Hay un negro en mi serie
La mayor parte de las actrices inmigrantes tienen dos papeles posibles: prostituta (si son jóvenes) y chica de la limpieza (si ya no son tan jóvenes)
En 1931 Murnau rodó una obra maestra en las aguas del Pacífico: Tabú. Un texto anunciaba al principio que todos los actores eran nativos de las islas. Lo normal ya entonces era pintar a la gente de colores. En la década de los setenta eclosiona el blacksploitation, y hasta hace cinco o seis años siempre había un actor “de color” en las películas policíacas: el que moría después de decir que se jubila mañana. Para sobrevivir hay que guardar lo de la jubilación para uno mismo.
A finales de la primera década de este siglo, un director español pide chicas modernas para protagonizar su primer largometraje. Rechaza a una rutilante asiática porque “no se entendería” qué hace una china en España en 2010. Unos diez años después, una actriz transexual recibe una oferta para interpretar un pequeño papel “muy inclusivo y normalizador” en una serie en la que ella interpretaría a una prostituta transexual enamorada de su proxeneta.
La mayor parte de las actrices inmigrantes tienen dos papeles posibles: prostituta (si son jóvenes) y chica de la limpieza (si ya no son tan jóvenes). Apostaría a que todas desean tener papeles con algo más de recorrido. Sería deseable que desde el colectivo de los creadores se viese que un gay no es solo un gay, una enferma mental no es solo una enferma mental, y un negro no es solo un negro. De hecho, en muchas películas la trama de la chica es… ser chica. España es un país grande con acentos, matices, orografías, edades, y por supuesto una población creciente que no es nativa. Es raro, pero parece que el único consciente de esto fue Murnau.
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