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Gisèle P., la mujer que cambió la vergüenza de bando

La actitud en el juicio de la francesa que fue drogada por su marido durante 10 años y violada por 51 hombres cuando estaba inconsciente, convierte el proceso en una bandera de la lucha contra las agresiones sexuales y la sumisión química

Gisele Pelicot
Gisele Pelicot, junto a su hija Caroline Darian, antes de entrar esta semana en la sala del Tribunal de Aviñón que juzga su caso.GUILLAUME HORCAJUELO (EFE)
Daniel Verdú

Gisèle Pélicot era una jubilada con una vida tranquila y apacible. Tres hijos, un marido estupendo y unos nietos de los que disfrutaba los fines de semana mientras su esposo salía de excursión en bicicleta con los amigos por las carreteras de Mazan, el pueblo del sur de Francia donde se habían mudado ocho años atrás huyendo del extrarradio de París. Una mañana, sin embargo, recibió una llamada de la comisaría. “Tiene que ver unas imágenes”. En los vídeos, hallados por la policía en miles de archivos que su esposo tenía en su ordenador, siempre aparecía ella tumbada en la cama de su dormitorio, en estado comatoso, mientras decenas de hombres, con quien su esposo había contactado por Internet, la agredían sexualmente. Su cerebro no recordaba nada. Pero a medida que fueron pasando los minutos, los últimos 50 años de su vida, consumidos junto a aquel hombre a quien definía como un tipo genial, fueron desmoronándose.

El caso salió a la luz en 2020. Pero Gisèle, que hoy tiene 72 años, se mantuvo en la sombra, ese oscuro lugar generalmente reservado para las víctimas de violencia sexual. Fue su hija, Caroline Darian, quien llevó la antorcha de la visibilidad mediática a través de un libro y entrevistas sobre el fenómeno de la sumisión química, en aquella época todavía muy poco estudiado en Francia. Darian, que vive también con la sospecha de haber sido violada por su padre, creó la asociación #Noteduermas. Además, convenció a su madre para que transformara el proceso que ha comenzado esta semana en Aviñón en un símbolo de la lucha contra este tipo de agresiones, menos publicitadas cuando se producen en un entorno doméstico y el botiquín de casa se convierte en una arma perfecta para violadores.

Los juicios de este tipo se producen siempre a puerta cerrada y con fuertes medidas para proteger la intimidad de la víctima. Pero Gisèle, que se divorció recientemente de su marido, decidió pedir que el proceso fuera público —eso permitiría entrar a los periodistas a la sala y tomar nota de todo lo que vieran y escucharan—, comparecer ante los medios y acudir a la sala a diario mostrando su rostro. “Es hora de que la que vergüenza cambie de bando”, declaró su abogado, en una frase que las feministas en Francia repiten desde hace años y que resume la relevancia histórica de este proceso. “Lo hago en nombre de todas esas mujeres que quizás nunca serán reconocidas como víctimas”, proclamó ella a las puertas del tribunal.

El juicio, como previó la hija de Gisèle, ha recibido una atención mediática global. Y la actitud de su madre, algo que no puede exigirse a todas las víctimas, alertan los expertos, se ha convertido en un símbolo. “Este proceso merece ir más allá del suceso y convertirse en un sujeto político”, opina la periodista Helène Devynck, que escribió una larga tribuna en Le Monde este viernes señalando también la “violencia patriarcal que entraña la defensa de los violadores en este caso”. “No sé si ella había medido bien lo que significaba. Nada la había predestinado a esto: una jubilada con una vida normal, su marido, sus nietos... Esa es también la fuerza de la historia”, opina la autora de Impunidad, un libro en el que denunció al famoso expresentador Patrick Poivre d’Arvor (PPDA) por violación y recogió el testimonio decenas de mujeres.

La prensa de todo el mundo ha acudido estos días al tribunal de Aviñón que juzga el caso. Muriel Salmona, psiquiatra y fundadora de la Asociación Memoria traumática y victimología, subraya algunas variantes que plantea esta novedad en un caso de este tipo en Francia. “También implica que la defensa no tiene el valor de recurrir a ciertos argumentos sin que todo el mundo los escuche. La vergüenza también es para ellos”, apunta. “Además, en la cultura de la violación hay falsas representaciones como que la de que la víctima se lo ha buscado, o que no debería haber hecho algo determinado. Pero este proceso es muy particular porque no se puede reprochar nada a la víctima: están todas las pruebas, las confesiones, hay vídeos y fotos… y es evidente que el consentimiento no puede existir en una persona que está dormida o drogada, casi en coma. El proceso rompe los estereotipos”, señala.

La sumisión química está envuelta también de falsos mitos, opina Salmona. El problema es que se tiende a una representación falsa que caricaturiza el fenómeno y que siempre la sitúa en un bar, un vaso con droga… pero es algo muy frecuente también en entornos domésticos. Incluso se usa con los niños: les administran benzodiazepinas, que actúan como relajantes, y así la violación no deja ningún rastro físico”, apunta la autora de El libro negro de las violencias sexuales (Dunod, 2022).

Las asociaciones feministas de toda Francia han ensalzado la valentía de Gisèle P. y algunas de ellas la han acompañado a diario a las puertas del juzgado. Elsa Labouret, portavoz de la asociación Osez le feminisme, “cree que se trata de un antes y un después en la lucha feminista”. “Su actitud es extremadamente digna. Rechaza la vergüenza, porque son quienes la violaron quienes deben cargar con ese peso. La vergüenza es uno de los grandes obstáculos para denunciar, para luchar contras estas agresiones. Nos hacen creer que la merecemos, incluso si no hemos hecho nada. Nos dicen que ser víctima de violencia tiene un impacto sobre nuestra virtud, sobre nuestro cuerpo, nos ensucia. Pero al final, esa vergüenza juega un gran papel en la impunidad de los agresores”, apunta Labouret.

El gesto de Gisèle, creen los expertos, no puede exigirse a todas las víctimas. “Es una decisión muy personal. No se le puede pedir a todo el mundo. Es ejemplar de una cierta manera de ser y lo pueden hacer determinadas personas. Pero si no es el caso, hay que proteger a las víctimas, faltaría más. Lo que está haciendo esta señora es una tortura. Es algo completamente traumatizante”, apunta Salmona. “Incluso cuando no estamos conscientes, hay una estructura en el cerebro que se enciende en caso de peligro. Ese parte del cerebro grabó lo que pasaba. Y se convierte en una memoria traumática. Los medicamentos que tomaba, ansiolíticos, la sumían en un estado comatoso. No puede tener recuerdos de lo que pasaba conscientes. Es como un ictus amnésico. Son recuerdos corporales”. Los recuerdos mentales los está construyendo estos días en la sala del Tribunal con el rostro descubierto y ante la prensa de todo el mundo.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes
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