Newman y Woodward: cuando los personajes son los actores
‘Las últimas estrellas de Hollywood’ es un atrevimiento magnífico, para escándalo de biógrafos y deleite de espectadores
He disfrutado bastante con Las últimas estrellas de Hollywood (HBO Max), y eso que su autor, un Ethan Hawke anfetamínico, pixelado, sin duchar y casi siempre insoportable, ponía muy difícil el disfrute. Merece la pena sobreponerse a su entusiasmo demente, más propio de un after que de la puesta en escena de un documental biográfico. También se pueden obviar los planos fijos de videollamada, esa maldición confinada que algunos se empeñan en normalizar como rasgo de estilo, y las inanidades de los amigos famosos de Ethan Hawke, que no saben nada de los protagonistas de la serie, pero opinan igual.
Las últimas estrellas de Hollywood son tres documentales simultáneos. Por un lado, están los testimonios hechos con Zoom, que se pueden pasar a doble velocidad. Luego viene lo que parece el cogollo del asunto: las transcripciones de las cintas con las que Paul Newman iba a escribir sus memorias. El interesado las quemó, pero se conservan los textos, y un grupo de actores (con George Clooney en el papel de Newman) las interpretan. Solo esa parte ya merece la pena, pero la virguería narrativa y artística de la serie está en el tercer documental que contiene, hecho con metraje de las películas de Newman y de Joanne Woodward. A través de esas ficciones, se va contando la verdad de sus vidas.
Nos han enseñado a distinguir al actor del personaje, por lo que plantear que la vida de unos actores puede contarse a través de sus personajes es casi sacrílega. Narrar el sentimiento de orfandad de Woodward con una escena de El largo y cálido verano o analizar la sensación de fracaso e impostura que domina a Newman recurriendo a El buscavidas es un juego metacinematográfico, metavital y metatodo que hace de la serie un atrevimiento magnífico, para escándalo de biógrafos y deleite de espectadores.
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