La receta de un adolescente autista para superar sus problemas con la comida
David Martínez padece hipersensibilidad sensorial y problemas de atragantamiento. Pero cocina y prepara un taller adaptado a las personas que tengan algún tipo de dificultad

Como a tantos otros quinceañeros, a David Martínez le encanta cocinar. Sus especialidades son “la tortilla a la francesa, el arroz al horno y los pepitos”. “Me gusta ver programas de cocina porque siempre aprendo algo nuevo”, dice, y sus “cocineros preferidos son Rubén Fenollar, Susi Díaz y Paco Torreblanca”, todos de la Comunidad Valenciana, como él, que nació en Gandia (Valencia, 80.095 habitantes). Se ha confeccionado incluso un extenso recetario repleto de dibujos porque David, que es autista, se sirve de los pictogramas para entender y hacerse entender. Con ayuda de ellos dará también una charla en la feria Alicante Gastronómica, que se celebrará este octubre. “Voy a hacer un taller de cocina adaptado a las personas que tengan algún tipo de dificultad”, adelanta, “explicar lo que es el autismo en primera persona y mis problemas diarios con la alimentación”. “Las personas con autismo tenemos mucho que enseñar y vosotros mucho que aprender”, afirma.
David atiende a EL PAÍS desde el Whatsapp de su madre, Joana Navas, quien cuenta que su hijo “fue diagnosticado a los 15 meses de edad”. Además del autismo, sufre un “trastorno alimentario y problemas de atragantamiento”, que obligaron a “desensibilizar la lengua, el paladar, la mandíbula, la cara entera de David, a quien no se le podía besar ni tocar”. Con paciencia y poco a poco, fue acostumbrándose. “No se pudo cepillar los dientes hasta los seis años”, recuerda su madre, “todo lo vomitaba”.
También es hipotónico, padece una disminución de su tono muscular. Los médicos “nos dijeron que no hablaría nunca, que no andaría”. Se equivocaron. Desde hace años, madre e hijo dan “charlas en todos lados para informar sobre el autismo”. “Va al gimnasio, hace deporte, porque como no tiene masa muscular, necesita mucho ejercicio”, narra Navas. “Usa lenguaje verbal y pictogramas” para comunicarse.
La alimentación diaria forzó que la familia ―Navas se dedica por entero a su hijo y Tomás, el padre, trabaja en la Ford de Almussafes― siguiera un lento aprendizaje. “De pequeño, llegó a comer diez yogures diarios”, recuerda Navas. “Todo lo comía supertriturado y en muy poca cantidad”. La dieta “le provocó falta de vitaminas”. Así que su madre empezó a cocinarle “un cocido o unas lentejas, lo pasaba por el pasapuré hasta convertirlo en líquido y lo ingería con jeringuillas que no podían tocarle la lengua o la garganta”. El esfuerzo sigue siendo enorme.
“Las recetas están adaptadas a sus necesidades”, explica Navas. “El helado lo tiene que comer derretido, porque si es muy cremoso se ahoga; el yogur, muy removido”. Y sólidos como el pollo “se lo corto con tijeras en tiras minúsculas”, porque David “mastica muy poco, pero va mejorando, hemos conseguido que asocie la comida a algo bueno, no a un dolor”. “Al instituto”, es un buen estudiante de tercer curso de la ESO, “se lleva para almorzar un sándwich sin corteza que desmenuza en trozos pequeños”. “Le han tenido que practicar varias veces la maniobra de Heimlich”, lamenta Navas.
Una de las soluciones para ayudar a comer a David, “muy restrictivo a la hora de afrontar diferentes olores, sabores o texturas”, fue la elaboración del recetario. “Teníamos que pensar algo que le ayudara en la cocina y que pudiera comer algo preparado por él”. No fue fácil. “Era muy meticuloso a la hora de ensuciarse, no quería tocar nada que manchara”. Pero fue probando, siempre con ayuda.
“Primero lo hicimos en casa”, rememora su madre, “después en el colegio, en un taller de cocina que pensamos que le podría proporcionar autonomía personal, favorecería su manipulación de alimentos y su psicomotricidad”. Iban a comprar al mercado y se llevaba una lista de la compra con dibujos de los ingredientes y los utensilios, explica la madre.
De mayor, David quiere ser “profesor de castellano para ayudar a niños y niñas como yo o presidente del Gobierno”, afirma. Y ya come de todo. “Mis platos preferidos son las lentejas, la carne con tomate, el arroz al horno, el cocido completo y la tortilla francesa y de patatas”. No le gustan “nada” los ajetes y las alcachofas. Y quizá algún día pueda probar “un entrecot, lechuga, tomate, aceitunas o caramelos”, con los que aún se atraganta.
En la feria gastronómica cocinará en directo una receta que no quiere desvelar porque “es un secreto”. Pero además, explicará que las personas con autismo necesitan “una anticipación o historia social”. Conocer con tiempo “todo lo que va a ocurrir, fotos, lugares o ruidos”. También pide “que las cartas de los bares o restaurantes estén adaptadas con pictogramas o fotografías”, que los empleados tengan “más paciencia o empatía hacia las personas con discapacidad” y, finalmente, “que existan menús adaptados para nosotros, al igual que para ciertas intolerancias”.
“Más de la mitad de los niños con autismo tienen dificultades para comer”, asevera Mariate Gonzálvez, profesora del departamento de psicología de la Salud de la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH). Les afectan tres factores principales. Primero, “un procesamiento sensorial atípico, por el que el cerebro procesa de manera distinta estímulos como olores, sabores, texturas o sonidos”.
“Hay niños que comen solo alimentos de un mismo color, o rechazan los ingredientes crujientes o con fibra”, señala. El segundo factor es la “rigidez cognitiva, por la que prefieren rutinas y rechazan todo tipo de cambio”. Y, por último, “suelen presentar problemas gastrointestinales, como estreñimiento o dolores intestinales, que en ningún caso explican su tendencia a la selección de sus comidas”.
Estas dificultades generan “consecuencias de gran impacto en su vida diaria”. “Suelen presentar un déficit de nutrientes y problemas de crecimiento o digestivos”, declara la especialista, “pero el mayor golpe se lo lleva la vida social”. “Las familias limitan las comidas fuera de casa, los niños sufren estrés y pérdida de la calidad de vida, y arrastran a la familia entera”. Como ha sucedido con David, “esta situación generalmente mejora con la edad”, certifica Gonzálvez. “Pero si no se interviene, se prolonga en el tiempo. Debe haber mucho apoyo, familiar y externo, trabajar desde la infancia”.
Y la estrategia es “no obligar a comer, sino convertir la comida en una experiencia positiva”, apunta, “reducir la presión, introducir alimentos de forma gradual, en entornos tranquilos y sin forzar”. Y “el trabajo en equipo con los especialistas, como nutricionistas, terapeutas ocupacionales o psicólogos”.
David va superando los obstáculos. Pertenece al consejo estatal de Participación de Infancia y Juventud, en el que es el único representante con autismo, y la ministra Sira Rego ha visitado su casa recientemente. En Gandia le dedicaron un monumento infantil fallero. Y la ciudad ha incorporado pictogramas en el mobiliario urbano como él solicitó. “Mis aficiones son ir al cine, jugar a los bolos, ir a gimnasia, nadar y la música como el rock y los 40 Principales”, detalla. Es imparable y tiene un lema que repite constantemente: “Cuando se le da una oportunidad al autismo ocurren cosas maravillosas”.
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