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Muere a los 67 años el periodista Aurelio Martín, que situó Segovia en el mapa internacional de la profesión

Fue colaborador de EL PAÍS, entre otros medios, y vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España

Aurelio Martín, en Segovia en septiembre de 2022 durante el Hay Festival.
Aurelio Martín, en Segovia en septiembre de 2022 durante el Hay Festival.Beatriz Velasco (Getty Images)
Guillermo Altares

Ramón Ayerra, un escritor castellano, arrancaba su novela Los terroristas, que fue finalista del Premio Planeta en 1981, describiendo cómo un periodista salía de la sede de El Adelantado de Segovia. Aquel reportero se llamaba Aurelio Martín. No era ninguna casualidad que Martín protagonizase la ficción de Ayerra porque al pensar en un informador segoviano el primer nombre que venía a la cabeza —con perdón de Cirilo Rodríguez— era el suyo. Aurelio era el periodista por antonomasia de la ciudad castellana. Su muerte, en la madrugada de este viernes en Segovia, a los 67 años, ha sacudido como un relámpago de dolor todos los rincones de la ciudad, pero también las numerosas Redacciones con las que colaboró —entre ellas la de EL PAÍS— y las asociaciones profesionales a los que dedicó una parte importante de su trayectoria.

Martín escribió desde Segovia para este diario y la agencia Efe, formó parte de la Redacción de El Adelantado de Segovia y, en la última etapa, hasta su jubilación, desempeñó el cargo de director editorial del Grupo Promecal en la ciudad castellanoleonesa, que edita el periódico El Día de Segovia y gestiona el centro territorial de CyLTV y La 8 Segovia.

Fue siempre un informador comprometido con la profesión en su conjunto: fue vicepresidente de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) y el alma del Premio Cirilo Rodríguez, el galardón más prestigioso del periodismo internacional en España que concede la Asociación de la Prensa de Segovia y que Martín contribuyó a fundar y que impulsó con su voluntad y su tesón. Ya muy afectado por el cáncer, recibió en mayo el premio Cirilo Rodríguez de Honor, para reconocer su trayectoria profesional, primero como reportero gráfico y posteriormente como redactor.

Miguel Ángel Noceda, veterano periodista de EL PAÍS, amigo de Aurelio Martín y presidente de la FAPE, recuerda de aquella entrega el cariño que le mostraron sus compañeros. “Recibió una salva de varios minutos de aplausos, antes de pronunciar su último discurso”, ha escrito Noceda. “Unas palabras llenas de modestia (’este es un premio coral en el que participamos muchos y alguno se encarga un poquito más de la coordinación’) y de defensa de una profesión por la que lleva luchando casi medio siglo. Desde el atril y con la voz tomada, reivindicó el buen periodismo, el que consiste en “ir a los sitios, ver lo que pasa y contarlo”, como hacen los corresponsales galardonados en este premio que ha cumplido 38 ediciones. “Parece fácil defender esto, pero no lo es”, añadió para rematar: “El buen periodismo es el antídoto contra la desinformación y la manipulación”. Luego pidió a las empresas periodísticas que respalden con dignidad este trabajo. “Ya saben, seguiremos informando”.

Aurelio Martin
El periodista Aurelio Martín, antes de recibir el premio de Honor de Periodismo Cirilo Rodríguez, organizado por la Asociación de Periodistas de Segovia (APS), en mayo.Pablo Martín / EFE (EL PAÍS)

“Aurelio hizo algo impensable en nuestro país. Convertir a Segovia anualmente en la capital del periodismo español durante la entrega del premio Cirilo Rodríguez”, ha escrito en Twitter el reportero Gervasio Sánchez, distinguido con este galardón. “Decenas de periodistas nos reuníamos cada mes de mayo en la bellísima ciudad castellana”. Después de cada entrega del premio, reunía a periodistas venidos de todos los rincones del mundo en su casa de Basardilla, un pueblo al pie de la sierra de Guadarrama. Allí les invitaba a vino —Pago de Carrovejas, naturalmente— y a cordero, que había llevado por la mañana para que lo asase lentamente en un horno de leña el panadero de la vecina localidad de Brieva.

Era un personaje muy conocido en Segovia, una institución en la ciudad castellana, callejero y cercano. Supo contar Segovia con una mezcla permanente de honestidad y curiosidad, desde los años de la Transición hasta que se convirtió en la capital mundial del cordero y el cochinillo. Concebía Segovia como una ciudad unida al mundo a través de las rutas invisibles y eternas del arte y la arquitectura. Defendió siempre su patrimonio como una de sus máximas señas de identidad. El último artículo que firmó en EL PAÍS en marzo de este año —titulado “Ojo, monumento”: prohibido trepar o apoyarse en el acueducto de Segovia— se leyó muchísimo y demostró, como había hecho durante toda su carrera, que lo local puede ser universal, que la realidad de una pequeña ciudad castellana puede interesar a cualquiera si está bien contada.

También codirigió el Máster de Periodismo Digital Universidad de Alcalá/IPECC y colaboró en el Máster en Comunicación Audiovisual de Servicio Público de la UNED. Trabajó por la regulación de las televisiones locales en España hasta 1996 como presidente de la primera asociación de ámbito estatal del sector y como director de la revista especializada Televisión Local. Durante más de una década ha desempeñado su labor en FAPE en áreas como la Formación y la Transformación Digital, y participado en diversos trabajos sobre desinformación y alfabetización mediática.

En la ficción de Ayerra, Aurelio era asesinado por un grupo de ancianos terroristas, envidiosos de su vitalidad y energía. Además de demostrar su cariño hacia Martín, Ayerra ofrecía una mirada humorística y acerada sobre la ciudad que Aurelio contó como ningún otro cronista. Al final no ha sido un comando ficticio el que se lo ha llevado, sino el cáncer. Pero será imposible volver a pasear por Segovia, acercarse a la plaza, montar en bicicleta por los caminos que llevan a la sierra —una de sus aficiones—, sin recordarle. Su obra, cientos, miles de crónicas, se mantiene como un relato siempre vivo de Castilla y una demostración de que el mejor periodismo no entiende de fronteras.

Deja a su mujer, Cheli, dos hijos, Pablo y Clara —que ha sido alcaldesa de Segovia—, y dos nietos. Y un paisaje para siempre huérfano.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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