En el rodaje de ‘Los pacientes del doctor García’: fiesta nazi en El Pardo
La serie basada en la novela de Almudena Grandes sitúa una de sus escenas más espectaculares en uno de los cortijos de Franco. Asistimos a la grabación acompañados por el poeta Luis García Montero, viudo de la autora, y otros familiares
Saltar de una cabeza a una novela ya es un procedimiento de alquimia complejo, extraordinario, único para cualquier obra, pues ni siquiera la mente privilegiada de un autor sabe exactamente cómo transformará las chispas de imaginación y el inmenso esfuerzo de documentación en una delicatessen de palabras para los lectores. Pero el siguiente paso, convertir esa obra unipersonal en materia prima de una superproducción audiovisual, no es ya alquimia, sino lo más parecido a pasar de una cueva con una vela encendida a una fábrica de fuegos artificiales en explosión.
Cientos de personas están trabajando en esa fabulosa sala de máquinas para convertir Los pacientes del doctor García, la penúltima entrega de los Episodios de una guerra interminable de Almudena Grandes, en una serie: son 40 años de personajes que pasan de jóvenes a ancianos; escenarios tan dispares como Berlín, Croacia, Rusia, Buenos Aires, Londres o Washington; tropas de varios ejércitos, de muchos bandos y distintivos; vestuarios de época desde los años treinta a los setenta. Y estos días en El Pardo, donde EL PAÍS ha asistido al rodaje de varias escenas con el poeta Luis García Montero, viudo de la autora, junto a Mauro, su hijo, y más miembros de una familia aún muy dolorida, eso supone introducirse en una fiesta nazi en plena finca de lo que fue cuartel general de la familia Franco. Mucho espectáculo y mucho yuyu.
“Para los españoles de cierta edad, llegar aquí y verlo lleno de nazis y franquistas asusta, impone”, confiesa García Montero mientras dos actores de bigotillo y cabello engominado pasan a nuestro lado rumbo a unas mujeres de tocados recatados, faldas de vuelo y tacones de época. Uno de ellos está tan mimetizado con la estética nazi que da miedo al verle levantar el brazo, aunque solo sea para agarrar un chocolate del catering con el que se pringará el bigote. En el acto le reprende la jefa de vestuario, no vaya a mancharse el chaleco. “A Almudena le habría encantado ver todo esto”, sonríe el poeta.
El rodaje de esta serie de 10 capítulos, coproducción de RTVE, Diagonal TV y DeAPlaneta con participación de Netflix, empezó el 17 de enero, apenas semanas después de la muerte de Almudena Grandes, y no hay actor, actriz o miembro del equipo de los que forman corrillo en torno a su familia que no exprese lo que le importaba la autora.
—Mi sueño al aceptar este papel era cenar una noche con vosotros dos —dice el actor Tamar Novas al conocer al poeta.
—Ella ya no está, pero lo haremos —responde el poeta.
—He leído tres veces la novela para ser fidedigno —sigue Novas.
—Aquí es la Biblia que nos resuelve todo, es la red de seguridad —apoya el también actor Javier Rey.
Rey interpreta al doctor García y todas sus identidades, como Tamar Novas encarna a Manuel Arroyo y las suyas, ya que, en esa cueva con la vela encendida que fue la mente de Almudena Grandes, la autora ideó una compleja historia de espionaje en la que las vidas de estos dos amigos se van entretejiendo con las más desgraciadas cabriolas de la historia española, alemana y argentina. “He hecho más personajes en esta historia que en toda mi vida de actor”, confiesa Novas. “Además, también me haré mucho mayor”.
Las prótesis y el maquillaje ayudarán a que este hombre de 35 años, que recibió un Goya a mejor actor revelación por Mar adentro en 2004, vaya envejeciendo a lo largo de las décadas de su historia. En la de los cuarenta, la que nos ocupa en este día soleado en la Quinta del Duque del Arco en El Pardo, los dos amigos se intentan introducir en los círculos nazis del Madrid franquista para infiltrarse en una trama de evasión de criminales de guerra hacia Argentina. Verónica Echegui es Amparo Priego, la vecina de la infancia de García, su amante y, en última instancia, una falangista atrapada en casa del doctor durante la Guerra Civil. Y Eva Llorach es Clara Stauffer, la nazi que dirige la organización.
“Lo peor es que ahora tenemos que cantar un himno nazi en alemán que nos hemos aprendido, me da miedo que invoquemos el mal”, bromea Llorach con gesto de cierto escalofrío en el cuerpo. Feliz de participar en el proyecto, se declara también sobrecogida por la dimensión de la maldad del personaje que encarna. “Ha sido duro preparar el personaje, entender las motivaciones de Clara Stauffer para poner siempre los principios por encima de cualquier otra cosa”. Bajo su vestido festivo de época, Llorach oculta unos botines bajos con los que aguantar la larga jornada de rodaje que tiene por delante porque, como recuerda Luis García Montero que oyó decir a Paco Rabal: “A los actores nos pagan por esperar”.
Por ello, la escena escogida se repite una y otra vez mientras Montse Sancho, la diseñadora de vestuario, está fijando con alfileres un banderín argentino en el uniforme del actor que encarnará al día siguiente a un coronel de Videla. “Tengo ropa para vestir a 4.000 personas”, cuenta en el espacio en el que se amontonan botas, uniformes, vestidos de fiesta y lo que haga falta, mientras le añade estrellas de pega. “El uniforme de un ejército es el mismo, sea raso o sea general. A partir de ahí se añaden distintivos”. Salvo en el caso de España, claro, donde al enfrentarse dos bandos empezaron los distintivos diferentes, los trajes de milicianos, obreros y combatientes que no tenían uniforme y todas las desgracias que vinieron.
La mayor encarnación de las contradicciones de esa España está sobre todo en el personaje de Amparo, esa falangista atrapada en Madrid bajo las bombas, amante de Guillermo García y traicionera. Verónica Echegui ha asumido el reto y cuenta que “está tan bien escrito” que no le ha costado “desentrañar su personalidad y motivaciones. En ella conviven una gran necesidad de amar con la incapacidad de hacerlo y un orgullo enfermizo que le impide aceptar las consecuencias de sus actos o la realidad de su relación con Guillermo”.
De pronto, todos desaparecen, se hace el silencio. En este palacio del Duque del Arco situado en un monte de El Pardo que Franco convirtió en su cortijo (uno de sus cortijos) se encienden las cámaras, se elevan los micrófonos, ruedan los coches de época y empieza la acción. Los nazis escapados de Alemania, que vivían tan tranquilamente en la España de la dictadura, están a punto de empezar su fiesta. Y a punto de vérselas con dos honestos republicanos que la van a liar. Y esa explosión de creatividad que implica una superproducción está en marcha. Sin Almudena Grandes, pero con Almudena Grandes. Como remata García Montero: “¡Qué bien lo habría pasado!”.
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