_
_
_
_

La batalla por humanizar la sanidad tras la covid: “Cuando entras en urgencias ya no eres Benjamín, eres tibia rota”

La pandemia cortó en seco un movimiento que fomentaba tratar a los pacientes y a sus familias como personas, y no como casos

Sonia Tordera, coordinadora del programa Child Life del Hospital Sant Joan de Déu, explica su tratamiento con un muñeco a Eric, de 6 años,
Sonia Tordera, coordinadora del programa Child Life del Hospital Sant Joan de Déu, explica su tratamiento con un muñeco a Eric, de 6 años,Albert Garcia
Pablo Linde

Quien haya entrado por la puerta de una urgencia hospitalaria y haya sido anillado con una etiqueta identificativa, puede haber tenido la sensación de pasar de ser una persona a un caso. “Te quitan la mochila biográfica. Ya no eres Benjamín. Eres tibia rota”, dice Benjamín Yáñez, que conoce bien estos entornos, como enfermero y coordinador del Manual de Buenas Prácticas en Humanización en Urgencias. La humanización —lo que algunos sintetizan en tratar a los pacientes como a personas, no como a enfermedades— ha sido una tendencia creciente en los centros sanitarios en la última década, pero la covid y las estrictas reglas que impuso en ellos la frenó en seco. “Retrocedimos 20 años de golpe”, lamenta Laura de la Cueva Ariza, enfermera y miembro de Proyecto HU-CI. Según vamos saliendo de la pandemia, los profesionales que están involucrados en este movimiento tratan de ganar el espacio perdido y seguir avanzando.

Los grandes expertos en el tema se reunirán este mes en Madrid en el II Congreso internacional de humanización de la asistencia sanitaria, que tratará todas las derivadas de este movimiento. Van desde las propias infraestructuras hospitalarias (el diseño de las salas de espera, la luz, los sonidos, el entorno) hasta el trato con los familiares y el cuidado de los propios sanitarios. El principal eje, en opinión de Yáñez, es la comunicación: “Puedes salvar la vida y, además, acompañar a la gente. Si atiendo a alguien que sufre mucho dolor, le puedo estar cogiendo una vía sin cruzar la mirada o puedo mirarle a la cara y decirle: ‘Estás fastidiado, ¿no? Voy a intentar que no te duela y te alivie”.

Si esto no siempre es así es, justifican los expertos, porque los sanitarios no suelen estar formados para comunicarse. No les dan en sus carreras herramientas para hablar (o escuchar) a los pacientes. “En la universidad se descuida la comunicación. Son profesionales que tratan constantemente con personas que temen perder su vida, o la de algún ser querido, y no se forma en la interacción del duelo”, asegura Mamen Segovia, enfermera y patrona de la Fundación Humanizando la Sanidad. “Salimos súperpreparados con conocimientos científicos y tecnológicos que son vitales para curar enfermedades, pero un objetivo se olvida: la persona enferma. Se trata más la enfermedad que la persona que tiene una enfermedad. Y son pacientes vulnerables que están en un momento en el que necesitan más que nunca una comunicación terapéutica”, agrega.

Carolina, encargada del taller de Arte Expresivo, del Hospital Sant Joan de Déu, pinta con Iván, paciente hospitalizado de 13 anos.
Carolina, encargada del taller de Arte Expresivo, del Hospital Sant Joan de Déu, pinta con Iván, paciente hospitalizado de 13 anos. Albert Garcia

La diferencia entre una atención humanizada y otra que no lo es tanto la está viviendo Mara Cajal. En realidad, su hijo Tiago, de nueve años, que padece epilepsia y que ha vivido dos operaciones que afectan al cerebro. El trato que ha recibido en el hospital Sant Joan de Déu de Esplugues de Llobregat —al que varios de los entrevistados para este reportaje señalan como ejemplo a seguir— “es impresionante, no tiene nada que ver con otros hospitales, es como el día y la noche”.

La última intervención la tuvo la semana pasada. “Tenía un mal recuerdo de la anterior, así que cuando le dijimos que le iban a operar, no quería, porque le iban a poner vías, a atar... Se lo conté a Sonia [Tordera, psicóloga y coordinadora del programa Child Life del hospital] y me dijo que no me preocupara”, narra. Lo que hace Tordera es, en buena medida, comunicar. “Los niños tienen que comprender lo que está sucediendo, ser parte del proceso. Según cada caso concreto, nos adaptamos a sus necesidades y nos dirigimos a ellos mediante juegos, muñecos, palabras, imágenes, para que sea más fácil”, explica.

La política del Sant Joan de Déu incluye que uno de los progenitores pueda entrar al quirófano hasta que se inicia la cirugía. “Tiago se durmió súper sereno”, cuenta su madre, quien también ha podido acompañarlo en la UCI, junto a la que hay habilitadas algo parecido a pequeñas viviendas para los familiares. “Y luego tiene una rehabilitación para la que están usando perros, así que no siente que tiene que trabajar, sino que está jugando”, añade Cajal.

Taller de veterinaria para niños en el Sant Joan de Déu.
Taller de veterinaria para niños en el Sant Joan de Déu.Albert Garcia

La otra parte del secreto de este hospital son sus infraestructuras, que son otra importante cara de la humanización sanitaria. Ricard Gratacòs, arquitecto, antropólogo y editor de la revista Hospitecnia, explica que un centro sanitario tiene que ir más allá de lo funcional: “Durante todo el siglo XX, los hospitales han dejado mucho que desear. No tienen sentido los edificios laberínticos en los que has de seguir una línea violeta para llegar a tu consulta. Cuando la infraestructura tiene orden, no es necesario este acompañamiento”.

En los últimos años, esto ha ido cambiando. “Cada vez más vemos hospitales construidos con materiales cálidos, atmósferas hogareñas; espacios más parecidos a los que podemos ver en nuestras casas”, dice el arquitecto. Son hospitales más humanos, “una sanidad pensada en el paciente y no en el médico”. Pone el ejemplo del Hospital del Mar de Barcelona: “Los doctores querían que sus consultas dieran al mar, pero finalmente ese espacio fue para las salas de espera”.

También tiene un papel relevante el ambiente acústico. “No solo que los materiales absorban los sonidos, sino reducir los ruidos propios de un hospital. Se están promoviendo UCI silenciosas para que no haya alarmas acústicas, sino luces azules que anuncian de un modo más sutil al personal que algo está pasando. Es una alarma, pero los pacientes no sufren el estrés del ruido”, cuenta Gratacòs.

Luz natural, vistas, entornos tranquilos ayudan al confort de los pacientes, a que estén más tranquilos, menos ansiosos. Porque la humanización también tiene un componente terapéutico. De la Cueva Ariza explica que no cubrir las necesidades de los familiares provoca complicaciones graves que aumentan el gasto sanitario. Por ejemplo, se ha visto que a los que no se les permite proximidad con el paciente de forma continuada, a quienes no se les da información o tienen una comunicación deficiente, desarrollan ansiedad, trastornos del sueño y depresión. Esto produce secuelas a largo plazo. Y, por el contrario, si la familia permanece con el paciente, previene el delirio que muchos sufren en estos casos, porque está más seguro”, asegura.

Una pizarra colgada en una planta de hospitalización del Sant Joan de Déu donde se puede leer la frase: "No hay mejor medicina que un corazón contento".
Una pizarra colgada en una planta de hospitalización del Sant Joan de Déu donde se puede leer la frase: "No hay mejor medicina que un corazón contento".Albert Garcia

Era el camino que estaban transitando muchas UCI allá por principios de 2020: más presencia de los familiares, más apertura, más comunicación. Pero llegó la covid y todo eso desapareció de la noche a la mañana. “Fue el mejor ejemplo de como algo se puede derrumbar como castillo de naipes”, lamenta José Manuel Velasco, de la Fundación Humanizando la Sanidad. Comprende que durante los primeros meses se “blindaran los hospitales”, dado el desconocimiento que había sobre el coronavirus, pero no que la situación se mantuviera tanto tiempo. “Todavía hay algunos que siguen restringiendo las visitas. Ha servido como excusa para perpetuar algunos de los problemas de los que veníamos quejándonos”, opina.

Pero la batalla de la humanización de la sanidad tiene muchos adeptos que no se rinden. Ingrid Roca, gerente de la Región Sanitaria Terres de l´Ebre, es una de ellas. Considera prioritario empoderar a los pacientes y darles el poder de decisión sobre sus propias vidas, que no tengan la sensación de que es el médico el que decide sobre su salud. Para ello, cuenta, hay que conocer primero a la persona, interesarse por ella. “Se trata de trabajar las competencias emocionales, la escucha activa, que los pacientes entiendan que al lado no tiene un profesional que les dirige, sino un acompañamiento”, resume.

Roca pone ejemplos de en qué se puede concretar eso: “Intentamos que las rutinas en la planta, como son los desayunos, las curas, la hora de acostarse, no vayan en función de los horarios de los médicos y las enfermeras. No es lo mismo tratar a una persona que trabaja en el campo y está acostumbrada a levantarse al alba que a otra que está acostumbrada a acostarse muy tarde”.

En el mejor de los casos, propone que los sanitarios conozcan todo lo posible sobre la vida de los pacientes, sus aficiones, cómo les gusta que les traten. Esto es complicado en las plantas de los hospitales, pero resulta más factible en centros sociosanitarios o donde los pacientes pasan más tiempo. En el Hospital de la Seu d’Urgell trabajan la historia de vida de los ingresados. Los trabajadores sociales, las enfermeras y los auxiliares tratan de hacer un mapa biográfico de los pacientes para orientar las actividades en función de este. “Por ejemplo, tenemos a una ingresada a la que le gusta mucho hablar francés, así que procuramos ponerle música y películas en este idioma”, dice Cristina Aguar, directora de enfermería del centro.

Para esta individualización hacen falta recursos. Pero todos los entrevistados hacen más hincapié en la implicación por parte de las gerencias, para que impulsen estas dinámicas. Y, sobre todo, en la formación de los sanitarios, porque muchos, argumentan, no tienen las herramientas necesarias. Así lo resume Mamen Segovia: “Como estamos habituados a hacer curas, pensamos en aliviar el dolor siempre, pero el emocional no es posible calmarlo con analgésicos. En cambio, sí es importante propiciar el desahogo, la expresión de emociones. Que la persona se sienta acogida y valorada. Y trabajar la empatía para acogerla sin prejuicios”.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_