencia sedosa, modales aristocráticos. Ese personaje llamado Koldo García parece salido del universo de Ibáñez

José Luis Ábalos y Koldo García, en una imagen de agosto de 2019.
José Luis Ábalos y Koldo García, en una imagen de agosto de 2019.Manuel Bruque (EFE)
Carlos Boyero

Qué equivocación imaginar a la villanía con aire distinguido, apariencia sedosa, modales aristocráticos. Ese personaje llamado Koldo García parece salido del universo de Ibáñez, aquel artista inclasificable que tanto nos hizo reír de niños. También cuando crecimos. El rostro y la pinta del tal Koldo, aunque se mantenga la prudente distancia de los jefes del tinglado o se coloque gafas oscuras, es inevitable que lo asocie con Mortadelo y Filemón, Rompetechos, El botones Sacarino, Pepe Gotera y Otilio, y demás ilustres caricaturas. Pero estos nunca hicieron grandes negocios ni se dedicaban a la política, no habían sido legitimados por los democráticos, entusiastas o resignados votos de los ciudadanos convencidos estos de que hay que elegir entre los buenos y los malos, lo regular y lo peor. Lo que encuentro lamentable es que todo Dios se cebe con el pasado del campechano Koldo por haber sido este portero de un burdel. ¿Acaso hay escandalizados reproches contra los porteros de las grandes empresas, de los bancos, del parlamento? Que como todos saben, incluidos los bebés, encarnan las esencias del humanismo, la justicia social, transparencia, la honradez, el servicio al pueblo, esas cositas.

Sin embargo, a mi cinefilia no le costaría nada reconocer en las películas al sacrificado y currante Ábalos como uno de los malos. Siempre en el papel de jefe o de privilegiado lugarteniente. Me parece buen actor, curtido, frío, en una profesión abarrotada de intérpretes casposos. Es duro, es arrogante, asegura que se siente como muerto ante las injustas acusaciones e irreparablemente dolido y estafado por las presuntas fechorías de su fraternal lugarteniente. Pero su teatro posee cierta autoridad. Tiene un punto bastante macarra. No se pondría solemne ni le diría a un interrogador sinuoso aquella cosa tan antigua e idiota: ¿Pero usted sabe quién soy yo, usted sabe con quién está hablando?

Sospecho que este hombre puede convertirse en una bomba nuclear si el poder no atiende a su muy humana petición de ¿qué hay de lo mío?. O sea, me convertiré en un sepulcro si me garantizáis que voy a seguir viviendo con tanto bienestar económico como el que logré desde mi adscripción en la juventud a la política.

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