María Teresa Campos y María Jiménez: la muerte no iguala a todos
Dos siglos XX murieron esta semana. Dos siglos XX populares, individualistas y con carisma
Una broma recurrente de Nacho Vigalondo cada vez que muere un famoso es apostillar: con él desaparece el siglo XX. La necrológica es uno de los géneros más ingratos y fatigados por los tópicos que existen. Cuando no son textos autocomplacientes en los que el protagonista parece el autor del obituario en lugar del muerto, se presentan como un recuento inane de elogios genéricos que podrían caberle bien a cualquiera. Si han vivido con largura e intensidad y les ha dado tiempo a pasarse de moda, se puede decir, con Vigalondo, que con ellos muere una época. El siglo XX, por ejemplo.
También dice otro tópico que la muerte iguala a todos, aunque esto no es cierto para la televisión. Se murió María Teresa Campos, una figura fundacional y fundamental del medio, una presentadora que inventó una forma de ser y de estar. Entre sus muchos méritos, vistió a la tele de diario, incluso de andar por casa. Hasta que llegó ella, los programas iban endomingados y engoladísimos. Vino la Campos y se soltaron los corsés.
Justo era que un medio que tanto le debía le concediese toda su atención y sus mejores recursos, pero murió casi a la vez María Jiménez, y su entierro en coche de caballos por Triana apartó el recuerdo de la presentadora malagueña. La propia Campos habría entendido que había que interrumpir su emisión para conectar con Sevilla. Carroza y flamenco ganan a cualquier cosa, incluso a la figura que hizo normal en la televisión lo que era normal en la calle. Dos siglos XX murieron esta semana. Dos siglos XX populares, individualistas y con un carisma que en el siglo XX muchos habrían calificado de racial (en el XXI ya no decimos esas cosas). Pero dos siglos XX muy desiguales: traicionando a su propia historia, la tele ha sido fiel a sí misma.
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