La valiente serie serbia que cuenta el hundimiento de Milosevic
‘Los últimos tres días’, en Filmin, es el relato de la desintegración de Yugoslavia a través del momento en que el perdedor de todas las guerras se atrincheró para burlar a la justicia
Es difícil abordar la memoria histórica cuando, además de traumática, está muy reciente. La serie Los últimos tres días (en Filmin) es un notable esfuerzo de la televisión pública serbia RTS por mirar la desintegración de Yugoslavia a través de un momento clave: cuando Slobodan Milosevic se atrincheró, en la residencia que fue de Tito, rodeado de fieles armados hasta los dientes, ante la orden para su entrega al Tribunal Penal Internacional por genocidio, crímenes de guerra y contra la humanidad.
Estamos entre el 30 de marzo y el 1 abril de 2001. Lo que queda de Yugoslavia es solo Serbia (sin Kosovo) y Montenegro. Milosevic ha perdido todas las guerras y, a su pesar, también la presidencia: intentó anular la victoria en las urnas del opositor Vojislav Kostunica y tuvo que desistir ante las protestas masivas en las calles. La federación es débil y el nuevo hombre fuerte es el primer ministro serbio, Zoran Djindjic. Chocan los dos líderes: el serbio está decidido a cumplir con la orden de extradición del tirano; el yugoslavo se resiste y ofrece a cambio detenerlo para juzgarlo en casa por corrupción.
No es una serie excelente, sí interesante. No tiene la brutal intensidad dramática de El hundimiento, la película alemana sobre el final de Hitler (salvando las distancias entre genocidas). Falta naturalidad en los papeles, aunque se los hayan estudiado: nadie habla en privado igual que en sus discursos, y aquí los diálogos quedan impostados. Pero atrapa el relato detallado de la caída de un perdedor que no asume que lo es. Y funciona la recreación de todo el entorno implicado en esta crisis: los leales al déspota, que van cayendo en que están subidos al caballo equivocado; la joven periodista de televisión que discute las consignas del comisario político; la abuela y el nieto que se echan a la calle en apoyo a su héroe; el frío negociador de la rendición, que no parece abrumado por una misión tan delicada.
Milosevic acabó sentado en el banquillo en La Haya. Murió allí en 2006, antes del final de un juicio que pintaba negro para él y después de que uno de sus esbirros asesinara a Djindjic. Su recuerdo aún divide a Serbia. Esta serie también hirió sentimientos: para unos es un insulto a su caudillo; otros echaron en falta más contexto sobre sus crímenes. Los últimos tres días es una forma valiente de contar al mundo —y a todos los que estén tentados de seguir ese camino— el patético final del responsable de tanta sangre y tanto sufrimiento.
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