La misión papal que investiga por abusos a la congregación peruana Sodalicio prepara un informe con los relatos de las víctimas
El arzobispo de Malta, Charles Scicluna, y el sacerdote español Jordi Bertomeu recogieron testimonios durante una reciente visita a Lima
Pedro Salinas es agnóstico, pero espera un milagro desde hace décadas: que el Sodalicio, la congregación religiosa que lo manipuló durante su adolescencia y sus primeros años de juventud, sea suprimida. Es decir, que pierda la aprobación canónica que le dio el Papa Juan Pablo II en 1997, otorgándole el estatus de sociedad de vida apostólica, y sus miembros sean juzgados como civiles y no se escondan más bajo la sotana de la Iglesia Católica. Salinas quiere justicia para las decenas de víctimas que aseguran haber sido torturadas física, psicológica y sexualmente en nombre de un carisma divino, pero también desea un cierre para esta historia que dice haberlo despellejado. Ha escrito dos libros para desmontar lo que asegura son las grandes mentiras de esta organización: Mitad monjes, mitad soldados (2015), en coautoría con la también periodista Paola Ugaz, y Sin noticias de Dios (2022).
Con este voluminoso libro de casi 900 páginas, Pedro Salinas acudió el último martes de julio a la sede de la Nunciatura Apostólica de Perú, en el distrito clasemediero de Jesús María, en Lima. Lo esperaba un dúo que le ha devuelto la fe: el arzobispo de Malta, Charles Scicluna y el sacerdote español Jordi Bertomeu, un tándem que en el pasado investigó los abusos del cura chileno Fernando Karadima, enviados esta vez por el papa Francisco para investigar a fondo al Sodalicio de Vida Cristiana. La de Salinas fue la primera de una serie de reuniones que se prolongaron durante casi una semana, en un salón pequeño y austero, en el primer piso de la Nunciatura. “Es la Biblia del Sodalicio”, le dijeron ambos a Salinas, sosteniendo su libro, el cual ya habían leído gracias a un heraldo que se lo entregó al Papa meses atrás en el Vaticano.
Las preguntas tuvieron un nivel de detalle que al periodista le asombraron. Conversaron sobre una carta que nunca llegó a existir: en 2018, una veintena de exintegrantes, muchos de ellos víctimas sexuales, acordaron firmar un documento en conjunto con obispos de la Conferencia Episcopal Peruana para plantear que el “ADN del Sodalicio es el de una organización sectaria y destructiva que nada tiene que ver con la Iglesia Católica”. El hecho era inédito y representaba un golpe para la congregación, pero no se consumó. Le preguntaron también por un incidente contemplado en su obra: un testimonio anónimo de alguien que dice haber sido abusado por Luis Fernando Figari a fines de los años sesenta, antes de que fundara el Sodalicio en 1971.
Como han contado otras víctimas, la dinámica era la siguiente: Scicluna preguntaba y Bertomeu tomaba nota en una laptop e intervenía cada tanto para precisar algunas cosas. Ambos no emitían juicios de valor. Estaban allí principalmente para escuchar. Todos coinciden en que allí radica la gran diferencia con otros enviados de la Iglesia: haberse sentido escuchados por primera vez. Otro aspecto que destaca Salinas es que, gracias a la misión, se vio desfilar a la plana mayor del Sodalicio, como el colombiano José David Correa, superior general, o el sacerdote Jaime Baertl, sindicado por investigaciones periodísticas como quien controla el poder económico. “No dan declaraciones a la prensa. Su estrategia de toda la vida es mantener el perfil bajo y eso se rompió con esta visita. Después de que el caso ha saltado a la luz pública, la misión Scicluna-Bertomeu ha logrado que se les conozca la cara a los cómplices y encubridores de esta cultura de abusos”, dice Salinas que denuncia haber sufrido hostigamiento judicial y mediático junto a los periodistas Paola Ugaz y Daniel Yovera por haber investigado los tentáculos de la organización.
Actualmente, tres miembros del Sodalicio son investigados por la Fiscalía por presunto lavado de activos. Se presume que utilizan empresas offshore en Panamá e Islas Vírgenes para evadir al fisco en negocios mineros de la congregación. Además de predicar el evangelio, este grupo de laicos ha consolidado un holding empresarial en rubros variopintos: salud, educación, agroexportación, inmobiliario, servicios funerarios y minería. La auditoría enviada por el Papa se reunió también con la comunidad campesina San Juan Bautista del distrito de Catacaos, de la región Piura, quienes acusan que 11.000 hectáreas de sus tierras están en peligro por empresas vinculadas al Sodalicio.
El Sodalicio rechazó responder las preguntas de EL PAÍS y se limitó a compartir un comunicado que publicaron en su página web donde dicen haber “colaborado de manera diligente con los enviados del Santo Padre y haberles entregado información actualizada sobre el proceso de atención y reparación de las víctimas de abuso”. En cuanto a los asuntos económicos, indican que “están comprometidos en proporcionar información adicional de manera clara y completa dentro de los plazos establecidos”.
Óscar Osterling Castillo, quien pasó veinte años vinculados al Sodalicio hasta su renuncia en el 2012, lleva un cálculo de quienes padecieron vejaciones de diversa índole. “Al Sodalicio entraron casi 430 personas hasta el 2012. De ellos, se han retirado poco más de 300. Difícilmente haya habido un solo sodálite que no haya sido víctima y que bajo esa dinámica no haya sido abusador. Yo no tengo denuncias de abuso sexual, pero sí maltraté psicológicamente a mucha gente a las que les he pedido perdón”, cuenta Osterling, quien también fue de los primeros en reunirse con la misión Scicluna-Bertomeu.
“Me preguntaron si el Sodalicio se podía corregir o si recomendaba su disolución. Y yo les dije que estaba convencido que lo más justo era la disolución, porque desde que aparecieron las denuncias han tenido muchos años para reformarse y no solo no lo han hecho, sino que no han mostrado ninguna conducta de arrepentimiento. Crearon un nuevo Consejo Directivo que termina siendo una careta de la cúpula”, señala Osterling.
A sus 50 años, Osterling, que llegó a ser Superior de Comunidades en aquel grupo religioso, reflexiona que una de las afectaciones más serias de los exsodálites es no poder reinsertarse en el ámbito laboral. “Estudié educación y no enseñé en ningún sitio, porque vivía en comunidad. Conozco casos de gente que nunca estudió una carrera universitaria. Uno se recursea de mil maneras, emprende, pero es una consecuencia de ser víctima. El Sodalicio ha truncado la vida de muchas personas”, dice.
Martín López de Romaña y su hermano Vicente, menor por tres años y medio, también fueron interrogados por los enviados especiales del papa Francisco. Martín publicó en el 2021 La jaula invisible, un testimonio valiente y desgarrador donde se entrevistó con 80 exsodálites para aportar nuevos costados sobre los sometimientos que padecieron varias generaciones en nombre de una fe torcida. “En mi concepto son una secta de control mental, parasitaria de la Iglesia Católica. En el Sodalicio todo era ideología, no había una real búsqueda de algo trascendente. Siento que recién he tenido una vida espiritual después de marcharme”, dice Martín, quien renunció a la congregación en el 2008. “Yo siempre he dicho que lo único que queremos las víctimas es verdad, justicia y reparación. Ni a mí ni a mi hermano nos han entregado un sol cuando nuestros padres aportaron 500 dólares mensuales a la comunidad durante décadas. No solo es cerrar el Sodalicio, sino hacerlo de manera justa”, remarca.
El periodista José Enrique Escardó, la primera víctima que denunció a la cúpula del Sodalicio a inicios de los 2000, no comparte el optimismo sobre la misión Scicluna-Bertomeu. A ambos les leyó una carta en voz alta donde les enrostra la desconfianza que siente por ellos. “No creo en denunciar en la Iglesia. Creo en denunciar a la Iglesia. Yo no debería estar sentado aquí con ustedes porque no tienen la autoridad moral para ser jueces siendo representantes de los victimarios y encubridores. Ustedes y yo deberíamos estar sentados ante un juez humano imparcial (…) Los miro a los ojos y los reto a demostrar que me equivoco con las acciones que tomarán al irse de mi país”, les espetó.
El arzobispo Charles Scicluna y el sacerdote Jordi Bertomeu le presentarán un informe en los próximos meses al papa Francisco y, con ello, se determinará la suerte de la congregación. Ahora todo está en sus manos.
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