Una mina inagotable
El Internet de las cosas romperá los actuales monopolios e impulsará un mercado que está lejos de perecer
Los teléfonos de última generación, que ya posee más de la mitad de los españoles, son herramientas muy inteligentes, pero no solo porque los denomine así el mercado: tienen la capacidad de cálculo del sistema informático que en 1969 permitió a la NASA enviar el primer hombre a la luna. De ahí que, aunque no sirvan para lanzar un cohete al espacio, existan millones de maneras para utilizarlo, una por cada aplicación disponible en las varias plataformas de descarga. El smartphone, el símbolo más auténtico de la revolución del Internet móvil, se ha convertido en la base de uno de los sectores económicos más pujantes del planeta. La tecnología portátil abarca cada vez más ámbitos, se mueve hacia el Internet de las cosas, y alimenta un pastel cada vez más suculento.
Un dato es clave para entender la relevancia económica de la Red: en 1995 la empresa de mayor envergadura en este ámbito era Netscape, en aquel entonces popular navegador: valía 4.800 millones de euros. Hoy, 20 años después, la principal firma del sector es Apple, la primera empresa en comercializar en 2007 un smartphone, el iPhone: vale poco menos de 670.000 millones de euros, casi 140 veces más.
En esta expansión, los teléfonos inteligentes juegan un papel clave. En el mundo ya hay 2.100 millones de ejemplares, y la multinacional de telecomunicaciones sueca Ericsson ha calculado que en 2020 siete de cada 10 personas tendrán un teléfono inteligente y el 80% del tráfico en Internet será móvil.
"El negocio del móvil es hoy el teatro de una batalla entre las firmas de comunicación y Google", dice un experto
El crecimiento económico del sector ha sido igual de intenso: el valor del mercado mundial del negocio del smartphone alcanzó en 2014 los 236.700 millones de euros. Mucho dinero, pero pocos competidores: “El mercado del móviles es hoy el teatro de una batalla entre las grandes empresas de telecomunicación, que eran los monopolistas cuando el mercado se basaba en el tráfico de voz, y su nuevo gran competidor: Google”, explica Francesco D. Sandulli, titular de la cátedra Orange en la Universidad Complutense de Madrid.
El académico detalla las estrategias, que consisten principalmente en tratar de hacerse con el negocio del rival: “Google ya ha puesto en marcha una operadora propia en Estados Unidos, mientras las operadoras tradicionales incentivan la difusión de los sistemas operativos alternativos al del gigante californiano. Un ejemplo, aunque no muy exitoso, es el intento de Telefónica de comercializar un teléfono con el sistema operativo móvil de Firefox”, explica.
El hervidero de desarrolladores de apps —en varios casos dueños de start-ups que en pocos años se han tornado en empresas millonarias—se quedan, en la visión de Sandulli, lejos del pastel: “El de las aplicaciones es un mercado de estrellas, como el cine. Por unos pocos que lo logran, hay muchísimos que no consiguen sacar provecho de su actividad y a menudo acaban echando el cierre de sus empresas”. Según los datos de la Secretaría de Estado de Telecomunicaciones, solo el 10% de las 3,8 millones de aplicaciones que se bajan cada día son de pago.
Para Luis Hernández, CEO y fundador de Uptodown, tercera plataforma de descarga de aplicaciones del mundo para Android después del Google Play Store y del Appstore de Amazon, el mercado ya es poco más que un monopolio de la propia Google y de Apple. Con más de 50 empleados y una facturación de 1,2 millones de euros en 2014, su empresa, radicada en Málaga, ha conseguido buenos resultados. Pero él mismo ofrece un dato que relativiza su éxito: “En 2015 Google facturará 100.000 millones de dólares (90.346 millones de euros). Es una diferencia abismal respecto a cualquier start-up, por muy afortunada que sea”, aclara. “Los wereables [como por ejemplo los relojes conectados con los móviles] y más en general el Internet de las cosas, representan la herramienta para romper el dominio absoluto de los gigantes estadounidenses. El mercado se diversificará muchísimo y no podrán desarrollar tecnologías para estar en todas las novedades”, asegura.
En efecto, todo apunta a que el Internet de las cosas se convertirá en la nueva revolución tecnológica. El mercado de los wereables valía 1.500 millones de euros en 2014, el doble que en 2013, según un estudio de la multinacional de telecomunicaciones californiana Juniper. Las cifras de varias consultoras fotografían un crecimiento elevado en los sectores más importantes. Si en 2013 había 23 millones de coches conectados a Internet, en 2020 serán 152 millones, seis veces más. Además, las mejoras en la movilidad debidas al aumento de los coches sin conductor —la caída de la siniestralidad— generará un ahorro en el mundo de 5 billones de euros; y en 2020 habrá 100 millones de bombillas conectadas, 42 veces más que en 2013.
“Estamos asistiendo a una uberización [en referencia a Uber, la plataforma que permite a particulares compartir su coche como medio alternativo al taxi] de otros importantes sectores: la economía colaborativa se instala en las infraestructuras tradicionales y amplía sus posibilidades de desarrollo. El Internet de las cosas se está transformando en el Internet de todas las cosas”, dice Sanyu Karani, fundador de FundingBox, una aceleradora de start-up con sede en Nueva York. Asegura que hay ámbitos como el de las energías limpias o la sanidad en los que el nivel tecnológico es tan alto que representa un reto hasta para Google: “Ilumina, empresa líder en mapear las secuencia de ADN, posee una base de datos con la que ni siquiera Google puede competir. Y como ella, hay muchas otras empresas que contribuirán a romper los actuales monopolios y a expandir el mercado”. La mina del negocio de Internet parece, pues, lejos de agotarse.
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