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El día después de la hecatombe en el volcán de La Palma

Habitantes y ayuntamientos de la isla tratan de prepararse para la reconstrucción de todo lo que la lava ha destruido: casas, conducciones de agua, carreteras o colegios

Antonio Jiménez Barca
Nube provocada por el volcán de Cumbre Vieja.
Nube provocada por el volcán de Cumbre Vieja.Samuel Sánchez (EL PAÍS)

Fran Leal, el concejal de obras de Los Llanos de Aridane, trata de arreglar de día lo que el volcán le destroza por la noche. Es una pelea desigual y casi perdida de antemano, pero no por eso Leal deja de darla. Cada tarde, acompañado de un equipo pequeño y de un policía local, Leal, del PP, recorre la parte del municipio afectado, contempla lo dañado y anota lo destruido o lo que está a punto de destruirse: la farola que se derrite como si fuera de plástico, la carretera rota, la casa hundida o la tubería partida en dos. A la mañana siguiente, con un batallón de operarios trata de recomponer algo del abastecimiento de agua a base de empalmar tuberías situadas en la parte más baja de la localidad, aún no estropeadas, en una suerte de desvío de urgencia, mientras cierra bocas que vierten agua al suelo. Si la lava sigue avanzando en dirección al mar esto no servirá de nada, pero Leal no se distrae con eso y prefiere ir plantándole cara al volcán día a día en su pueblo (20.000 habitantes). Su teléfono recibe continuamente llamadas de vecinos evacuados que saben que él es de los pocos que entra a la zona prohibida y al que le hacen siempre las mismas preguntas:

—¿Has visto mi casa? ¿Sabes si ya la tiró?

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En una semana, el brazo del volcán ha invadido cerca de 200 hectáreas, ha triturado totalmente 449 edificios y parcialmente otros 45, según el parte vulcanológico a 26 de septiembre. Y ha inutilizado más de 15 kilómetros de carretera. Ahora mismo, la montaña de lava está detenida en el centro del barrio de Todoque, pero otra lengua avanza algo más allá, amenazando una zona de alojamientos turísticos. Es decir: esto no ha terminado. De hecho, tal vez no haya hecho sino empezar.

Fran Leal, concejal de Obras Públicas de Los Llanos, en el campo de lucha canaria, en La Palma.
Fran Leal, concejal de Obras Públicas de Los Llanos, en el campo de lucha canaria, en La Palma.

Tanto Leal como la alcaldesa, Noelia García, del PP, le hacen también a los geólogos y a los vulcanólogos la misma pregunta: ¿Cuánto va a durar esto? Y los vulcanólogos y los geólogos les responden lo mismo: que no lo saben, que nadie lo sabe. Lo más seguro es que este volcán se comporte como sus inmediatos predecesores, los otros volcanes de La Palma: el Teneguía, en 1971, duró 21 días. El San Juan, en 1949, se alargó hasta los 47. Hubo otros más antiguos con otros registros. Teniendo todo esto en cuenta, lo más probable (sin que esto signifique mucho) es que el volcán que ahora está en todas las televisiones del país dure en activo al menos tres semanas y, como máximo, casi tres meses.

Centrado en el presente

Leal, el desbordado concejal de Los Llanos, conoce esto pero prefiere olvidarse de los tres meses y concentrarse en lo que pasa aquí y ahora. Tiene claro en qué fijarse nada más llegar cada tarde al área restringida porque sabe qué edificio será el próximo en caer si no hay suerte: el del colegio de Todoque. Está ya vacío, les dio tiempo a llevarse los ordenadores, la pizarra, los muebles, las taquillas, los cuadros, los murales o los percheros. Cerca hay un ambulatorio. Y un poco más lejos está el cementerio, emplazado detrás de una loma que por ahora lo protege, pero indefenso si se acumula lava por ese sector. El concejal no quiere ni pensar en qué significaría para su pueblo que el cementerio resultase sepultado debajo de cientos de toneladas de roca viva incandescente. Prefiere ocuparse en las tuberías que hay que reparar, en hacer planes para el futuro.

Porque algún día, dice, el volcán terminará de arrojar ceniza y piedras en llamas y volverá a dormirse y habrá que ponerse a arreglar todo. Leal utiliza una palabra que ahora suena rara: “Normalidad. Habrá que insistir en eso. Será difícil porque nuestro pueblo, tal y como lo conocíamos, ha desaparecido: ha surgido algo nuevo encima, un desierto. Aunque le digo una cosa: aquí no nacemos engañados. Sabemos de dónde venimos, lo que somos. Somos de tierra de volcanes. Nuestros padres nos hablaban de los volcanes que vieron de niños y nosotros les hablaremos a nuestros hijos de este que estamos viendo ahora. Por eso sabremos arreglar todo. Ahora bien: o vienen ayudas del Gobierno y del Gobierno canario o estamos muertos”.

Lava del volcán sobre una casa en El Paso. RAFA AVERO
Lava del volcán sobre una casa en El Paso. RAFA AVERO

5.900 evacuados

Lo primero será tratar de realojar a las más de 300 familias que han perdido o perderán su casa. Este sábado, en la isla ya se contaban 5.900 evacuados. El terreno sobre el que se asentaban sus viviendas simplemente ya no existe, es otra cosa: ha sido sustituido por una ladera irregular e irreconocible de lava humeante. Y acabará convertida en un trozo de montaña similar a las que encontraron los primeros pobladores de esta isla. Tardará varios meses en enfriarse, dependiendo de su lejanía respecto al volcán y de la altura que alcance. Tal vez sea declarada zona natural protegida.

En cualquier caso, habrá que buscar otro suelo edificable o pisos ya hechos en otras partes de la isla. Juan Miguel Rodríguez, el alcalde de Tazacorte (4.800 habitantes), otro de los municipios afectados, ha resuelto presentar al pleno una cesión de terrenos municipales para que, con dinero del Gobierno canario o del Gobierno central, se levanten ahí bloques de pisos para acoger 168 viviendas. “Lo pensé cuando un vecino me paró en la calle y me preguntó: ‘Juan Miguel, ¿y si se me lleva la casa yo qué hago?”

El Ayuntamiento de Los Llanos, por su parte, ha firmado un acuerdo con un inversor que tenía abandonadas —aunque casi terminadas— una treintena de viviendas a fin de que reemprenda las obras al momento y acelere su terminación. La alcaldesa, Noelia García, del PP, añade que el Gobierno canario está pensando en levantar bloques prefabricados para realojar de urgencia a los más necesitados.

Paralelamente, cuando la lava se enfríe, ocurra cuando ocurra, entrarán las brigadas como las del concejal de Obras de Los Llanos para tratar de reabrir las carreteras cortadas. Por el valle de Aridane cruzan tres. Una fue alcanzada el primer día por el volcán. La segunda, la más transitada de toda la isla debido a que comunica con las plataneras pegadas a la costa, también ha sido destruida. Solo queda la tercera, la que discurre casi paralela al mar. Y peligra, porque si la lava termina finalmente por llegar a la costa la acabará seccionando. Si esto sucede, condenará a los habitantes de la zona a dar un rodeo de más de una hora para salvar el valle. Y dejará incomunicadas las fincas de plátanos, uno de los motores económicos de la isla. Por eso el alcalde de Tazacorte, de Nueva Canarias, previene: “Al día siguiente de que la lava se pare, tenemos que echar a correr para empezar a ponerlo todo en orden”.

Ángeles Nieves, directora del colegio Los Campitos, arrasado por la lava, en El Paraíso, en su casa, con el volcán de fondo, en La Palma.
Ángeles Nieves, directora del colegio Los Campitos, arrasado por la lava, en El Paraíso, en su casa, con el volcán de fondo, en La Palma. Samuel Sánchez

Ángeles Nieves es la directora del colegio Los Campitos y contempla espantada el volcán desde la entrada de su casa en Los Llanos. Desde allí mira el penacho de humo negro denso y feo y escucha las explosiones repetidas, con una cadencia que parece artificial. Nieves perdió su colegio el primer día. No hubo tiempo de salvar nada, al contrario de lo que ocurrió con el colegio hermano de Todoque. Al de Nieves iban 26 niños de la zona, de todas las edades. De ellos, 24 se han quedado también sin casa. La directora atiende a una madre por teléfono. Habla con ella, le cuenta que están llegando muchas donaciones para el colegio, le insufla ánimo con el poco que le queda a ella. Cuelga y vuelve a recibir otra llamada: son dos amigos de Todoque que han sido evacuados y que necesitan que Nieves les guarde algún tiempo algunas cosas de su casa en el garaje. “Vale”, dice.

Planificar el futuro

Mientras llegan las ayudas, mientras esperan a que el volcán se duerma y así poder comenzar a planificar la reconstrucción, los habitantes de La Palma se unen para tratar de sacudirse juntos esta pesadilla. Hay una marea solidaria insólita y creciente. Hay restaurantes de Los Llanos que cierran a las doce de la mañana porque los cocineros se van a preparar comida para los evacuados. Se producen donaciones continuas de ropa, juguetes, libros, muebles, platos preparados o sábanas recién compradas y casi ya no hay sitio para guardar tanta cosa. Se ha tenido que habilitar una lista de espera de personas que quieren ayudar. Hay voluntarios hasta para cuidar de los perros y gatos que las familias que han perdido la casa han tenido que dejar atrás por no disponer de espacio. Entre ellos se cuenta una chica que pasea a un perro muy viejo, sin dueño y sin nombre que encontró un bombero en una finca abandonada a toda prisa y que tenía todas las papeletas para morir allí solo. No murió. No está solo. La chica lo ha llamado Pedro.

Con la misma determinación del concejal de obras de Los Llanos, Nieves, la directora del colegio Los Campitos, cuenta que pronto tendrán uno nuevo. Porque los niños “necesitan cuanto antes volver a la rutina”. Cuando se le pregunta que qué tipo de rutina va a tener un niño que ha perdido en un día su casa y su clase por la erupción de un volcán que no deja de estallar y que se ve desde casi cualquier parte de la isla, la profesora responde con tranquilidad:

—La que podamos darle. Por eso hace más falta que nunca el colegio.

Poco después llegaron sus amigos, con una furgoneta cargada de cosas. Nieves les abrió la puerta del garaje.

—¿Y los muebles? ¿No habéis traído muebles? —preguntó la directora del colegio—.

—No hemos podido desmontarlos. Se han quedado allí —le respondió su amiga—.

Las dos mujeres se miran un largo rato sin decir nada. Después se ponen juntas a descargar.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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