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Investigación en el hospital de Vic: “Mi padre entró en el quirófano para operarse de la espalda y ha acabado muriendo de malaria”

El centro sanitario trata de averiguar cómo un paciente pudo contagiarse de la enfermedad en sus instalaciones este verano. Dos informes descartan las hipótesis de la picadura de un mosquito y la transfusión de sangre

María Pilar Gómez sostiene una fotografía de su padre, Samuel Gómez Aceituno.
María Pilar Gómez sostiene una fotografía de su padre, Samuel Gómez Aceituno.Carles Ribas
Oriol Güell
Prats de Lluçanès -

Samuel Gómez dudó hasta el último momento sobre si debía operarse. Algunos días compartía sus cavilaciones con la familia mientras trajinaba por el huerto que hacía crecer en el patio de casa. La intervención en las vértebras lumbares a los 74 años, herencia de una larga vida laboral en la construcción, le daba algo de miedo. Manuela, su esposa, decía medio en broma medio en serio que al final iba a echarse atrás. Pero no lo hizo. “A veces el dolor no le dejaba ni moverse. Por lo demás estaba bien de salud, así que quiso tirar adelante. Entró en el quirófano para operarse de la espalda, pero ha acabado muriendo de malaria. Su vida era esto”, rememora su hija Pilar mientras señala con la mano el espacio en el que su padre pasaba buena parte del día. Es la amplia planta baja de una casa de pueblo, en Prats de Lluçanès (2.500 habitantes, Barcelona), que sirve de almacén, taller y punto de encuentro. En un rincón hay una cocina en la que Samuel y su esposa preparaban la comida para las reuniones familiares. Al lado, la larga mesa de madera en la que le gustaba sentarse con sus cuatro hijos y cuatro nietos.

Cuando llegó la fecha de la intervención, Samuel ingresó en el Hospital de Vic, el centro público de referencia para la comarca. El pasado 30 de julio entró en quirófano para que le fueran colocadas dos placas y seis tornillos entre las vértebras L2 y S1. La intervención fue bien y a los cinco días estaba de vuelta en casa. “Quiso volver a caminar enseguida. Primero iba con el andador. Luego ya lo intentaba sin él. Bromeaba sobre las ganas que tenía de tirarlo por la ventana”, recuerda Pilar. Ya en casa, Samuel todavía no podía trabajar en el huerto ni descender por las escaleras hasta el punto de reunión familiar, pero sus ganas y las visitas familiares diarias —todos viven en el vecindario— auguraba una pronta y completa recuperación.

Todo empezó a torcerse el 17 de agosto. “Dijo que no se encontraba bien y que estaba muy cansado”, explica su hija. Samuel empieza a tener fiebre elevada. Tras una primera visita al centro de salud, dos días más tarde la familia lo lleva a urgencias. Está hipotenso, respira de forma acelerada y los análisis muestran un trastorno en la coagulación de la sangre. La primera sospecha clínica es que sufre un tromboembolismo pulmonar. Nadie piensa en esos primeros momentos que Samuel, que nunca ha viajado a los trópicos, pueda sufrir malaria.

Las siguientes 48 horas son una carrera contra reloj. El deterioro neurológico se va haciendo evidente. Las sospechas clínicas se plantean y descartan con rapidez: meningitis bacteriana, lesiones intracraneales... El domingo 21 de agosto, el paciente sufre un choque séptico, los riñones empiezan a fallar y casi no tiene plaquetas. El ingreso en la UCI se hace inevitable y es entonces cuando un análisis, para sorpresa de todos, encuentra el parásito Plasmodium falciparum en su sangre. Samuel sufre malaria cerebral, la más grave de las complicaciones de esta enfermedad endémica de algunas zonas tropicales, en las que provoca 300 millones de casos y casi medio millón de muertes al año. Los médicos le administran artesunato, un tratamiento específico contra la dolencia. La respuesta inicial al fármaco es buena, pero las complicaciones se van sucediendo y Samuel muere a las 12.41 del 9 de septiembre.

“El Plasmodium falciparum es el más extendido de los tipos de malaria. El mayor riesgo que tiene, como en este caso, es que en ocasiones evoluciona a malaria cerebral. Esto es más frecuente en niños, mujeres embarazadas y mayores, y también en personas cuyo sistema inmunológico nunca ha estado en contacto con el parásito. Se produce cuando este logra franquear la barrera hematoencefálica, una membrana que protege al tejido cerebral. Cuando sucede, el pronóstico suele ser malo”, detalla Manuel Linares Rufo, presidente de la Fundación iO, especializada en Medicina Tropical y del Viajero. Uno de cada cinco casos de malaria cerebral tiene un desenlace fatal, y muchos de los supervivientes sufre secuelas neurológicas.

El Hospital de Vic admite que, tras casi dos meses de investigaciones, no ha logrado averiguar todavía el origen del contagio. La primera sospecha fueron los dos concentrados de hematíes administrados a Samuel. Todas las donaciones son sometidas en España a un estricto control para descartar la presencia de agentes infecciosos y garantizar la trazabilidad de la sangre y sus derivados, lo que ha permitido al Banco de Sangre y Tejidos de Cataluña descartar esta vía. “Los dos donantes son donantes habituales, que no han viajado nunca a zonas endémicas. Desde enero de 2022, no han viajado fuera de España y no reportan ningún problema de salud”, recoge un informe remitido a la familia por el Banco. Los análisis realizados no han hallado rastro de anticuerpos frente a la malaria en las muestras analizadas.

La segunda hipótesis descartada es la de la picadura de un mosquito, la vía más común de infección en las zonas endémicas. Un equipo de inspección entomológica del Consejo Comarcal del Baix Llobregat, responsable de este tipo de investigaciones en buena parte de la provincia de Barcelona, se trasladó a Prats de Lluçanès y a Vic para colocar trampas de mosquitos en los alrededores de la casa de Samuel y del hospital. Los dispositivos capturaron varias especies, pero no hallaron rastro de las dos que en España podrían ser capaces de transmitir la malaria: Anopheles atroparvus y Anopheles plumbeus.

Pistas escasas

“No se ha obtenido ningún dato que apoye una posible transmisión autóctona [de malaria]. No hay referencias históricas en la zona de las especies conocidas como vectores y durante la inspección no se ha encontrado ningún espécimen de ninguna especie [de mosquito] Anopheles”, concluye el informe final de la investigación.

Un portavoz del centro sanitario detalla las investigaciones internas realizadas: “Se ha analizado con detalle todo el proceso asistencial del paciente y examinado los protocolos aplicados, la formación de los profesionales implicados, y los espacios y materiales utilizados. También hemos revisado los 11 casos de malaria importada en pacientes que habían viajado a zonas endémicas atendidos en el hospital entre los meses de junio y septiembre. Pero no hemos encontrado ninguna incidencia, coincidencia de personal o espacio, u otro factor que nos indique el posible foco del contagio”.

El centro, sin embargo, no descarta que se “haya podido producir un contagio nosocomial” en el propio centro y, cerrada la investigación interna, ahora se someterá a una externa. “Seguimos unos proceso de auditorías regulares que llevan a cabo profesionales ajenos al hospital, y en el próximo, que empezará en breve, se va a analizar de nuevo toda la información disponible”, añade este portavoz.

Los contagios de malaria en centros hospitalarios son eventos muy poco frecuentes, pero los sistemas sanitarios europeos no acaban de conseguir acabar con ellos. Un informe del Centro Europeo Para el Control y Prevención de Enfermedades (ECDC), publicado en abril de 2018, identificó en los dos años anteriores seis contagios nosocomiales, de los que dos ocurrieron en España, dos más en Italia, uno en Alemania y otro en Grecia. Uno de los casos ocurridos en Italia costó la vida a un niño de cuatro años, también por Plasmodium falciparum.

Las medidas recomendadas por el ECDC, que pasan por el diseño y aplicación de estrictos protocolos de prevención, no han evitado nuevos casos. Un reciente informe realizado en Francia ha detectado seis contagios en hospitales del país entre 2007 y 2021. En España, los últimos casos conocidos corresponden a una mujer infectada mientras dio a luz en un hospital de Algeciras en diciembre, un bebé en Móstoles en 2018 y un enfermo de cáncer en Vigo en 2016.

En algunos de estos casos, nunca llega a saberse de forma exacta cómo se produjo el contagio. Pueden revisarse circuitos y mirar al detalle si se cumplen los protocolos, pero resulta imposible volver a atrás y comprobar si un pinchazo con una aguja mal esterilizada, una minúscula mancha de sangre en algún instrumental o cualquier otro fallo puntual en las medidas de seguridad dieron la oportunidad al parásito de infectar al paciente.

En Prats de Lluçanès las preguntas sin respuesta interfieren en el duelo en el que se halla sumida la familia. “Dicen que no saben qué ha podido pasar. Pero seguro que la malaria estaba en el hospital. No ha sido un mosquito, no ha sido la sangre, nadie aquí ha tenido la enfermedad... ¿Dónde la puede haber cogido, si no? Denunciamos esto para que no le pase a nadie más”, repite Pilar mientras toquetea nerviosa el teléfono móvil. Son las siete y media de la tarde del viernes. Manuela, toda una vida compartida con Samuel, entra en la estancia que ocupa los bajos de la casa. Saluda con educación, pero lo hace con pocas palabras y el dolor marcado en el rostro. “Voy a buscar algo para la cena”, musita finalmente, tras unos segundos de silencio, mientras se dirige al huerto que con tanto mimo cuidaba su marido.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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