El reino del pino canario resiste frente al volcán de La Palma
Esta especie de árbol, más alto y fuerte que sus parientes peninsulares, es el que más superficie ocupa en la isla más verde de Canarias, y es el que rodea el cono del volcán
Marta Martín es palmera, ingeniera forestal y guía turística especializada en rutas que atraviesan el rico patrimonio natural de la isla. “Suelo recibir a los grupos explicándoles que La Palma es un pequeño continente, con una variedad de paisajes brutal. Tenemos terrenos áridos en el sur, casi desérticos, y zonas que parecen selvas, como la laurisilva del norte”, explica. Esta panoplia de escenarios se debe a la diferencia radical de humedad entre las zonas que riegan los vientos alisios y aquellas a las que estos apenas llegan, bloqueadas por las montañas de hasta 2.426 metros del interior de la isla. “Esa variedad es lo que nos convierte en la isla bonita”, añade Martín. Entre las muchas postales que acoge La Palma en sus escasos 708 kilómetros cuadrados, la principal es el pinar. Ocupa el 34,7% de la superficie forestal de una isla asolada desde hace dos meses y medio por la erupción volcánica.
El suelo que se abrió para escupir lava estaba poblado de pinos canarios, el árbol más numeroso en el entorno del cráter. Esos árboles se convirtieron rápidamente en combustible para el fuego del volcán. “Era un pinar joven, de árboles dispersos”, explica Martín. Pero la destrucción forestal del volcán no se limita a los árboles que se ha tragado la lava. “Los aerosoles ácidos que expulsa están provocando una clorosis [amarillamiento por falta de clorofila] bestial a los pinos”, explica Félix Medina, biólogo del Cabildo de La Palma que estudia día a día la afección de la erupción en el entorno natural. Los gases que expulsa el volcán, como el dióxido de azufre, viajan con el viento, lo que está machacando ”pinares situados hasta a siete kilómetros del cráter, expone.
Los caprichos del viento hacen que haya zonas alejadas del volcán “muy afectadas” y otras “pegadas a la colada” que parecen sanas, según Medina. “No sabemos cómo va a afectar esta abrasión a los procesos fotosintéticos del pinar. Lo estamos descubriendo poco a poco. Es la primera vez que vivimos un evento tan bestial en vivo y en directo. Muchos pinos terminarán muriendo por este proceso, pero aún debe pasar un tiempo para saber la dimensión. También hemos detectado episodios de lluvias ácidas en zonas muy puntuales que están dañando a los pinos”, continúa el biólogo del Cabildo. Detrás del cono [hacia el este], hay una gran concentración de pinos que están sufriendo el acoso constante de materiales expulsados desde las profundidades de la isla.
La otra arma abrasiva del volcán contra la superficie forestal es la ceniza: “Cualquier especie vegetal, si le pones encima una superficie negra que le impide realizar la fotosíntesis, sufre. Desde un geranio que tengas en casa a estos pinos. Sin luz, les cambia el metabolismo. También hay que tener en cuenta que muchos matorrales están completamente sepultados por la ceniza. No sabemos cuántos metros [de ceniza] sobre sus raíces serán capaces de aguantar los pinos. Y sin olvidar los gases tóxicos a los que están siendo sometidos”, añade Martín. La ceniza, además, actúa como una lija que raspa las hojas y los brotes que intentan crecer tras la destrucción.
Los golpes del volcán embisten contra pinares que no vivían su mejor momento. “A los pinos, y a toda la vegetación, la erupción les ha alcanzado en una etapa débil. Venimos de un verano muy seco tras una época muy larga de sequías. Desde 2013 las precipitaciones son bajísimas, algo que no es nada común en La Palma. Esto ha conducido a una serie de incendios que han comprometido aún más a los pinares”, explica el biólogo del Cabildo, que desarrolla un estudio sobre el terreno con el biólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Manuel Nogales para analizar la afección del volcán en el ecosistema.
Los expertos consultados por EL PAÍS tienen fe en la recuperación de los pinos que no ha consumido o sepultado el volcán. Los ejemplares que pueblan La Palma son canarios (Pinus canariensis), más altos y resistentes que sus hermanos peninsulares (carrasco, piñonero, radiata...). “El pino canario alcanza mayor altura y es más esbelto, de un color asalmonado de joven y plateado cuando se hace viejo. No te das cuenta del tamaño tan inmenso que tiene hasta que te arrimas”, explica el director del Parque Nacional Caldera de Taburiente, Ángel Palomares, junto a un ejemplar gigantesco de 800 años de edad. Otro de los rasgos más identificativos para diferenciar al pino canario es que tiene tres acículas (cada hoja en forma de palillo) muy largas por vaina, mientras que el carrasco o el piñonero tienen dos y más cortas.
La superficie natural de la que es responsable Palomares es la joya de La Palma, un mar de pinos en mitad de la isla. “Los pinos más soberbios y en mayor número están en la zona norte [la más húmeda]. Alcanzan los 40 metros. Hay otras áreas con pinos muy altos en España, como la sierra de Guadarrama, pero no hay tantos y tan concentrados como en La Palma”, comenta Palomares. Ese manto verde que colorea la isla se extiende también en la zona septentrional, fuera de la Caldera de Taburiente. La Palma es la isla con mayor porcentaje de superficie forestal de todo el archipiélago canario (el 39,5%).
El director del parque nacional asegura que la mayor parte de los pinares afectados por el volcán “van a sobrevivir”. “Puede que lo hagan maltrechos, malformados, como si les hubiera pasado un volcán por encima, pero es una especie muy resistente”, continúa. “El pino canario es más fuerte que otros pinos. Su corteza, lo que cubre el tronco, no deja pasar el fuego. Dentro se producen unos brotes epicórmicos [que pueden estar dormidos largo tiempo] que facilitan su recuperación. Puedes ver un pino que ahora mismo tiene toda su biomasa seca, con las ramas rotas y sin hojas, pero luego puede brotar”, indica Martín.
Palomares es testigo directo de ese poder del pino: realiza incursiones diarias al entorno de la erupción, donde se encuentra con muchos ejemplares afectados: “Los más cercanos al cráter están como palillos de dientes, no tienen ni una rama. Pues en algunos de ellos aprecias algunos brotes. El pino tiene que recibir mucho daño para morir, es muy resistente. Esto ya lo sabíamos por los incendios: la corteza es muy aislante, tanto que puede llegar a 400 grados y que el árbol sobreviva”. Coincide con lo que ha observado el biólogo del Cabildo: “Hemos raspado en algunos ejemplares muy machacados y no están secos. Están en una diapausa [estado fisiológico de inactividad para sobrevivir a condiciones desfavorables], esperando a ver qué ocurre”. Los pinares que ya han perecido ante la furia del volcán son —más allá de los arrasados por la lava, los sepultados en ceniza o en dióxido de azufre— aquellos cuyas raíces se han abrasado porque el material incandescente, en su camino a la superficie, se ha acercado a ellas bajo tierra.
No hay un cálculo exacto de cuánta superficie natural está afectada. La mayor parte de los espacios arrasados eran –“lamentablemente”, en opinión de estos expertos–, zonas residenciales o agrícolas, pero también hay áreas de pinares y otros espacios naturales. La colada se extiende a lo largo de más de 1.100 hectáreas, aunque este cálculo no incluye espacios sepultados por metros y metros de constante lluvia de ceniza. Hace dos semanas se desvelaron parte de los resultados del trabajo de Medina, que analiza el efecto de la erupción en el entorno: el pino es la planta más afectada, mientras que en el reino animal el que más sufre es el lagarto. “Se mueven en espacios reducidos. Si hay una amenaza se esconden, así que quedan sepultados en ceniza o bajo la colada”, explica Medina. Pese a todo, la colada no está afectando gravemente a ninguna de las especies endémicas o en riesgo de La Palma. Entre ellas hay plantas como la garbancera y la dama palmera o animales como el saltamontes áptero de El Remo.
De cualquier forma, la mayor parte de la naturaleza de la isla vive ajena al volcán. “Casi toda la vegetación no va a tener problemas. Hay plantas muy alejadas que están recibiendo algo de ceniza, pero no les va a pasar nada”, añade Palomares. “La isla bonita lo seguirá siendo. La naturaleza de esta isla está acostumbrada a los volcanes. Los que no estábamos acostumbrados éramos nosotros. A todos nos habría gustado que la lava hubiera salido al sur de Fuencaliente, que no afectase a tantas personas. Pero la isla y sus especies están acostumbradas a los eventos volcánicos, así ha evolucionado la vegetación y ha salido adelante”, explica Medina. “Hay pocos profesionales especializados en la gestión del monte. Los espacios naturales de esta isla necesitan más ingenieros forestales, que en estos momentos están realizando una labor increíble”, apostilla Marta Martín.
Las plantas acabarán conquistando las rocas hoy incandescentes. “Uno de los primeros organismos que puebla las coladas es el liquen”, comenta la ingeniera forestal. La primera que creció en las coladas del Teneguía (1971), según explica el director del parque nacional, fue la vinagrera (Rumex lunaria). También es muy posible que entre los primeros pobladores de la actual colada haya plantas invasoras como el rabo de gato (Sideritis tragoriganum). “Para saber qué va a pasar es muy importante conocer qué plantas queden en las quipucas [islas de terreno no arrasado en medio de las coladas], ya que se convertirán en puntos de recolonización naturales”, explica Medina. ¿Y los pinos? “Es más difícil que crezcan en las coladas. Lo harán, pero necesitan mucho más tiempo y grandes aportes de tierra”, añade el biólogo del Cabildo, opinión que coincide con la de Palomares: “Hay ejemplos de pinares en coladas históricas, pero les cuesta más que a otras plantas. En las coladas puras, que son solo roca sin tierra, la colonización es lenta”. El hecho de que el volcán esté expulsando tanta ceniza, cubriendo las piedras expulsadas por el volcán, puede ayudar, según Medina, a que el pino reconquiste zonas que le ha arrebatado la lava. La isla es y seguirá siendo el reino del pino canario.
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