A Laura Pausini no le quitan lo ‘cantao’
La carrera de una estrella del pop exige una neutralidad más tiesa que la de Isabel II de Inglaterra
Cuando Pablo Motos le pidió que cantase Bella ciao, Laura Pausini debió de sentirse como la cantante de la orquestina del café de Rick en Casablanca cuando Victor Laszlo se acerca a los músicos y les grita: “¡Toquen La marsellesa, tóquenla!”. La cantante de la película (Corinna Mura) obedece porque Rick le da permiso y porque todos quieren humillar a los nazis, pero Pausini no tenía en el plató a un jefe que le dijera “adelante”. Ni Pablo Motos era un antifascista refugiado en el Marruecos francés ni se libraba una guerra en los estudios de El hormiguero. Por eso la cantante recurrió a su instinto comercial y replicó que no tenía el cuerpo pasionario.
Nadie se convierte en Laura Pausini con soflamas políticas. Una carrera como la suya exige una neutralidad más tiesa que la de Isabel II de Inglaterra. En los tiempos en que Pausini triunfó, llegar a todos los públicos significaba no molestar a ninguno. El prejuicio puede llevar a pensar que Julio Iglesias —la expresión más acabada de ese tipo de figura pop— tiene ideas conservadoras, pero si mañana se descubriese que es un militante del Partido Comunista de los Pueblos de España o simpatizante de la CNT, sería verosímil. Lleva tanto tiempo puesto de perfil (enseñando el lado bueno), que nadie lo reconocería si se presentara de frente.
Pero, en estos tiempos, el silencio ya no es rentable. Cuando Motos, desde la inconciencia banal del espectador de La casa de papel, invitó a Pausini a cantar un himno partisano, rompió 30 años de apoliticismo. No había escapatoria. Si cantaba, saldría a hombros de las izquierdas. Si se negaba, a hombros de Salvini y de Meloni. Creyó que podía librarse actuando como siempre. Vanísima ilusión. De haberlo sabido, quizá habría entonado una estrofa. Al menos, así, podría decir: “Que me quiten lo cantao”.
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