2021, el año del despegue de las empresas emergentes africanas
El ecosistema de ‘startups’ en el continente está en plena maduración y las inversiones de los principales fondos globales se han disparado
El año no se ha cerrado todavía, pero inversores y analistas ya consideran que ha marcado la explosión del ecosistema de empresas emergentes africanas. Samir Abdelkrim, periodista francés especializado en tecnología del continente describe 2021 como el año de “la emergencia de los unicornios (empresas tecnológicas que superan los 1.000 millones de dólares) africanos”.
El encuentro Emerging Valley que acaba de celebrarse en Marsella y que reunía a emprendedores e inversores de África y Europa, es una buena muestra del interés que despierta el espacio de las empresas emergentes africanas en los círculos de grandes fondos de inversión, pero también en diferentes estructuras públicas o semipúblicas de promoción económica, de relaciones internacionales o de cooperación.
La inversión en estas compañías no ha parado de crecer, con un paréntesis en 2020, al menos durante los seis últimos años. Sin embargo, en este ejercicio se ha producido la explosión definitiva: a la espera de que se publiquen los informes anuales, las cifras de fondos recaudados por las empresas emergentes africanas ascienden a entre cuatro y cinco mil millones de dólares, según la fuente que se consulte.
Este hito supone que, como mínimo, se ha triplicado la cantidad atraída en 2020 y prueba el ascenso de un nuevo sector para unas economías que tradicionalmente han estado heridas por la falta de diversificación. Se trata además de actividades que acercan a la ciudadanía servicios algunas veces básicos de los que hasta ahora no habían podido disfrutar. Bamba Lo, un prometedor emprendedor senegalés que expande su empresa de entregas por Senegal y Costa de Marfil, destaca que muchas startups “responden a necesidades que el Estado no está cubriendo”. Paps, la empresa fundada por Lo, permite a cualquier comercio con necesidades de reparto de mercancías llegar a sus clientes, a través de la combinación de una aplicación y una de las mayores flotas de reparto de África occidental.
La efervescencia de los intercambios propiciados por Emerging Valley tiene que ver con el crecimiento de los fondos que han puesto su atención en el continente. Satoshi Shinada lidera Kepple Africa Ventures, un fondo de inversión japonés, con sedes en Tokio, Lagos y Nairobi, que en los últimos tres años ha invertido en un centenar de empresas africanas: “En este punto creemos que tenemos que hacer que los ecosistemas sean más sólidos y para eso invertimos en startups diversas que se están desarrollando, en lugar de centrarnos en un solo unicornio”, señalaba en Marsella.
Mareme Dieng, la responsable de innovación global y estrategia de 500 Global, otra estructura de inversión vinculada a Silicon Valley, afirma tajante: “Hoy la inversión en África no es caridad, es puro negocio, porque hoy invertir en África es rentable”. A los grandes inversores tradicionales, habitualmente originarios de EE. UU., se han unido otros actores globales, desde Japón, como el caso de Shinada, hasta grandes fondos chinos y actores europeos a los que los emprendedores les reprochan un cierto inmovilismo. “En realidad, los fondos europeos son más conservadores, están más acostumbrados a sectores convencionales, por eso sus mecanismos son más lentos”, comenta Dieng.
La radiografía completa que hace Mareme Dieng retrata una región en un momento clave: “En primer lugar, estamos en una fase en la que se ven historias de éxito en el ecosistema de las empresas emergentes africanas y eso motiva a los inversores. Por otro lado, tenemos emprendedores mucho más maduros que ya han tenido diversas experiencias y han desarrollado competencias para gestionar a los equipos, eso genera confianza para invertir. Y, finalmente, el dinero llama al dinero. El hecho de que las inversiones aumenten, atrae más inversión. Hay un efecto que se conoce como el FOMO (fear of missing out), el miedo a quedarse fuera, que anima las inversiones”.
Una de las explicaciones de este crecimiento explosivo es la madurez de los ecosistemas. A los cuatro países que se habían convertido en los últimos años en la cuna de las empresas más exitosas y que recibían la mayor parte de las inversiones, Nigeria, Sudáfrica, Egipto y Kenia, se sumó, ya durante 2020, Ghana. Sin embargo, el espacio francófono del continente que se ha quedado tradicionalmente muy rezagado en esta carrera, parece empezar a recuperar cierto espacio. Aunque las cifras totales, se encuentran todavía a una enorme distancia de la de los grandes mercados del espacio anglófono, algunos países de África occidental han conseguido enfilar una dinámica de crecimiento importante.
La diversificación de las industrias también ha potenciado el incremento del último año. Tradicionalmente, el sector conocido como fintech, que ofrece servicios relacionados con soluciones económicas o financieras, ha sido el baluarte de la inversión en startups africanas. Se calcula que en los últimos años, esta industria ha aglutinado el 25% de los fondos destinados a empresas innovadoras y emergentes. Sin embargo, la llegada de la pandemia y la progresión natural de otros sectores ha hecho que la atención se multiplique y se dirija también al ámbito de la educación, la sanidad o la logística. Incluso las industrias culturales se van abriendo paso, aunque todavía en una escala que puede considerarse anecdótica.
Servicios básicos
Desde la provisión de electricidad hasta la atención sanitaria o la conexión a Internet, el hecho de que estas empresas ofrezcan servicios básicos anima también a los inversores. Para Lo, la atracción que han despertado los ecosistemas innovadores africanos se basa en varios factores: “Primero el talento: hay gente extremadamente buena que ha superado muchas dificultades. Además, hay que tener en cuenta el desarrollo de internet. Los operadores han hecho un gran trabajo en África y se puede decir que tenemos Internet prácticamente para todo, ya estamos hablando de 5G y el coste de la conexión se va reduciendo a medida que avanzamos. Y, finalmente, hay dinero. Cada vez hay más capital que llega y que permite a los emprendedores financiar sus ideas y crecer”.
Más allá de las contradicciones y las paradojas que algunos estados africanos presentan en su relación con el espacio digital, son muchos los gobiernos que se han decidido a apostar por impulsar esta economía. Aunque los emprendedores todavía expresan importantes agravios y carencias, la exigencia de un marco administrativo propicio se repite en todas las conversaciones. Por lo pronto, la aprobación de leyes de startups, desencadenada por Túnez y reproducida en otros países, pretende dar forma a un entorno administrativo más flexible y más adaptado a la realidad de estas nuevas compañías. Por otro lado, aparecen iniciativas de puesta en valor de las empresas emergentes como el reconocimiento en Costa de Marfil de Ci20, una plataforma de startups marfileñas, como interlocutor del gobierno en temas de economía digital.
El pasado martes, en el encuentro Emerging Valley, el ministro del gobierno senegalés y delegado del emprendimiento rápido para las mujeres y los jóvenes Papa Amadou Sarr declaraba que su país se ha propuesto que en 2025 la economía digital suponga el 10% de su PIB. De momento, aporta el 5,7%, mientras que la media en África subsahariana se encuentra en el 3,5%.
La consolidación de estos ecosistemas formados por muchas y muy diversas piezas parece una línea sólida, aunque se trata todavía de un sector extremadamente dependiente de la inversión extranjera, con toda la incertidumbre que eso supone. Más allá de unicornios, las empresas emergentes más modestas ofrecen servicios que ayudan a mejorar la calidad de vida de la ciudadanía y los emprendedores se sienten orgullosos de su aportación.
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