Los Indiana Jones de Atapuerca
Desde hace más de tres décadas, el yacimiento se convierte cada julio durante las vacaciones en el punto de reunión de catedráticos, investigadores y docentes de universidades de todo el mundo que vuelven a avivar la pasión por excavar
Cada mes de julio desde hace tres décadas se juntan en un punto muy peculiar de la provincia de Burgos. Allí llegaron como estudiantes y conocieron a Eudald Carbonell, José María Bermúdez de Castro y Juan Luis Arsuaga, que terminarían siendo sus directores de tesis y más tarde los culpables de una pasión que no tiene fin. Ese lugar es Atapuerca y esos amigos que no fallan a su cita son hoy catedráticos, investigadores o docentes de universidades repartidas por el mundo. Se reúnen en el yacimiento y se unen al equipo de excavadores. Sin cobrar, sin pedir nada a cambio. Al escucharlos, recuerdan a Indiana Jones saliendo de una oscura biblioteca dispuesto a buscar un tesoro arqueológico.
“Toda mi carrera científica la he hecho aquí, en Atapuerca”. Rolf Quam, de 54 años, vive fuera de España. Hace poco ha sido nombrado director del Departamento de Antropología de la Universidad de Binghamton, en el estado de Nueva York, y escribió al resto del equipo para contárselo. Cuando algo le ocurre a 8.000 kilómetros, siente la necesidad de compartirlo con el resto del equipo. Desde hace 25 años, cada mes de julio vuelve a Atapuerca.
Parece mucho, pero hay quien le supera, y de lejos. Ana Gracia, por ejemplo, llegó por primera vez en el verano de 1986. Hoy es profesora en el Departamento de Geología, Geografía y Medio Ambiente en la Universidad de Alcalá de Henares. Con 28 años fue la encargada de reconstruir el cráneo 5, el más famoso de todos los de Atapuerca: el de Miguelón. En los archivos académicos está identificado como fósil AT-700, y, junto con otros descubrimientos de la misma campaña de 1992, supuso un punto de inflexión para el apoyo social y político del proyecto y, por tanto, económico. Pese a haber visto de todo, al saber del hallazgo de esta campaña en 2022 hace pocos días, llamó a su padre desde los yacimientos, que reaccionó con un “es que es increíble lo vuestro”, tras escuchar el tono entusiasta de su hija, 30 años después.
El último hallazgo al que se refiere, del pasado 30 de junio, es el rostro fósil de un homínido que vivió hace entre 1,2 y 1,4 millones de años, cuyo análisis científico tiene una importancia excepcional para comprender los primeros pasos de la evolución del género humano fuera de África y la aparición de especies genuinamente europeas. “Para mí es lo más importante de mi vida”, asegura Eudald Carbonell, uno de los tres directores del yacimiento, y el que antes comenzó a excavar en ellos, allá por 1978. “No creo que otro descubrimiento me haya producido tanto impacto, y eso que he descubierto muchas cosas”, puntualiza, apoyado en el llamado monolito de bienvenida a la entrada al complejo de Atapuerca. La magnitud de la aseveración es grande, si se tiene en cuenta que aquí se ha descubierto al Homo antecessor, y que de sus yacimientos han salido más de la mitad de todo el registro fósil prehistórico mundial.
Dicho lo cual, a sus casi 70 años y cerca de jubilarse, puntualiza: “Estoy de salida”. No es lo que más le enorgullece de sus más de cuatro décadas dedicadas a levantar el proyecto de Atapuerca. “Sobre todo me quedo con haber humanizando al propio equipo”. Alrededor de los tres directores de Atapuerca se han formado, pero también han crecido y se han hecho personas adultas, varias de las personalidades científicas de la prehistoria más reconocidas del mundo.
No era fácil empujar el proyecto de forma altruista junto a los tres directores, a la vez que paralelamente cada uno construía su vida, un currículo académico y buscaba la estabilidad económica. José Miguel Carretero, hoy catedrático de Paleontología en la Universidad de Burgos, subraya lo difícil que era hace dos décadas encontrar una beca. “Eran muy escasas”, explica. “Recuerdo que se concedía una beca predoctoral por cada facultad, imagínate”. Tras licenciarse en Biología, pasó los siguientes dos años pidiendo ayudas públicas y privadas con poco éxito, únicamente con el apoyo de su familia. “Hoy día sigue siendo casi igual. Hay algunas becas más, por supuesto, pero son insuficientes y poco dotadas económicamente”.
Rosa Huguet, en un descanso de la jornada de excavación en la Sima del Elefante, de la que es responsable, se refiere de forma similar a la precariedad del mundo académico para quien decide dedicarse a esta pasión. Es investigadora en el Instituto Catalán de Paleoantropología Humana y Evolución Social, el IPHES, y una de las más jóvenes de este equipo de seniors, con 49 años. Se sabe privilegiada: “Yo tuve más suerte que la generación anterior y mucha más que la posterior. Entré en el momento álgido del proyecto: en el 94 apareció el Homo antecessor, en el 97 nos dieron el Premio Príncipe de Asturias al proyecto y se crearon los centros de investigación: el IPHES, el Carlos III y el CENIEH. Los investigadores actuales sufren una inestabilidad grande, la política científica ahora en España no es la mejor y tienen que ir a convocatorias que les aseguren de dos años en dos años. No puedes hacer planes de futuro profesionales y personales”.
20 años
Antes del momento dulce que llegó tras la obscena campaña del verano 1992, en la que la Sima de los Huesos comenzó a enseñar sus tesoros a borbotones, Carretero recuerda que el contexto era otro: “Excavábamos con cuatro duros, con un mono de tela que nos empapaba, unas luces que no sabíamos ni manejar. Por supuesto no habíamos visto una escalera de espeleólogo en la vida… Pero teníamos 20 años”. Aún hoy duermen en la misma residencia universitaria que los estudiantes cada verano en Burgos. Comparten desayuno, comida, cena y tiempos de descanso.
Ignacio Martínez es catedrático de Paleontología en la Universidad de Alcalá de Henares. Entre 1986 y 2000 fue el profesor de Ciencias en un instituto público en Getafe (Madrid) y así consiguió pagar facturas, formar una familia y poder cumplir con la cita anual en Burgos. “Me bequé a mí mismo, si quieres”, explica, en referencia a las oposiciones que estudió y aprobó. “Yo soy senior cuando me miro por la mañana al espejo y digo: ‘Hola, Papá’, porque me parezco cada vez más a mi padre, pero es que llevo toda la vida aquí, y me sigo viendo igual que hace años”. Es el que más tira de épica al hablar de la relación especial que les une. ”El tipo de fraternidad de saber que has estado pendiente de mí a lo largo de los años”, cuenta. “Nos hemos visto enamorarnos, divorciarnos, tener hijos, presentar tesis, deprimirnos, perder a familiares a lo largo de todo este tiempo”.
“Pero no puede ser, ¿de verdad llevo tanto tiempo aquí?”, se sorprende Huguet al tirar de calendario. Lleva 29 años veraneando en Atapuerca, 21 de ellos en el la Sima del Elefante, origen del último descubrimiento. “Compartimos todo, como asegurar que siempre haya alguien pendiente de los hijos que van llegando y se los traen, mientras su madre o padre están en el laboratorio. O las verbenas de los pueblos de la zona, cuando éramos más jóvenes”.
Javier Trueba es otro miembro honorario que lleva más de 35 años documentando todo en celuloide, primero, y en alta definición desde mediados de la década pasada. “Estos son los héroes que me interesan”, asegura. “Podrían irse a la playa y sin embargo, vienen aquí. No me interesan los héroes efímeros que hacen historia cada fin de semana en un partido de fútbol. Estos sí que la hacen. De hecho están en todas las bibliotecas.”
“Venir aquí nos genera endorfinas, es como droga para este grupo de científicos”. José María Bermúdez de Castro, uno de los directores, lo personifica. “Nuestra vida gira alrededor de Atapuerca”, sentencia. Hay muchas cosas que decide no hacer en julio. “Me encantaría ir a esta o cual invitación o entrega de premios pero estoy excavando”, cuenta que tiene que decir varias veces al año.
Al fondo de la Galería de las Estatuas, otra de las zonas de excavación, se ve a Arsuaga alentando a los estudiantes de la campaña de este verano. “Sois vosotros ahora…”, se le escucha decir. “Quiero daros la enhorabuena, y, ¡mucho ánimo!”. Se oyen aplausos y Arsuaga se aleja hacia alguno de los nueve puntos de trabajo del yacimiento, en busca de sangre joven a la que llevar la pasión por entender cómo es el ser humano. Y para eso, en Atapuerca hay aún muchas cosas que encontrar.
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