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Josep Baselga, un investigador brillante junto a la cabecera del enfermo

El oncólogo desarrolló nuevas terapias moleculares que han empujado la medicina personalizada

Milagros Pérez Oliva
Josep Baselga, oncólogo catalán, en noviembre de 2011.
Josep Baselga, oncólogo catalán, en noviembre de 2011.Luis Sevillano

Josep Baselga reunía en su persona múltiples dualidades que raramente se dan juntas y que, cuando convergen, tienen un efecto multiplicador que conduce a la excelencia. En su caso le llevaron a convertirse en una de las figuras más preeminentes de la oncología mundial. En la primera dualidad, Baselga aunaba la empatía, la cercanía y el desvelo del médico que no abandona la cabecera de la cama del paciente, pero era al mismo tiempo un excelente organizador, exigente e implacable, cuyo liderazgo hacía crecer tanto al equipo como a la institución.

Era de esos médicos que conoce tan bien la condición humana, y especialmente la condición doliente y asustada de quien acaba de ser diagnosticado de cáncer, que siempre era capaz de activar la tecla psicológica adecuada para hacer crecer la semilla de la esperanza. En unos casos consistía en coger la mano de la paciente y, con la mayor de las sonrisas, decirle que no se preocupara, que había muchas posibilidades y que iban a salir juntos a por ellas. En otros, se trataba de decir lo mismo, pero apuntando, calculadora en mano, los porcentajes de curación del arsenal terapéutico disponible. El propósito era convertir la confianza en una aliada de la terapéutica.

En la segunda dualidad, Baselga reunía la condición de médico eminentemente clínico y la de investigador. Aunaba la investigación básica y su aplicación clínica. Sus amplios conocimientos en ambos extremos del proceso le permitían discernir cuál era el camino más prometedor para alcanzar el objetivo. Su obsesión era convertir lo más rápido posible el conocimiento básico en opciones terapéuticas capaces de salvar vidas. Había demasiada distancia entre los avances de la investigación básica y la obtención de un tratamiento.

Durante mucho tiempo se estuvo buscando el Santo Grial del cáncer, una especie de llave maestra capaz de bloquear en algún punto el proceso oncológico y obtener así un tratamiento común para todos los tumores. Pronto se vio que la curación no iba a ser fruto de un salto disruptivo, sino de avances incrementales en cada uno de los tumores, y dentro de cada tumor, en cada variante. Baselga fue uno de los líderes mundiales en esta aproximación: analizar y conocer los mecanismos moleculares involucrados en cada tumor para encontrar dianas terapéuticas capaces de atacar selectivamente las células cancerígenas. A lo largo de su doble viaje de ida y vuelta del hospital de Vall d’Hebron al Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York, con una incursión en el Hospital General de Massachusetts, contribuyó al desarrollo de las nuevas terapias moleculares que han permitido mejorar las tasas de curación y avanzar en la medicina personalizada.

Su forma de encarar la investigación y la aplicación clínica le convirtieron en un referente de la medicina traslacional, que se preocupa de acortar los tiempos desde que se descubre una nueva molécula con potencial terapéutico hasta que llega al paciente en forma de tratamiento. Todo esto lo hizo en colaboración muy estrecha con las farmacéuticas que desarrollaban los fármacos, y aquí es donde su extraordinaria y exitosa trayectoria tropezó con una piedra que no había previsto, deslumbrado él mismo por el enorme alcance de sus logros: un problema de transparencia.

Los investigadores que publican resultados de ensayos clínicos han de declarar sus conflictos de intereses. Baselga no comunicó su relación con algunas farmacéuticas, lo que le obligó a dimitir como director general del Sloan Kettering Cancer Center. Ningún trabajo señalado por esa falta de transparencia ha sido cuestionado o enmendado. Su error fue descuidar un aspecto que, en tiempos de desconfianza hacia la Big Pharma, es especialmente delicado y que, usado como arma por competidores y detractores, podía herirle de gravedad.

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