_
_
_
_

Caroline Darian, hija de Dominique Pelicot: “Es un criminal peligroso y morirá con sus mentiras en la cárcel”

La hija del hombre que drogó durante años a su esposa y la entregó a decenas de hombres para que la violaran retrata en un libro el horror del descubrimiento y lamenta a EL PAÍS que el juicio no permitiese saber si ella también fue una de sus víctimas

Caroline Darian, la hija de Gisèle Pelicot, fotografiada en el restaurante Le Berkeley de Paris, durante la entrevista.
Caroline Darian, la hija de Gisèle Pelicot, fotografiada en el restaurante Le Berkeley de Paris, durante la entrevista.Samuel Aranda
Daniel Verdú

Los mayores traumas suelen ir acompañados de recuerdos banales. El día que supo que los últimos 42 años de su vida no tenían ningún sentido, Caroline Darian se fijó en el destello de la luz blanca del reloj del horno de la cocina. Marcaba las 20.25, era lunes, 2 de noviembre de 2020, y la voz de su madre al otro lado del teléfono partió su vida en dos mitades. La policía había detenido a su padre, Dominique Pelicot, un jubilado de 68 años, y estaba en prisión. Habían encontrado en su casa decenas de miles de fotografías, vídeos y conversaciones que probaban que durante, al menos, diez años había drogado a su esposa sistemáticamente para que desconocidos a quienes reclutaba en una web de citas acudiesen a su domicilio a violarla mientras él lo grababa. Lo peor, o lo mejor, es que estaba todo documentado. Y, sobre todo, que ya no habría posibilidad de integrar su vida anterior con lo que comenzaría a ocurrir entonces. “Nadie mide el valor de lo banal hasta que lo pierde”, escribió al comienzo de Y dejé de llamarte papá (Seix Barral, 2025), el libro en el que contó el proceso de asimilación de esta historia en los años que precedieron al juicio.

Caroline Darian ―ese es su apellido de casada― aparece el jueves por la tarde con algo de retraso a la entrevista con EL PAÍS en un bar elegante junto a los Campos Elíseos de París. Está algo más relajada que durante los últimos cuatro meses, cuando ha tenido que asistir semanalmente a uno de los procesos más importantes, salvajes y mediáticos de la historia de los abusos sexuales. Durante cuatro meses compartió sala con 51 acusados de violar a su madre, entre los que se sentaba su padre, director de orquesta de aquel horror. La víctima principal, Gisèle Pelicot, decidió al comienzo del proceso que este transcurriese de forma pública: la prensa podría entrar y contar lo que veía, para que la vergüenza cambiase de bando y no fueran las víctimas las que se sintieran humilladas en un tribunal. Su decisión provocó una convulsión enorme que traspasó las fronteras francesas.

Gisèle, una mujer de 72 años con una dignidad inquebrantable, es ya símbolo del feminismo y de la lucha contra la llamada cultura de la violación. Pero el juicio Pelicot era también la espeluznante crónica de una familia de clase media rota por un descubrimiento que impactó en una casa corriente como si fuera una bomba atómica. Arrasó con todo. Tres hijos, varios nietos, amigos. Y, sobre todo, desató la la desesperación de su única hija, que aparecía semidesnuda y aparentemente drogada en las fotografías halladas por la policía, pero que nunca sabrá si su padre la violó a ella también y la ofreció a otros hombres. Aunque, en realidad, no tenga casi ninguna duda.

P. ¿Cómo se encuentra?

R. Sigo adelante. Estoy comprometida con todas las víctimas invisibles en Francia, porque el juicio no es el final, es solo una etapa. Todavía queda mucho por hacer.

P. ¿Quedó satisfecha con el veredicto del juicio?

R. No, en absoluto. Respecto al principal acusado, los 20 años de prisión eran lo mínimo, pero las penas para los otros fueron muy bajas, muy lejos de lo que pedía la fiscalía. ¿10 años? Considerando la violencia de los hechos que sufrió mi madre, es indignante. Esa gente negaba el estado de inconsciencia de Gisèle. Es una aberración. Y encima 17 de ellos han apelado.

P. ¿Cómo ha vivido la exposición a la que les ha sometido el proceso?

R: No me gusta que se expongan ciertos aspectos en los medios. No estoy de acuerdo en cómo se presentan algunos aspectos de este caso. A veces, siento que lo que se permite hacer en la justicia solo contribuye a humillar aún más a las víctimas.

P. ¿El juicio tuvo algún efecto reparador para usted?

R. Entendí que no podía esperar nada de Dominique. Es un criminal peligroso y ahora sé que se irá de este mundo con sus mentiras y verdades no confesadas. El proceso aborda solo una pequeña parte de sus crímenes.

P. ¿Cree que su comportamiento empezó mucho antes de lo probado?

R. Por supuesto. No te levantas un día y dices: voy a drogar a mi mujer y a hacer que la violen decenas de hombres. Sabemos que hubo antecedentes, pero aún están por descubrirse.

Caroline Darian, durante la entrevista en París.
Caroline Darian, durante la entrevista en París. Samuel Aranda

P. La primera pregunta sin responder es si a usted también la violó.

R. No fue clarificado porque no estaba siendo juzgado por eso, sino por tomar mis fotos y difundirlas. Yo no tenía tantas pruebas como mi madre. Las fotos donde yo aparezco las había borrado y fueron recuperadas por los informáticos de la policía. ¿Por qué borró las fotos de su propia hija inerte y en bragas? No lo sé. Pero cuando las veo sé bien que no estoy en un estado normal.

P. ¿Necesita una respuesta?

R. Hubiera querido que lo dijera. Pero sé lo que hizo. Solo quería que lo reconociera, pero era un mentiroso. Igual que tampoco sabemos toda la verdad sobre Gisèle ni cuántas personas la violaron.

P. Hay otros dos casos de agresiones en los que pudo participar. También homicidio. ¿Le cuadra?

R. Sí, no tengo dudas. En uno de los casos se encontró su ADN. Y el modus operandi es el mismo. La pregunta es: ¿cuántos más hay desde los años 90?

P. En el libro habla de cosas que poco a poco va descubriendo de su padre que van construyendo un nuevo retrato. Pero ¿cómo integra los recuerdos del padre y la consciencia del violador?

R. Era un impostor. Tenía dos caras: la de padre de familia y la de depredador sexual. Se aseguró de que esas dos facetas nunca se cruzaran.

P. Pero ahora, mirando al pasado, ¿cree que hubo señales que podrían haber indicado algo?

R. Ahora lo veo diferente y pienso que muchas cosas se nos escaparon. Pero ¿cómo íbamos a imaginar algo así? No teníamos una familia disfuncional o un padre violento. Todo lo contrario. Se encargó de que no se notase nada. Todo lo que hizo, lo hizo a sabiendas, con premeditación. Y sabía que era crucial que nadie sospechara.

P. Hasta el punto de que si no hubiera sido por el vigilante de seguridad que le sorprendió en el supermercado grabando por debajo de la falda de clientas en 2010, podrían haber tardado años en descubrirlo.

R. Diez años antes ocurrió la misma escena: fue sorprendido por las cámaras de seguridad, pero solo recibió una multa. Nadie fue informado. ¿Cómo funciona el sistema judicial? ¿Cómo es posible que ese incidente no fuera, al menos, comunicado a su exesposa? ¿Por qué? Porque en ese momento, la policía no lo consideró grave. Pero acciones como esas no pueden tratarse como incidentes aislados. La prueba es que ignoraron a uno de los mayores depredadores sexuales de los últimos 20 años.

P. Tal vez, como decía antes, si no hubiera sido por el vigilante de ese supermercado, él habría seguido con sus actos hasta hoy.

R. Si no lo hubieran detenido en 2020, habría matado a mi madre. Mire, solo en octubre, antes de ser arrestado, reincidió cuatro veces seguidas. A ese ritmo, es un milagro que no cayera en coma.

P. Dice al comienzo del libro que llegó a echarle de menos.

R. La imagen que tenía de él no desapareció de un día para otro. Pero hoy es distinto. El juicio me permitió darme cuenta de que el hombre que vi durante esos cuatro meses no era el que yo conocía. En realidad, nunca lo conocí, y eso lo entendí en el tribunal. Descubrir su verdadero rostro, el de un impostor, me ayudó a construir mi duelo. La persona que yo creí conocer nunca existió. Su cara es hoy la de un usurpador.

P. La vida se parte en dos pedazos cuando conoce ese verdadero rostro. ¿Cómo puede conservarse una parte de esos 42 años anteriores?

R. Hay una parte que muere. Ya no existe, porque el individuo que creía conocer nunca existió. Para mí, el Dominique de antes está muerto, si es que alguna vez existió.

Caroline Darian, en un instante de la entrevista.
Caroline Darian, en un instante de la entrevista.Samuel Aranda

P. ¿Cómo explicó todo a su hijo, al nieto de Dominique, sin provocarle un dolor insoportable?

R. Era mi responsabilidad ser honesta con él. Desde muy pronto le dije que su abuelo estaba en prisión por cosas muy graves. Quería que supiera la verdad, porque forma parte de su historia. El hombre que él creía conocer no era quien aparentaba. Creo que eso también sienta las bases de los valores que tendrá cuando crezca. Si se lo hubiéramos ocultado, habría sido aún más difícil para él. Entonces tenía 6 años, hoy 10, y los secretos familiares pueden desviar una trayectoria vital. Hoy, pese a todo, creo que lo está manejando bien. Pero sigue siendo una herida, una traición enorme.

P. ¿Y su marido? ¿Sus hermanos?

R. Mi marido lo considera muerto. Para mis hermanos es distinto, aunque han aprendido a distinguir entre él y el hombre que son por sí mismos. Eso es esencial: no somos nuestros padres. Pero es cierto que nosotros, a diferencia de Gisèle, llevamos el ADN de Dominique. Ella se divorció, nosotros no podemos.

P. Han cambiado de apellido.

R. Yo llevo mi apellido de casada, pero nací Pelicot.

P. En el juicio su madre dijo que seguiría con ese apellido para que sus nietos pudieran estar orgullosos de llevarlo.

R. Sigue siendo una herencia difícil, porque es complicado decir a tus compañeros de clase o a los padres de tus compañeros que tu abuelo es un depredador sexual o un criminal. La imagen idealizada que se tendrá de mi madre nunca eliminará que somos los hijos de Dominique. A mí me ayudó mi compromiso con la causa, pero mis dos hermanos lo vivieron de forma completamente diferente. Tengo un hermano pequeño que se mudó, dejó la región de París. Cada uno lo manejó como pudo.

P. Su madre y usted veían algunas cosas de forma muy diferente. También la idea de abrir el juicio al público, creo.

R. No podía decidir por ella, porque era ella la que estaba en el centro de ese juicio. Desde que conocimos la verdad, pensamos que no debíamos permitir que el juicio fuera a puerta cerrada, porque eso hubiera sido un regalo para los 51 acusados, incluido Dominique. Debían asumir lo que hicieron y si no abres las puertas del tribunal, pueden contar lo que quieran a su familia, a su círculo cercano. Y es la víctima quien tiene que soportar el doble sufrimiento de haber sido víctima y, además, defenderse en un tribunal y probar que lo que sucedió realmente ocurrió.

P. Imagino que el hecho de haber abierto el juicio fue positivo desde el punto de vista de la lucha, pero muy agresivo contra la intimidad.

R. No nos arrepentimos, pero aún así, una parte de nuestra vida, de nuestra historia familiar, nos fue arrancada. Y el dolor también afecta a los niños. Es eso, no solo hay una víctima en esta familia.

P. Se habló mucho de la banalidad del mal, de cómo el vecino puede ser un violador.

R. Eran perfiles más o menos corrientes. Y puede que Dominique, después de cuatro años de encarcelamiento, perdiese su fuerza, su carisma, ese aspecto normal. Pero seguía siendo un hombre al que se le podía otorgar el beneficio de la duda, confianza. Y creo que la mayoría de los individuos que se encontraron en ese tribunal tienen el mismo perfil: carismáticos, confiables. Basta ver el número de personas que testificaron a su favor o su entorno para explicar cuán inofensivos parecían. No son el rostro del monstruo. Un violador, desafortunadamente, puede parecer alguien limpio, educado, buen padre. Alguien intachable.

P. Quizá eso hizo que el juicio interpelase a todos los hombres de alguna forma.

R. Vi a muchas mujeres en el juicio, pero no muchos hombres. Eso plantea la pregunta sobre el lugar que ocupan en nuestra sociedad, sobre su toma de posición respecto a este tema.

P. ¿Piensa que interpelaba al sistema patriarcal de la sociedad?

R. Creo que eso ayuda a abrir los ojos sobre lo que es la cultura de la violación y muestra cuánto camino falta por cambiar en determinadas mentalidades. Basta ver la edad promedio de los autores en ese tribunal: muchos eran menores de 40 años. Estamos hablando de las generaciones actuales, y eso plantea muchas preguntas.

P. Esos 50 hombres vivían relativamente cerca de casa de Dominique. Sus crímenes se basaban también en una cuestión de comodidad para ellos.

R. Si tienes esa cantidad de violadores solo en el departamento del Vaucluse, los tienes en todo el país en cantidades ingentes.

P. Le gustó cómo les defendieron sus abogados.

R. Digamos que defendieron muy bien a Gisèle.

P. Sus abogados eran hombres y a Dominique le defendió una mujer.

R. No me extraña en su caso. Sabiendo cómo es, no le veo siendo defendido por un hombre. Pero mi pregunta, insisto, es qué piensan los hombres sobre el consentimiento, la cultura de la violación. ¿Hay hombres involucrados en estas cuestiones ahora?

P. A veces la ley va por delante de la sociedad, reacia a aceptar determinados cambios.

R. Sí, pero hay que aplicar la que existe. Hoy hay 17 tíos que siguen diciendo que son inocentes en un juicio de apelación. Y sabemos que la mayoría no cumplirá sus penas, empezando por Dominique, cuya condena es de 310 años y me apuesto lo que quiera a que en pocos años estará fuera.

P: ¿Querría decirle algo?

R. Lo que quiero es que confiese los hechos que no ha reconocido. Pero nunca dirá la verdad completa.

P. ¿El perdón es posible?

R: El tiempo hace su trabajo. Después de cuatro años, el proceso de duelo ya está en marcha. La vida sigue. El reconocimiento de los hechos que cometió él es fundamental para mí. Pero no tengo interés en perdonarlo, nunca me lo he planteado. Mi objetivo es mantenerme en una indiferencia total hacia él.

P: ¿Qué tipo de sociedad se encontró cuando explotó el caso? Me refiero a jueces, policías, psiquiatras…

R: Nadie te ayuda cuando sales de la comisaría. El sistema no está preparado para lidiar con estas situaciones. Aún queda mucho por hacer, especialmente en lo que respecta al apoyo institucional y el acompañamiento a las víctimas. Tenemos que ocuparnos de todo.

P. ¿Sigue necesitando ayuda psicológica?

R. Sí, veo a alguien. Pero sobre todo, escribo.

P. Tengo la sensación de que después de todo este proceso tan doloroso y expuesto, de este calvario monumental retransmitido en directo en todo el mundo, usted no tiene las respuestas que buscaba.

R. Así es. Y no creo que lo logre. Si había una esperanza se esfumó en este tribunal. Pero no iré a ver a Dominique a prisión, no comenzaré un diálogo con él. Me quedaré con mis dudas, mis preguntas sin saber realmente lo que pasó. Solo sabrá él hasta dónde fue capaz de llegar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_