Loreen vuelve a ganar Eurovisión para Suecia y Blanca Paloma queda en la posición 17
Con la victoria del tema ‘Tattoo’, la cantante logra que su país iguale a Irlanda en mayor número de victorias en la historia del certamen, con siete. La representante española consigue 100 puntos, aunque solo cinco son de votación popular
El Reino Unido ha vivido una nueva coronación tan solo una semana después de la de Carlos III. Loreen se ha convertido en realeza eurovisiva al ganar este sábado el festival de la canción europea por segunda vez. El triunfo de su Tattoo con 583 puntos, arrasando en el voto profesional, ha hecho que Suecia iguale a Irlanda en mayor número de victorias en la historia del certamen: siete. La segunda clasificada, Finlandia, ha obtenido 526 puntos gracias al voto popular para el Cha Cha Cha del cantante Käärijä. El año que viene, por tanto, Suecia organizará el evento coincidiendo con el 50 aniversario de la victoria de ABBA con Waterloo.
Eurovisión es, en buena parte, relato. Y así ha sido con la doble consagración de la cantante. Ella ya era leyenda antes de pisar el M&S Bank Arena de Liverpool donde se ha celebrado el festival a lo largo de esta semana. Regresaba después de vencer en 2012, lo que la convierte en la segunda cantante en lograrlo tras el irlandés Johnny Logan, en 1980 y 1987. El tema que dio la primera victoria a la sueca, Euphoria, fue entonces un éxito comercial en los países miembros de la Unión Europea, en los que lo eran y han dejado de serlo en este tiempo, en los que no lo son pero querrían serlo y en alguno otro de fuera de esas fronteras. Su melodía trascendió a la radiofórmula y, más tarde, a las plataformas de streaming. Es uno de los hitos que ha hecho que Eurovisión recuperara popularidad en la última década.
Blanca Paloma ha quedado en 17 posición con 100 votos y un sorprendente rechazo del voto popular, que solo le ha concedido cinco puntos. Con su arañazo vocal y una propuesta llena de aristas, en lo audiovisual, en lo escénico, en lo conceptual, ha hecho que fuera una de las más queridas por los seguidores de Eurovisión durante los meses previos a esta semana final. Sus participaciones en las europarties oficiales han sido de las más aplaudidas y, hasta hace unos días, se mantenía entre los cinco países favoritos para la victoria gracias en parte al efecto Chanel del año pasado. Pero a medida que se sucedían los días, su posición ha ido cayendo en favor de otros candidatos. Aunque no ha habido nada reprochable en su actuación de esta final. Desde el espectacular corpiño diseñado por Paola de Diego al equipo de producción, cuerpo y baile que ha heredado de su paso por el mundo del teatro independiente. En general, la realización televisiva no ha hecho justicia a la espectacularidad de las propuestas en vivo, en un escenario gigantesco de más de 450 metros cuadrados que ha hecho que el aforo del recinto, habitualmente por encima de los 11.000 asientos, se haya visto reducido a menos de 7.000.
Como Loreen, muchos de los que triunfan en el festival han tenido la capacidad de enviar un mensaje visual, icónico, universal e inmediato, sobrándoles incluso varios de los escasos tres minutos que la organización les concede para captar a la audiencia. Así lo hizo antes Dana Internacional en el milenio pasado, siendo la primera mujer trans en pisar, empoderada, un escenario al que miran cada año casi 200 millones de personas. Ganó el certamen para Israel con Diva en 1998. El mismo efecto logró la presencia no binaria de Conchita Wurst en 2014, ejecutando a la perfección en directo, con barba, melenón y ceñido vestido en dorado, un tema de corte a lo James Bond con una solvencia a la altura de la propia Shirley Bassey. La delicadeza al piano del enfermizo portugués Salvador Sobral tres años después fue otro ejemplo de ello. Y también lo fue la reivindicación del año pasado de los ucranios Kalush Orchestra, convenientemente conectada con el folclore de una nación herida. Esta edición, la Unión Europea de Radiodifusión (UER) ha negado al presidente ucranio, Volodímir Zelenski, la posibilidad de lanzar un mensaje durante la retransmisión de la gala de este sábado. Pero, por mucho que se empeñe en alejar a su gran evento de los mensajes ajenos a lo hedonista, todo entretenimiento masivo tiene una relevancia sociológica que a menudo se convierte en política.
El concurso musical no solo vive de la marcianada freak, porque la de los representantes croatas de este año, vestidos con gabardina, bigote y estética dictatorial, aunque teñida de rosa, implicaba una crítica a Vladímir Putin. Alguna otra rareza ha tenido también su enjundia. Las austriacas Teya y Salena invocaban al principio de la noche al espíritu del escritor Edgar Allan Poe en su canción para satirizar a una industria musical poco amigable con sus compositores y con sus talentos femeninos. El número 0,003 que ha aparecido en su actuación es una referencia al dinero en euros que perciben los artistas cada vez que una de sus canciones se reproducen en streaming.
Con todo, la velada ha sido desde el principio el show de Loreen. Desde que se convirtiera a principios de año de nuevo en la representante de su país, dominó con claridad las apuestas oficiales y las encuestas de los eurofans. Los suecos llevan décadas demostrando que son capaces de fabricar y exportar en cadena estribillos virales con la misma facilidad con la que lo hacen con los muebles de bajo coste.
El público ha sido el único que ha decidido los 26 clasificados para la final, al ser su opinión la única que contaba en las semifinales. Donde sí se ha mantenido el equilibrio entre el voto profesional y el del público ha sido en la final. Además, este año se ha abierto la votación a los países que no participan en Eurovisión para dar voz a todos esos espectadores de fuera que también siguen el certamen. Sus votos se sumaron todos juntos, contando como un solo país. Estos cambios se han introducido después de que una comisión de la UER haya estudiado el sistema de votación tras los problemas que hubo el año pasado, donde detectaron “irregularidades sin precedentes”.
Liverpool se convirtió en la sede de Eurovisión 2023 después de que la UER designara de forma directa al Reino Unido como anfitriona de este año. Una Ucrania que sigue enfrentándose a la invasión rusa le impedía celebrar el evento que ganó la edición pasada. La ciudad británica ha sido en las horas previas a la final una explosión de color y gentío en medio de la incoherente planificación arquitectónica de sus avenidas principales. Pero, además de no dar excesiva presencia a su supuesto coanfitrión ucranio más allá de algunas banderas y muestras artísticas callejeras, ha fallado a los eurofans en varios aspectos. El colapso del transporte aéreo, sumado a la huelga de trenes convocada por el sector ferroviario del país para estas jornadas, ha complicado el acceso a muchos asistentes. Y el recinto, lamentaban muchos de ellos tanto el viernes como el sábado mientras hacían cola para acceder a él, ofrecía menos asientos que en otros destinos anteriores, lo que hacía muy difícil obtener tiques para sus galas. El acceso a los ensayos también ha sido más restringido esta vez a quienes cubrían el festival, favoreciendo así durante días la exclusiva informativa a una poderosa red social asiática convertida en patrocinadora oficial del millonario acontecimiento mediático.
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