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Columna
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Calor

Lo gore, la violencia extrema, la pornografía de los sentimientos siempre han poseído un hueco privilegiado en el mercado. Las audiencias deben de otorgar su bendición al morbo planificado

Un hombre se refresca bajo unos chorros de agua en Madrid Río a principios de julio de 2022.
Un hombre se refresca bajo unos chorros de agua en Madrid Río a principios de julio de 2022.EDP
Carlos Boyero

“No leas odas, hijo mío. Es mejor que consultes los horarios de los trenes. Son más exactos”, aconsejaba Enzensberger en Poesías para los que no leen poesía. De los horarios de los aviones no decía nada. Pero sospecho, que al igual que yo, se pondría de los nervios cada vez que escucho ese mantra tan cansino e irritante de “por causas ajenas a nuestra voluntad se ha producido un retraso”. También me altero mucho cuando en ese aparato llamado televisión, que vomita todo el rato relatos de terror y boberías irredentas, informan de que se acerca otra ola de calor. Y me pregunto: ¿pero alguna vez se ha ido? Nos aseguran que este mes han muerto aquí 2.000 personas debido a él. Casi mejor eso que seguir soportando el sufrimiento que este causa en el ánimo y en el cerebro de tanta gente en depresión crónica, con su cerebro y su corazón a la intemperie. Y luego pasa lo que pasa. Ya lo contó Albert Camus al principio de El extranjero: “maté en una playa de Orán a un hombre al que no conocía porque hacía calor”.

En las televisiones, no solo en los informativos, sino en casi toda su programación, los presentadores componen gesto y mirada dramática al anunciar cada cinco minutos: “les avisamos de que las imágenes que vamos a ofrecer son muy duras, que pueden herir su sensibilidad”. Imagino que tales imágenes son las más ansiadas al hacer la programación diaria. Deben de bramar los jefes del tinglado: “Quiero tres asesinatos, cinco palizas, seis violaciones”. Lo gore, la violencia extrema, la pornografía de los sentimientos siempre han poseído un hueco privilegiado en el mercado. Las audiencias deben de otorgar su bendición al morbo planificado, a estas cositas malsanas.

Qué alivio saber que durante un mes me voy a librar de la compañía de este tedioso teatro llamado televisión. Y como no tengo redes sociales, tampoco me enteraré de las horribles noticias del mundo. Mi salud mental ya lo empieza a agradecer.

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