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La gestión de la pandemia del gobernador de Nueva York provoca la renuncia de una decena de expertos del Estado

El demócrata Cuomo rechazó los protocolos de vacunación existentes para aplicar su propio modelo de inmunización

María Antonia Sánchez-Vallejo
Andrew Cuomo, el 27 de enero en una conferencia de prensa sobre el coronavirus.
Andrew Cuomo, el 27 de enero en una conferencia de prensa sobre el coronavirus.DPA vía Europa Press

Puede que sean sus genes italianos, que le provocan esa viveza de carácter, o tal vez la suficiencia que da verse reelegido una y otra vez, pero la actitud del gobernador del Estado de Nueva York, Andrew Cuomo, para con los expertos en salud pública de su Administración raya, según estos, en el desprecio. El desdén o el ninguneo explicarían que desde finales del verano nueve altos funcionarios del departamento de Sanidad estatal hayan presentado su dimisión, cuando la pandemia encadenaba oleadas y las críticas por la lentitud del proceso de vacunación se multiplican en el Estado que fue epicentro de la crisis en primavera. Su actitud, subrayan los críticos, recuerda el maltrato que Donald Trump mostró hacia el epidemiólogo más respetado del país, el doctor Anthony Fauci, por no hablar del negacionismo e incluso el obstruccionismo científico del republicano. Cuomo pertenece al Partido Demócrata y disfruta de su tercer mandato consecutivo.

En una información que publica este lunes el diario The New York Times se recogen los cargos de los dimisionarios, empezando por el vicenconsejero de Salud Pública y siguiendo por el responsable del comité de enfermedades contagiosas, además de varios subalternos, todos ellos técnicos. La renuncia en cadena de los especialistas se conoció inmediatamente después de unas gruesas declaraciones del italoamericano Cuomo: “Cuando digo ‘expertos’ entre comillas, parece que estoy diciendo que realmente no confío en los expertos. Porque así es”, dijo el viernes sobre las políticas públicas contra la pandemia en una conferencia de prensa que destapó el malestar existente.

Para contextualizar lo que algunos calificarían de alarde lenguaraz, cabe recordar que Cuomo mantiene sonadas diferencias de criterio con su correligionario Bill de Blasio, el alcalde también demócrata de Nueva York, muy evidentes en cuanto a la gestión de la pandemia -por ejemplo sobre el cierre de las escuelas o el de bares y restaurantes-, y que llevan incluso a usar dos gráficas distintas para el registro de los casos en el Ayuntamiento y el Estado. Cuomo tampoco es santo de la devoción del sector más progresista del partido, especialmente pujante en Albany, sede del Gobierno del Estado. Pero su animadversión hacia los expertos que evalúan la pandemia y prescriben cómo combatirla se ha desbordado y cinco empleados del departamento contactados por el diario le atribuyen solo a él la marejada de fondo, pues dicen sentirse marginados y tratados irrespetuosamente. Cuomo ha declarado la guerra a la burocracia sanitaria de la Administración que preside, subraya el artículo, y junto con sus colaboradores de confianza ha establecido un programa de vacunaciones que adoleció de importantes retrasos en su fase inicial.

El detonante del enfrentamiento fue la negativa de Cuomo a aceptar el plan de vacunación que el Estado había diseñado y concertado tiempo atrás con la Administración local, en beneficio de un modelo que hace recaer el peso de la distribución en grandes hospitales. Cuomo había venido repitiendo en las últimas semanas que no le quedaba más remedio que agarrar con mayor firmeza las riendas de la estrategia antipandémica, mientras atribuía a sus funcionarios ignorancia o desconocimiento en operaciones a gran escala como el proceso de vacunación. Todo ello, mientras se disparaban las quejas y la exasperación ciudadana. Lo cierto es que, pese a los retrasos iniciales, ahora Nueva York es el 20º en el listado de Estados que han administrado al menos una dosis a sus residentes.

El rifirrafe entre Cuomo y los especialistas sanitarios de su Administración no es sin embargo algo inédito, y los desencuentros entre técnicos y políticos se han venido repitiendo en otras muchas partes del país durante el año de pandemia. El descontento con las políticas -y el mal ejemplo- de Trump ha sido notorio entre los especialistas que trabajan en el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, en sus siglas inglesas). El alcalde De Blasio forzó en verano la salida del responsable de Salud Pública del Ayuntamiento, y en todo el país se cuentan por decenas los expertos que han renunciado o han sido despedidos por los responsables políticos de turno, como la directora de Salud Pública de California, uno de los Estados más golpeados por el coronavirus en EE UU.

En el caso de los funcionarios del Estado de Nueva York, las críticas hacia su jefe se dispararon al constatar cómo Cuomo anunciaba en conferencias de prensa -comparecencias a las que es adicto- cambios sustanciales en el programa de actuación contra el coronavirus, sin consultarles ni avisarles previamente y exigiendo después del anuncio que los expertos ajustasen el plan a sus decisiones.

El último anuncio de Cuomo ha sido este lunes una campaña de publicidad para vencer las reticencias ante la vacuna de la población afroamericana del Estado, uno de los colectivos más golpeados por el virus. La ratio de inmunización de los neoyorquinos negros -incluso de los que son sanitarios- va sensiblemente a la zaga de la del resto de la población, y el objetivo de la campaña es, según el gobernador, garantizarles que no tienen nada que temer y que la vacuna es el único medio de evitar contagios y salvar vidas.

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