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Los ángeles blancos que arriesgan su vida para salvar a los infectados por el coronavirus

Miles de trabajadores sanitarios trabajan sin descanso y con escasos medioa en los hospitales de Wuhan

En foto, decenas de personas en un pasillo del hospital de la Cruz Roja de Wuhan. En vídeo, las claves del coronavirus.Vídeo: AFP / EPV

Los han bautizado como baise tianshi: ángeles blancos. El color se lo dan los trajes de plástico que les cubren de cabeza a pies. La condición celestial, la voluntariedad con la que ponen en riesgo sus vidas. Si fuera una jornada ordinaria, los trabajadores sanitarios de Wuhan estarían ahora en sus casas, siguiendo la costumbre de celebrar en familia el estreno del año lunar. Pero es el tercer día de cuarentena en la ciudad y el coronavirus 2019-nCoV ha rebasado de nuevo el control de las autoridades. Los datos oficiales en China ya alcanzan 56 muertos y 1.700 infectados. Esta última cifra se ha doblado desde el sábado y pronto podría hacerlo otra vez, ya que más de 2.000 casos sospechosos aguardan pendientes de confirmación. Mientras tanto, las horas pasan y los ángeles blancos siguen prestando cuidados en primera línea, peleando contra el brote sin un momento de descanso y con medios cada vez más escasos. Ellos son los héroes de esta historia.

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La responsabilidad, el cansancio, el miedo: todos son enormes. Aunque parezcan ángeles, son personas, y como tales a veces se rompen. Los derrumbamientos emocionales del personal sanitario de los hospitales de Wuhan han sacudido las redes sociales chinas, suscitando tanto pesar como admiración. En un vídeo, una enfermera llora a voz en grito. “Si descansamos nos tratan como traidores, solo la muerte nos espera aquí”, se lamenta. Otro muestra tres cadáveres en un pasillo abarrotado que nadie tiene tiempo de retirar. El fallecimiento esta mañana de Liang Wudong, médico de 62 años infectado mientras atendía a los enfermos, es buena muestra del riesgo que entraña el operativo y el sacrificio de aquellos que lo ejecutan.

En el distrito de Qiaokou, cerca del centro, se sitúan dos de los hospitales que más infectados acogen: el Tongji y el Wuhan Union. Allí las medidas de seguridad son más laxas que en el principal centro médico de la ciudad, el Jinyintian, cuyos accesos están protegidos por fuerzas de seguridad y lo que sucede en su interior oculto en el mayor de los secretismos. En el Tongji, en cambio, desde el otro lado del cristal puede verse un par de ángeles blancos moviéndose a toda velocidad entre un grupo de pacientes, en su mayoría ancianos y conectados a goteros. Es el vestíbulo, ni siquiera la sala de espera, y no hay ni una sola silla libre.

En el Wuhan Union las puertas están abiertas de par en par. Cuando dos trabajadores sanitarios entran cargando con una botella de oxígeno, una voz en la calle exclama “jiayou”, una expresión de ánimo. Aquí dentro los médicos atienden a los parientes de los infectados. Durante dos horas al día, el hospital permite que acudan a consultar el estado de salud de sus seres queridos, con quien no tienen ningún modo de mantener el contacto, y a llevarles regalos y comida. Alrededor del mostrador se acumulan familiares disparando preguntas, sobre él bolsas de plástico cargadas de frutas. Al otro lado, una enfermera que no da abasto.

Allí aparecen, por increíble que parezca en una ciudad de 11 millones de habitantes en la que todo el mundo se cubre medio rostro, unas facciones conocidas. Se trata de Zhang Wenzhen, la mujer que esperaba en la puerta del hospital Jinyintian, buscando desesperada noticias de su madre, a quien habían internado después de que sus análisis confirmaran la infección. “No he conseguido saber nada de ella todavía, solo sé que sigue allí”, se lamenta. “Hoy he venido aquí porque mi hermana mayor ha sido identificada como un caso sospechoso. Le están haciendo pruebas, y si da positivo la pondrán en aislamiento”. Sigue sin estar preocupada por su propia salud tras la exposición al virus, “mi hermana no vive con nosotros y yo me encuentro bien”, aclara entre toses.

Una ciudad aún más bloqueada

Las autoridades han anunciado este domingo que a partir de medianoche –cinco de la tarde, según hora española– quedará prohibido circular por las calles en vehículos particulares. Tampoco las gasolineras permitirán repostar a vehículos con matrícula local. De este modo, el bloqueo de Wuhan será completo: una ciudad a la que no se puede entrar ni salir, y en cuyo interior no hay otro modo de desplazarse que a pie o en bicicleta, lo que limita mucho los movimientos en una población de 8.494 kilómetros cuadrados –el equivalente a 14 veces la superficie de Madrid–. Aunque, en el caso del señor Zhou, ni siquiera esta medida ha podido frenar su ímpetu.

Este residente de Wuhan vio la crisis venir. “Yo llené mis despensas en diciembre, con mucho arroz y mucha harina. También compré un centenar de mascarillas y varias botellas de alcohol médico”. Por eso, cuando esta semana la situación empeoró, “no entré en pánico”. Se limitó a confinarse en la soledad de su apartamento, de donde no ha salido desde el pasado miércoles 23, “tanto por mi salud como por la de los demás”. Pero algo ha cambiado. “Esta tarde, viendo en redes las cosas terribles que la gente escribía sobre nuestra ciudad, he sentido la obligación de salir a la calle y mostrar la auténtica realidad. Al final, todos vivimos en esta tierra juntos”. Para ilustrar su argumento, cita de memoria un verso del poeta clásico Cao Zhi: “Si las ramas y las judías salen de la misma raíz, ¿por qué las ramas se apuran por arder y cocinar las judías?”.

Por este motivo, el señor Zhou se ha pasado el día recorriendo Wuhan, grabando todo lo que sucedía y mostrando cómo la población de la ciudad se esfuerza por doblegar al brote. En su paseo llegó a un hospital. “En cuanto entré los médicos notaron que no era un enfermo y que solo tenía curiosidad por saber cómo estaban las cosas. Me dijeron que no podía estar ahí y que no estaba permitido grabar. Supe que lo hacían para protegerme, así que me fui”. “Los trabajadores sanitarios están desamparados”, añade, “pero no tienen alternativa”. “He visto a doctores y enfermeras colapsar y desmayarse: toda persona tiene un límite”.

A esta hora, con la medianoche ya rebasada, el goteo de coches en que se había convertido la carretera se ha secado por completo. Es el final de un día en el que el brote ha ido a peor. Peor para el mundo. Peor para Wuhan. Peor para los ángeles blancos que, otra noche más, lucharán contra el virus en lugar de dormir mientras el número de víctimas sigue creciendo. Quizá una de ellas sea la madre de Zhang Wenzhen. O su hermana. O ella misma, que ha dejado de contestar al teléfono.

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