_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El bravo Maidán: tres documentales para entender la crisis de Ucrania

‘Maidan’ y ‘Winter on Fire’ observan cómo la protesta en Kiev de 2014 pasa del idealismo a la batalla campal. ‘The Battle for Ukraine’ visita a inquietantes milicias de uno y otro lado del conflicto

Manifestantes del Maidán cantan el himno nacional de Ucrania el 22 de febrero de 2014.
Ricardo de Querol

La revolución del Maidán, o del Euromaidán, en la capital de Ucrania entre noviembre de 2013 y febrero de 2014, logró su objetivo de derribar al presidente, el prorruso Víktor Yanukóvich, que se acercaba a Moscú, se alejaba de Bruselas y había encarcelado a su predecesora Yulia Tymoshenko. Pero aquello no acabó de salir bien del todo: en medio del caos, Rusia se anexionó Crimea y apoyó el separatismo en las regiones orientales de Donetsk y Lugansk, un conflicto que llega a hoy y tiene al mundo en vilo.

La película Maidan (en Filmin) es un documental extremo, porque no hay narración alguna, nada más que las tomas de cámaras fijas y el sonido ambiente del lugar durante dos horas que se hacen largas pero tienen algo hipnótico. Del director, Serguei Loznitsa, no cabe esperar neutralidad: es sabido que simpatiza con la protesta, pero se muestra muy honesto al servir el material así de crudo.

Al principio se detiene en la multitud que acampa en la gran plaza de Kiev, y cuya primera tarea es organizar esa ciudad improvisada, al estilo del 15-M en Madrid o la plaza Tahir en El Cairo tres años antes. Vemos a gente muy abrigada, de todas las edades, los que cocinan enormes pucheros y las colas para el rancho, las hogueras, discursos de personajes muy variopintos, rezos de sacerdotes ortodoxos y coros de niños en el escenario, gente con guitarras, el canto del himno nacional y de la versión local de Bella Ciao. A mitad del metraje se rompe la magia, porque entran en acción los policías de la Berkut, temible unidad de asalto, y también bandas de radicales: encapuchados que tiran piedras, guerrilleros urbanos con máscaras antigás levantando barricadas, coches y furgones policiales en llamas, edificios enteros devorados por el fuego, las balas de francotiradores... y los primeros féretros.

La misma historia se cuenta, pero un modo mucho más convencional, y exhaustivo en Winter on Fire (en Netflix), del director israelí-estadounidense, de origen ruso, Evgeny Afineevsky. Aquí sí hay un relato que aporta cierto contexto político (no todo) y que va saltando entre imágenes de la revuelta y las entrevistas posteriores con quienes presumen de que estuvieron allí. Es claro que se quiere marcar la diferencia entre una multitud pacífica que alzaba la voz contra el autoritarismo, la corrupción y el alejamiento de la UE, y la mayoría de esas voces son jóvenes, algunas muy jóvenes; y, en el otro lado, la brutalidad policial y de grupos violentos, los de la misma plaza y los Titushki, bandas de matones civiles al servicio del régimen.

Pese a la dureza de algunas escenas, el foco principal está en las motivaciones, ilusiones y emociones de quienes participaron en la revolución. Y no deja resquicio a la duda de que la represión fue tan salvaje como inútil, de que la policía disparaba a matar a los manifestantes hasta la noche antes de que Yanukóvich se subiera a un helicóptero para huir a Moscú y su propio Parlamento liquidara su régimen. Es un relato bien realizado y documentado, si acaso demasiado rendido a la épica, que abrió a Netflix la puerta de festivales como el de Venecia y supuso una de sus primeras nominaciones a un Oscar, el de mejor documental en 2016.

Las dos películas anteriores se centran en el Maidán y no abordan qué ocurrió después. Así que completa bien estas visiones otro documental, The Battle for Ukraine, del programa Frontline de la PBS (en su web y en Youtube). El realizador James Jones viaja al país en febrero de 2014, a tiempo de la batalla final en Kiev; la cámara graba muy de cerca muertes por tiros de la policía. Jones busca los márgenes menos gratos de la revolución en dos movimientos surgidos a ambos lados del conflicto. Se acerca al Pravy Sektor (Sector Derecha), una inquietante milicia de ultraderecha que se rodea de parafernalia neonazi y rinde homenaje al siniestro Stepán Bandera, líder nacionalista que se puso de parte de los alemanes contra los soviéticos en la Segunda Guerra Mundial. Su protagonismo en las barricadas, su incómoda presencia en la calle y en el frente, no se corresponde con su peso político, muy menor.

En el oriente del país, fuera del control de Kiev, Jones visita a los paramilitares prorrusos, que controlan las dos autoproclamadas repúblicas independientes, tipos duros que presumen de su cercanía a Moscú y que en algún caso no disimulan su nostalgia de la URSS. Dos extremos que se odian y se necesitan, porque en realidad se retroalimentan: la existencia de cada uno justifica al otro. En medio, la frágil democracia ucrania y el sueño del europeísmo que llenó de banderas estrelladas el Maidán. Un escenario más complejo del que dibujan las caricaturas (la de un régimen neonazi en Kiev, con un presidente judío, es de las más burdas, pero tiene éxito en las redes).

Después del Maidán, hubo revoluciones de colores en Kirguistán y Armenia. Ni una más en el espacio postsoviético. Las más recientes, contra los dictadores de Bielorrusia y Kazajistán, fueron aplastadas sin piedad con ayuda del Kremlin. La que empezó hace ocho años en la plaza de Kiev no tiene aún escrito su final. En el peor de los casos quedará memoria de ella.

Puedes seguir EL PAÍS TELEVISIÓN en Twitter o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_