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Columna
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‘Capitani’ o los submundos de un paraíso

La serie policial luxemburguesa lleva al protagonista a la parte oscura del país con la segunda renta del mundo

Luc Schiltz en 'Capitani'.
Luc Schiltz en 'Capitani'.
Ángel S. Harguindey

Si, como sugiere el sentido común, los sociólogos e historiadores futuros desearan analizar nuestro presente, deberían contemplar las series de televisión con igual o mayor interés que los documentos escritos. Dejando de lado la cansina dicotomía realidad-ficción, las series aportan una información tan interesante como subjetiva sobre el hoy y el aquí, es decir, con la misma credibilidad que los sesudos mamotretos de los especialistas.

Viene esto a cuento de la segunda temporada de Capitani (Netflix), una producción luxemburguesa sobre las andanzas del expolicía Luc Capitani que, tras una temporada en prisión condenado por asesinato, se dedica ahora a las labores privadas de detective en la capital del Gran Ducado. Contratado por una prostituta para localizar a una compañera desaparecida, Capitani iniciará su particular viaje al submundo del sexo y las drogas, una peculiar visión de la capital de un país con la segunda renta per cápita del mundo, con una política tributaria que bordea el concepto de “paraíso fiscal” y algo menos de 700.000 habitantes que, sin embargo o quizá por eso mismo, no está exenta de esa lacra que son las mafias o ese fracaso social que es la inmigración ilegal con una, al parecer, nutrida colonia nigeriana.

Claro que sin criminales las labores detectivescas serían más aburridas y, por lo tanto, las series menos atractivas. Lo uno por lo otro. Una serie correcta, sin excesivos alardes de talento pero realizada desde la convicción de que la corrección es un valor añadido en tiempos en los que parecen entronizarse la basura televisiva, la importancia de las cloacas en la política o la desalmada especulación financiera. Menos mal que Capitani, pese a todos los obstáculos que se presentan en su labor, conseguirá el final feliz.

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