El experimento para devolver la fiesta a Ibiza: “Necesitábamos bailar”
El sector del turismo en las Baleares espera reabrir el ocio nocturno tras una prueba piloto con 1.500 personas, todas vacunadas o con prueba negativa
A las siete y cuarto de la tarde del viernes, el baile volvió a Ibiza después de más de un año y medio. El baile, la fiesta y, cuando cayó el sol, el ocio nocturno que quedó clausurado en la isla en octubre de 2019, cuando los locales echaron el cierre pensando en una siguiente temporada que nunca llegó. Carmen Antelo, técnica de emergencias que prefiere no desvelar su edad, fue la primera que pisó la pista del Hotel Hard Rock, donde los empresarios del ocio y el Gobierno de Baleares decidieron hacer la primera experiencia piloto para devolver a Ibiza uno de los emblemas que han hecho a la isla famosa en todo el mundo: la noche.
Emulando al concierto de Love of Lesbian que se celebró el 27 de marzo en Barcelona, todo el que entró al recinto, en este caso al aire libre, tenía la doble pauta vacunal o había presentado una prueba negativa; estaba prohibido cruzar a la pista de baile sin mascarilla FFP2, que solo se podía apartar de la cara para beber en una zona especialmente habilitada. Para hacerlo, teóricamente había que estar sentado, algo que en medio de la euforia de la música ochentera que sonaba no se cumplió a rajatabla. A diferencia de aquel concierto, en la primera fiesta de Ibiza desde que empezó la pandemia, todos los asistentes eran trabajadores esenciales invitados por la organización, en un homenaje a los que más de cerca han lidiado con la covid-19.
Cuando Carmen Antelo pisó la pista solo la acompañaban dos amigas y un fuerte sol de verano: “Necesitábamos volver a bailar, teníamos muchas ganas y nos lo merecíamos”. La fiesta fue animándose conforme atardecía, pero el límite de aforo de la zona de baile, de 800 personas, nunca se alcanzó. Hasta cerca de la medianoche, cuando se apagaron las luces, la mayoría de los 1.500 asistentes a esta experiencia prefirieron quedarse en la zona de barras de un recinto que antes de la pandemia congregaba a unas 4.000 personas todos los viernes en el ciclo Children of the 80′s, que comenzó en la isla hace siete años. “Tener que dejar la bebida y ponerte la mascarilla corta un poco el rollo, pero bueno, es un primer paso y estamos muy contentos de darlo”, comentaba Carlos, un médico de UCI que las pasó “canutas” en la tercera ola.
Baleares ha acogido esta experiencia piloto con una mezcla de sensaciones pandémicas. Por un lado, euforia en el sector turístico 24 horas después de que el Gobierno de Boris Johnson lo incluyese en la lista verde de destinos que los británicos, su segundo mercado, pueden visitar sin necesidad de pasar cuarentena a su regreso. Por otro, sumergida en el enorme revuelo por un megabrote entre estudiantes en viaje de estudios que se fraguó en las islas y que se ha expandido por media España, con más de 600 casos.
José Luis Beníntez, gerente de la patronal Ocio Ibiza y uno de los organizadores de la fiesta, estaba eufórico. Hacía unos meses no habría apostado por volver a abrir este verano. Ahora, entre este experimento que ya asume como positivo y la decisión del Reino Unido, cree que se “puede salvar media temporada”. “Nadie va a ganar dinero. Quien empate ya puede estar contento, pero los números no saldrán porque los aforos tendrán que reducirse”. Iago Negueruela, consejero de turismo de una comunidad que fue de las más estrictas a la hora de imponer restricciones, saca ahora pecho: “Muchos nos criticaron, pero se ha visto que era la estrategia acertada: somos uno de los pocos destinos turísticos abiertos y referente en Europa”.
Pero Ibiza todavía no es la Ibiza prepandemia. Las calles que suelen estar abarrotadas de extranjeros tienen por la noche contadas mesas ocupadas. En las pantallas de las terrazas, las fiestas de mejores tiempos en discotecas míticas se llenan de bailarines sin mascarillas y contrastan con un ambiente que parecería de fuera de temporada. Y la fiesta del Hard Rock es, de forma premeditada, eminentemente local. Dentro de lo que puede serlo en la isla. Resulta complicado encontrar a un ibicenco. Acentos de todos los rincones de España han acabado en la isla trabajando en la sanidad, el gremio más representado en la fiesta.
Arantzazu Rosa, que pese al nombre es cordobesa, de 35 años, llegó a las islas hace justamente dos para trabajar como auxiliar de enfermería. “Había muchas ganas. Cuando llegué no podía salir porque no conocía a nadie. Cuando hice amigos llegó la pandemia. Aquí hemos estado sin ni siquiera terrazas hasta hace unas semanas. Y esta es la primera fiesta”, relata antes de salir a la pista de baile al son de Queen.
Harán falta unos días para saber si la experiencia, desde el punto de vista sanitario, sale bien. Cuando a los especialistas en salud pública se les habla de ocio nocturno tuercen el gesto. Fue el origen de muchos de los brotes de la segunda ola, que se comenzó a fraguar hace ahora un año. La Sociedad Española de Epidemiología publicó unas directrices sobre eventos multitudinarios que describen como buenas prácticas algo muy parecido a lo que sucedió en Ibiza el viernes: pruebas negativas o vacunación, mascarillas, aire libre...
Fernando Rodríguez Artalejo, catedrático de Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, lo tiene claro: “Algo así es seguro”. Argumenta que en una comunidad con tan pocos casos (la incidencia acumulada a 14 días en Baleares es de 51 por 100.000 habitantes) los test de antígenos negativos prácticamente descartan la posibilidad de infección. “No hay pruebas perfectas y las vacunas tampoco lo son, puede que alguien con la pauta completa transmita el virus, pero es mucho menos probable”, subraya.
Más escéptica es Clara Prats, del grupo de Biología Computacional y Sistemas Complejos (Biocom-SC) de la Universidad Politécnica de Cataluña: “Hay que ir con cuidado cuando se extrapola un experimento a la vida real, en cualquier ámbito, porque siempre hay más factores que no puedes controlar. No lo critico, seguro que el diseño es impecable; tampoco el hecho de que se haga, porque es imprescindible experimentar para avanzar en el conocimiento. Pero sí que hay que tener en cuenta que los resultados no son directamente extrapolables”.
El alcohol y los sitios cerrados, con música que obliga a hablar alto es mala combinación en una pandemia de un virus que se trasmite por el aire. Pero el sector del ocio de Baleares no tiene prisa. “Iremos poco a poco, como se desescaló la hostelería, primero en recintos abiertos. Lo que era imprescindible era que hubiese baile, algo que en las primeras reuniones no estaba sobre la mesa. Pero ese es el espíritu de Ibiza. Gente sentada y viendo un espectáculo es teatro”, reflexiona Benítez, quien es optimista y cree que a mediados de julio actividades como las del viernes pueden ser la norma. “La vacunación va muy rápida, cada vez avanza más entre los jóvenes y esto nos da esperanzas”, añade.
Para los recintos cerrados habrá que esperar. José María Etxaniz, propietario de la discoteca Privilege, que con un aforo para 10.000 personas ostenta el récord Guinness de la más grande del mundo, no cuenta con abrir este verano. “No nos merece la pena. Los dj se contratan en invierno, ahora es tarde. Y cada día de apertura cuesta 150.000 euros, eso no se puede cubrir con aforos reducidos”, sentencia.
Abel Matutes, director del Grupo Palladium, al que pertenece el hotel Hard Rock, no quiere desvelar cuánto ha costado este experimento, en el que han trabajado 170 personas y que se venía fraguando desde hacía semanas para hacer una desescalada gradual de este sector clave para la isla. “Está todo planificado para que vaya bien y sea seguro. Poco a poco esperamos volver a la normalidad. Si todo sale bien podemos volver a aportar la magia que Ibiza tiene, pero tenemos que ser muy cuidadosos para no cargarnos nada”, asegura.
En la fiesta suena The Final Countdown, de Europe. “Este ha sido el final de la cuenta atrás”, exclama el pinchadiscos, que jalea al público para celebrar que son “los primeros en poder bailar en Ibiza”. José Manuel Vázquez es uno de los pinchadiscos de La Movida, que lleva animando estas fiestas de hijos de los ochenta en el Hard Rock desde hace siete años: “No terminábamos de creérnoslo, pero cuando empezamos a probar el sonido daba la sensación de que nunca nos fuimos”.
Después de ellos actúa Celtas Cortos. Antes de salir, Cifu, su vocalista, está deseando dar el cuarto concierto desde que comenzó la pandemia. El primero con gente de pie y bailando: “Tenemos ganas de buscar las miradas de la gente, aunque lleven mascarilla la sonrisa sale por los ojos y eso lo podremos disfrutar”.
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