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La crisis del coronavirus
Columna
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La revolución de las patentes

La exención propuesta por Washington es insuficiente para incrementar las vacunas

Javier Sampedro
Patentes vacunas Covid
Empleadas trabajan en la producción de la vacuna contra la covid en el centro de producción de Butantan, en Sao Paulo, Brasil.NELSON ALMEIDA (AFP)

Entre las muchas alegrías que Joe Biden está deparando a la política internacional, sumida por su antecesor Donald Trump en un desaliento crónico, están el regreso de Estados Unidos a los pactos del clima y su apoyo a la exención temporal de las patentes sobre vacunas anticovid. Lo del clima constituye una restauración de la situación anterior a Trump. Lo de las patentes va más allá de eso, porque erosiona un principio sagrado –la propiedad intelectual— que hasta ahora ha sido una pata fundamental de la innovación empresarial y el comercio. Y constituye un ataque directo a la gran industria farmacéutica, la misma ‘big pharma’ que ha desarrollado las vacunas, como demuestra su inmediata caída en las Bolsas.

El anuncio de Washington ha pillado a Europa con el pie cambiado. La presidenta europea, Ursula von der Leyen, se ha visto forzada a salir con una ambigua defensa de la exención temporal, matizada de inmediato con la apostilla de que la medida no resulta suficiente para incrementar la producción mundial de vacunas. Con la patente suspendida temporalmente, las fábricas de vacunas pueden en teoría clonarlas y producirlas a bajo coste. Pero lo cierto es que la capacidad del mundo pobre para producir vacunas es muy escasa, con notorias excepciones como India. No está en absoluto claro cuántas más vacunas se pueden producir gracias a la exención, pero los cálculos resultan sombríos.

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Por extraño que le suene a la generación de las descargas ilegales, la propiedad intelectual es una conquista de la modernidad. Es la forma de vida de las escritoras y los dramaturgos, las ensayistas y los músicos de talento, y su violación supone un formidable estorbo para los creadores jóvenes. También es un motor poderoso del desarrollo científico y técnico, del que el mejor ejemplo actual son las vacunas anticovid. Son los derechos de propiedad intelectual los que estimulan a la industria farmacéutica a descubrir fármacos, porque ese negocio es muy arriesgado. Puedes tirarte cinco años probando nuevas moléculas y luego todo se va a la basura en la segunda fase de los ensayos clínicos. Las normas del mercado entienden que ese riesgo debe compensarse cuando la vacuna funciona. La pregunta es cuánto. Cómo. Cuándo. En qué situación.

La representante comercial de Estados Unidos, Katherine Tai, cuya agencia instruye la política comercial de la Casa Blanca, parafraseó el miércoles, no sé si aposta, al astrofísico Carl Sagan. Tai dijo: “Las circunstancias extraordinarias de la pandemia de covid-19 exigen medidas extraordinarias”. La frase original de Sagan era “las afirmaciones extraordinarias requieren evidencias extraordinarias”. Se refería a descubrir vida extraterrestre: o lo tienes bien agarrado o más vale que te calles.

Lo que Tai connota en este caso es que Estados Unidos no tiene la menor intención de eliminar las patentes por completo y para siempre. Se trata solo de poner un parche a una rueda pinchada hasta que llegues al taller. Un parche caro, a juzgar por lo que han perdido las farmacéuticas en Wall Street y los demás parqués del planeta, con el pintoresco estilo gallináceo de este sector financiero.

Los mercados, o los algoritmos que los rigen, han percibido dos problemas con la exención de patentes. Primero, que desincentiva a la industria para investigar en nuevos fármacos y, segundo, que puede poner en manos de fabricantes poco preparados unas tecnologías genéticas que no dominan bien. La industria debe formar a los nuevos productores, de modo que el mundo pobre seguirá necesitando su colaboración.

También la Organización Mundial de la Salud (OMS) saludó la iniciativa de Washington por boca de su director general, Tedros Adhanom Ghebreyesus. Sus responsables, sin embargo, son más críticos en privado. En primer lugar, Estados Unidos no ha exportado vacunas hasta ahora, a diferencia de la UE, que ha distribuido la mitad de sus dosis a terceros países, y la iniciativa de Washington solo ha llegado una vez que el país se ha asegurado la vacunación de sus propios ciudadanos. En este sentido, Europa ha mostrado una posición más ética, contra toda intuición. Es cierto que estamos comparando a una Comisión Europea experta con un Gobierno que apenas ha superado sus primeros cien días en la Casa Blanca.

El apoyo a la exención de patentes no especifica a qué plataformas tecnológicas va a afectar. Las vacunas más clásicas, basadas en adenovirus modificados, resultarían más fáciles de clonar, como de hecho lleva meses haciendo India con el producto de AstraZeneca, pero el alboroto con los infrecuentísimos trombos asociados a ellas ha aumentado el rechazo de la población, por irracional que sea. Las vacunas mejor aceptadas, como Pfizer y Moderna, se basan en una tecnología de última generación (el mRNA, o ARN mensajero) que ahora mismo no está al alcance de cualquier laboratorio. Incluso si se aprobara mañana, la exención temporal de patentes tardaría años en traducirse en vacunas. Hay otras vías.

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