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¿Qué se le dice a alguien que lo ha perdido todo como en el incendio de Valencia? “Nada, se puede hacer mucho sin hablar”

Los primeros momentos de estas tragedias pueden suscitar reacciones muy distintas en función de la persona, pero muy pocas desarrollan traumas a medio y largo plazo

Una vecina da consuelo a otra delante del edificio calcinado en Valencia.Foto: MÒNICA TORRES | Vídeo: EPV

En una de las muchas imágenes desgarradoras que ha dejado el incendio en Valencia, dos jóvenes se abrazan delante del edificio en llamas. No parecían necesitar palabras, que no siempre ayudan en casos como este. “Cuando estamos con alguien en una situación terrible, es tan doloroso verlo, que la empatía genera ansiedad e intentamos tranquilizar al que tenemos delante. Y muchas veces es mejor no decir nada”, explica Jesús Linares, director del máster en Psicología de Emergencias de la Universidad Europea.

El impacto en estos primeros momentos puede desbordar la capacidad de muchos para gestionar las emociones. Y, en esa situación, el trabajo de los especialistas no consiste necesariamente en hablar. “No hay que decir nada. Se puede hacer mucho desde lo no verbal, con lo corporal, se puede transmitir mucho, intervenir mucho. No decir no significa no hacer; los silencios en nuestro trabajo son muy importantes, se trata de dejar hablar a la persona afectada para que pueda construir la propia narrativa de lo que ha ocurrido”, agrega Edurne Crespo, vocal de Sociedad Madrileña de Psicología Clínica y experta en emergencias.

En ese dejar hablar, muchas veces se van dilucidando las necesidades de las personas afectadas sin necesidad de inquirir directamente qué les hace falta, algo que, en los primeros momentos, quizás ni siquiera tienen muy claro. Por ejemplo, conversar sobre los niños y descubrir que quizás no había nadie que los recogiera del colegio.

Nada de malo tiene la enorme ola de solidaridad que se desató tras el incendio. Las donaciones resultaron útiles a algunos de quienes habían salido prácticamente con lo puesto, incluso a medio vestir o en pijama. Pero la tragedia generó tal movimiento de empatía que llegó a resultar excesiva: por ejemplo, la enorme cantidad de mantas donadas, teniendo en cuenta que los damnificados fueron alojados ya la primera noche en hoteles.

En cualquier caso, no hay recetas únicas, porque cada persona puede vivir una tragedia así de forma muy diferente y ninguna es buena ni mala. Los expertos están acostumbrados a ver ansiedad, rabia, ira, negación, incluso desorientación: quienes al día siguiente quieren volver a su casa como si no hubiera pasado nada, cosa que dentro del primer impacto, si no va a más, no es ni raro ni preocupante.

“Incluso una misma persona puede reaccionar de manera distinta en función del momento”, dice María Abengózar, responsable de Equipos de Respuesta Inmediata en Emergencias de Atención Psicosocial de Cruz Roja. “Así que la respuesta no depende tanto del tipo de suceso como de estas diferencias personales. La gran variedad de reacciones emocionales que pueden tener es tan amplia, que cualquier tipo de respuesta es natural en estos primeros momentos. La gente suele esperar que estén con mucha ansiedad, y a menudo es así, pero otras personas muestran una capacidad de tolerancia brutal, incluso tranquilidad y capacidad de pensar”, añade.

Con el edificio ardiendo, Marcos y su esposa decidieron irse al Corte Inglés a comprar ropa. Vestido con uno de los trajes que adquirió, al día siguiente del siniestro, explicaba en el hall del Valencia Palace que tras hablar con su aseguradora confía en que responderá. “Todo lo que se ha perdido es material”, racionaliza. Sabe que hay cosas que no van a recuperar, como una primera edición de Alicia en el país de las maravillas que le regaló a su esposa, que se llama Alicia. “Si comprásemos otro nos recordaría lo ocurrido”, continúa.

Bomberos trabajan en el edificio que fue devastado por las llamas, el sábado.
Bomberos trabajan en el edificio que fue devastado por las llamas, el sábado.Mònica Torres

Esta pérdida de lo material, sin embargo, puede ser muy dolorosa. Aunque la personal es lógicamente la más trágica, Crespo recomienda no hacer comparaciones ni juzgar el dolor, sino legitimarlo, venga de donde venga: “Va a depender mucho de la importancia que le demos a las cosas. Puede que un mueble sea herencia de tu abuela y para ti sea casi como perder de nuevo a tu abuela. Cada uno vive las pérdidas como puede en función de su propia historia vital. Como también puede ser muy doloroso y muy duro perder a una mascota porque el vínculo sentimental con ellas es muy fuerte”.

José Luis Mas, médico de urgencias jubilado, de 67 años, cuenta que cuando bajaba por las escaleras del inmueble, coincidió con varias personas que también lo hacían (y convenció a algunos para que no usaran los ascensores, seis, que tenía el edificio, ante el riesgo de que se quedaran parados por las llamas). “Pero había incluso una que subía. Le dije: ‘No subas, que hay mucho humo’. Y me dijo: ‘Las gatas, tengo que coger las gatas”.

Hace tres años que Mas compró el piso, por 226.000 euros, con el dinero que obtuvo de lo que le correspondió de la venta de la casa en la que había vivido con su anterior mujer y de una herencia que recibió por el fallecimiento de su madre. “Es mucho dinero, yo no tengo ahora dinero para comprarme otro piso ni mucho menos”, comenta. El piso que ahora ha perdido le gustaba, pero, por otra parte, siempre le había atraído vivir en el campo. La inmobiliaria que le vendió el piso lo sabía, y por eso hace justo dos meses recibió una llamada de uno de sus empleados. “Me dijo: ‘Hay una persona de Madrid que les interesa comprarte el piso. Te ofrecen 300.000 euros en mano ya’. Lo hablé con Ángela, mi mujer, pero pensamos: a dónde nos vamos a ir ahora, ya eres mayor para otra mudanza… Y mira: Ni 200.000 ni 300.000, cero”.

Estos pensamientos se encuadran en una reacción muy frecuente, que consiste de alguna forma en buscar la propia culpa. “Tiene que ver con uno de los pilares en los que se sustenta nuestra psique y nos da estabilidad a nivel psicológico, que es el control. Creo que controlo más de lo que controlo, que podría haberlo evitado, si hubiera hecho esto o aquello”, asegura Crespo.

Se trata, también, de buscar causas a lo ocurrido. “El problema puede venir cuando una persona se queda muy anclada en eso después de un tiempo, porque quizás no le permite conectar con el dolor y con la pérdida. Aunque al principio es muy normal, con el tiempo sería importante trabajar en desculpabilizarse, conectar con el dolor y asumir que algo así no se habría podido evitar”, continúa esta psicóloga.

Pero normalmente no es necesaria una terapia a medio o largo plazo. Aunque los tres expertos consultados creen que es más que aconsejable poner a disposición de los afectados ayuda psicológica en los primeros momentos para poder afrontar mejor un golpe que al principio cuesta incluso creer, la literatura científica muestra que la gran mayoría de las personas puede superar estos reveses sin desarrollar patologías. El estrés postraumático, la más característica, la sufren solo un pequeño porcentaje de personas. Estas sí deben contar con recursos psicológicos para superarlo más allá de los primeros momentos de la tragedia.

Qué hacer con los niños

Si es complicado manejar una situación así con un adulto, a las personas sin formación les puede costar mucho más hacerlo con niños que se vean envueltos en desgracias como la de Valencia. Con el objetivo de protegerles, hay quien tiende a tratar que se enteren de lo menos posible, lo cual es un error, en opinión de Jesús Linares.

“Igual que no hay que meterles en el meollo de la pérdida, tampoco hay que fingir que todo está bien. Hay que naturalizar de alguna forma la situación, mostrarles que no pasa nada por llorar, que puede ser normal tener pesadillas, preguntarles cómo se sienten, quizás empezando a decirles que nosotros estamos tristes”, continúa.

Según Linares, en la medida de lo posible, debe contarles lo sucedido alguna persona importante para el niño, no hay que forzar la vuelta a la rutina de los más pequeños y es bueno procurar acompañarlos en todo momento. Y, sobre todo, insiste, no mentirles. “Más tarde o más temprano se van a enterar de lo que ha pasado y es mejor que sea con naturalidad y de forma controlada, que luego no se sientan engañados”, concluye.

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