Emprender como idea política
La voluntad de resolver un problema implica, a menudo, una dimensión social
Mestizo y delgado, Marlon Parker es informático por la Universidad de Tecnología de la península del Cabo. Sudafricano de 34 años, vive en un barrio marginal donde los jóvenes se drogan y creen forjarse una identidad atractiva afiliándose a pandillas. Empeñado en ayudarlos, reunió a un puñado y les mostró cómo podían usar la tecnología digital para contar su historia. Impresionados por el resultado, sus padres se acercaron para contar la suya. Luego llegaron los abuelos, seguidos por los hermanos más jóvenes.
Parker solo formó al grupo inicial, 14 chavales, que después transmitieron a otros sus enseñanzas. Y así sucesivamente. Más de 6.000 personas fueron adiestradas en la red para ayudarse unos a otros. Para organizarlos, Parker creó la organización sin ánimo de lucro RLabs, cuyo objetivo es “reconstruir comunidades” e introducir “la revolución social a través de la innovación”.
A medida que metían las manos en la masa, los jóvenes y no tan jóvenes se enfrentaron con problemas de otra índole. Crearon entonces una incubadora social porque “hacía falta generar recursos para transformar a los vendedores de drogas”. Había, por ejemplo, que responder a las consultas de drogadictos con herramientas accesibles —como los móviles—, pero sin movilizar a cientos de consejeros a cada instante. Concibieron un sistema de mensajería instantánea que permite la comunicación directa entre los interesados, bajo “el ojo avizor” de los consejeros. Les permite manejar 300 conversaciones por hora y ser muy eficientes. Se llama Jamiix, contracción de Jamiia, que significa comunidad en swahili y “x” del inglés “exchange”.
Bastó después con cambiar su apariencia para venderla a otras organizaciones: a grupos que trabajan con víctimas del Sida, centros de asesoría a universitarios, call centers... También a quienes manejan comunidades. Una función de charla en directo facilitó que la mayor red social africana, Mxit.com, la adoptara. Funciona en varios países del continente y hasta en Indonesia para catástrofes naturales.
Hoy día Jamiix es uno de los productos de Movigotech, que preside Parker, presente en Sudáfrica, Malasia, Finlandia y Reino Unido. También creó una aplicación cartográfica de puntos de interés a través de móviles. RLabs opera en 20 países. Se trata de una empresa nacida de la necesidad de ayudar de manera innovadora a jóvenes necesitados. Parker es, pues, un emprendedor. No empezó a serlo cuando cobró por sus servicios, sino desde el día que usó su conocimiento y reunió los recursos para atender a 14 jóvenes desfavorecidos.
Los anglosajones reconocen al economista francés Jean-Baptiste Say como el primero en usar el término entrepreneur como elemento determinante de la actividad económica. Lo definía como alguien capaz de “desplazar recursos” de un nivel donde no son rentables a otro estrato donde serán más eficaces.
Casi un siglo después el austríaco Joseph Schumpeter dio al vocablo una nueva dimensión al decir que tiene la energía “para trastocar la propensión a la rutina y llevar a cabo innovaciones”. Con el tiempo, pequeños toques han sumado la aptitud de aprovechar oportunidades, ser capaz de arriesgar y de implantar el conjunto con gran trabajo y sin temor a fracasar. En el transcurso de mis viajes he llegado a definir al emprendedor como alguien que detecta oportunidades, reúne recursos y toma los riesgos necesarios para realizar un sueño.
En el Mes del emprendedor 2012, Brett Nelson, exeditor de Forbes, escribió en su revista: “En el sentido más puro, son los que identifican una necesidad —cualquiera— y la satisfacen. Es una urgencia primordial, independiente de producto, servicio, industria o mercado”. Los distingue de gestores y financieros, como debemos diferenciar empresa y corporación.
Al escribir estas palabras recuerdo a Mahatma Gandhi, Martin Luther King o Steve Jobs. Y pienso que emprender e innovar (nociones difíciles de separar) son también valores políticos, valores de izquierda, de forma no exclusiva pero indiscutible.
La innovación, como la descubro por donde quiera que vaya, es el resultado de un ensamblaje improbable de elementos, no siempre nuevos, para resolver un problema, responder a necesidades o aprovechar una oportunidad. Y la voluntad de resolver un problema implica, a menudo, una dimensión social.
He descubierto tres categorías. Los emprendedores de negocios piensan esencialmente en ganar dinero. Los sociales, numerosos y reconocidos, crean una empresa con un objetivo social, capaz de autofinanciarse y generar dinero. Añado una tercera, los activistas. Reúnen recursos y gente para atacar problemas sociales sin afán lucrativo. Las tres categorías usan con igual energía dos nociones fundamentales: “Crear valor”, sin conferirle el mismo sentido al término, claro está, y “cambiar el mundo”.
Nadia pondría en tela de juicio que Gandhi, King y Jobs, cada uno a su manera, contribuyeron a ello. No es menos cierto, que, a niveles más modestos, los fundadores de Skype trastocaron las telecomunicaciones, al igual que los activistas de la avenida Habib Burguiba (Túnez) o de la plaza Tahrir en El Cairo movilizaron recursos, arriesgaron, aprovecharon oportunidades e innovaron.
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