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El consentimiento adyacente: ¿Por qué hay víctimas de violación que la sociedad percibe como menos víctimas?

Un estudio apunta a que si antes de una agresión una mujer ha dicho sí a algo sexual, para el entorno será menos merecedora de apoyo y menos “virtuosa” moralmente

Varias personas sujetan carteles durante la manifestación por el Día contra la Violencia Machista, el 25 de noviembre de 2023, en Madrid (España).
Varias personas sujetan carteles durante la manifestación por el Día contra la Violencia Machista, el 25 de noviembre de 2023, en Madrid (España).Diego Radamés (Europa Press)
Isabel Valdés

Alicia es universitaria. La noche de un sábado va con unos amigos a una fiesta en lo que en España sería un colegio mayor —una fraternidad en Estados Unidos—. Habla, conoce gente y entre toda esa gente hay un chico con el que debate un rato sobre cine. Al final de la noche, él le propone subir a su habitación para enseñarle el póster de una película. No ha habido ningún flirteo, ella no ha dado señal alguna de que le guste y él no tiene ni la más mínima idea de si eso es así o no, pero cuando llegan a la habitación, él cierra la puerta, se tira encima de ella, ella intenta quitárselo de encima pero no puede, intenta gritar y él le tapa la boca. Después, la viola. En esta situación, ficticia, cualquiera ve la agresión y a Alicia como una víctima. ¿Pero qué pasa si la historia cambia en lo que sucede antes? Si Alicia y ese chico hubiesen estado tonteando antes, si acaban en la habitación y empiezan a tener sexo, si es después de un rato cuando ella le pide que pare y es entonces cuando él, que no para, la sujeta y le tapa la boca y la viola, ¿se ve la agresión de la misma forma? ¿Se percibe a Alicia como la misma víctima que en la situación anterior? Según una investigación científica, la respuesta es no.

Esa investigación se compone de 11 estudios experimentales en los que, entre otros ejemplos, se pusieron los dos anteriores a 12.257 personas. Fue publicado este verano en PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences, una revista revisada por pares de la Academia Nacional de Ciencias estadounidense) y la conclusión de las dos investigadoras es que eso que pasaba en el segundo supuesto, el que Alicia hubiese dicho sí a algo sexual antes de la agresión —lo que se llama consentimiento adyacente—, provocó entre los encuestados un cambio de percepción sobre esa mujer imaginaria.

“Las mujeres víctimas de agresión sexual son más culpadas y consideradas menos virtuosas moralmente si su agresión se produce después de una intimidad sexual voluntaria, un factor que llamamos “consentimiento adyacente”, escriben en la publicación las psicólogas Jillian J. Jordan, graduada en Yale y ahora profesora en Harvard, y Roseanna Sommers, posgraduada también en Yale y profesora en la Escuela de Derecho de la Universidad de Michigan.

Además, apuntan a un “mecanismo psicológico” que contribuye a esta penalización del entorno: cuando una mujer que no dio ningún consentimiento previo a algo sexual es atacada, la gente tiende a verla como “más moral” que si no hubiera sufrido ninguna agresión [es lo que llaman el “efecto de la víctima virtuosa”), y ocurre incluso, dicen ellas, cuando presentaron en los ejemplos ficticios ideas relacionadas con la cultura de la violación, “información que hace que el perpetrador parezca menos aborrecible o que hace que la víctima parezca promiscua, imprudente o sexualmente interesada” en el agresor.

Sin embargo, la gente no tiene esa misma percepción hacia las víctimas que dieron ese consentimiento adyacente antes de ser atacadas. “Incluso cuando una violación es objetiva y se lleva mediante la fuerza violenta, los encuestados consideran que la víctima es menos virtuosa y merecedora de apoyo si previamente dio su consentimiento a algo sexual con su agresor, por ejemplo besos, juegos previos o sexo en una ocasión anterior”, ahondan.

Jordan y Sommers colocan así el consentimiento adyacente como clave en la percepción social de las víctimas, “tiene un papel único en socavar la elevación moral de las víctimas”, es decir, en cómo y cuánto de “morales” cree la gente que son. Y esto, afirman, no ocurre solo en determinados ámbitos o nichos de población. Las autoras del estudio desagregaron la información por edad, por ideología política y por género y en todos los casos, con leves variaciones en el grado en el que lo hacen, pensaron lo mismo: “Las víctimas de agresión sexual pueden ser penalizadas por el consentimiento adyacente incluso por comunidades progresistas y jóvenes que no desaprueban la actividad sexual casual”.

Esto, afirman las autoras, es especialmente importante porque tiene “una posible consecuencia en el mundo real”: que las víctimas tienen “menos probabilidades de denunciar en los casos que involucran consentimiento adyacente”.

Para su investigación, revisaron una gran encuesta de 2019 —Encuesta sobre el clima del campus de la Asociación de Universidades Estadounidenses, en la que preguntaron a más de 180.000 estudiantes de 33 centros—, donde se encontró que muchas víctimas de agresión sexual identificaron como su agresor a alguien con quien habían tenido o tenían algo en ese momento y muchas apuntaron que “el evento sucedió en un contexto que comenzó de manera consensuada” como una razón para no denunciar la agresión, “lo que sugiere que las víctimas que han brindado un consentimiento adyacente pueden esperar menos apoyo de sus comunidades”, escriben las autoras del estudio.

Esas expectativas de menor apoyo “podrían dar lugar plausiblemente a otros mecanismos”: que si las víctimas internalizan esa expectativa “podrían experimentar más culpa propia, disminuyendo aún más su propensión a denunciar”.

Sus resultados, para ellas, “son sorprendentes a la luz de cambios culturales destacados: las universidades promueven el consentimiento afirmativo, el movimiento Me Too exige mayores consecuencias, y la creciente aceptación de la idea de que no es no [en España ese lema evolucionó hace unos años hacia el solo sí es sí]”. Creen que “a partir de estas tendencias podría esperarse que las personas, especialmente liberales y jóvenes, vean el consentimiento adyacente como algo que de ninguna manera disminuye del derecho a ser víctima”. “Sin embargo, nuestros estudios sugieren lo contrario”, afirman.

El estudio, añaden, “arroja luz” en este sentido “sobre las barreras psicológicas que impiden la justicia a las víctimas de agresión sexual”, porque si ya de forma general “los casos de agresión sexual son generalmente poco denunciados y las víctimas suelen ser culpadas, estigmatizadas y denigradas”, cuando existe consentimiento adyacente, las circunstancias se agraven aún más. “Nuestra investigación arroja luz sobre por qué, en los casos que implican consentimiento adyacente, ese temor [a denunciar] puede no ser infundado”, concluyen.

El teléfono 016 atiende a las víctimas de violencia machista, a sus familias y a su entorno las 24 horas del día, todos los días del año, en 53 idiomas diferentes. El número no queda registrado en la factura telefónica, pero hay que borrar la llamada del dispositivo. También se puede contactar a través del correo electrónico 016-online@igualdad.gob.es y por WhatsApp en el número 600 000 016. Los menores pueden dirigirse al teléfono de la Fundación ANAR 900 20 20 10. Si es una situación de emergencia, se puede llamar al 112 o a los teléfonos de la Policía Nacional (091) y de la Guardia Civil (062). Y en caso de no poder llamar, se puede recurrir a la aplicación ALERTCOPS, desde la que se envía una señal de alerta a la Policía con geolocalización.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.
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