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La meditación entre rejas reduce las pastillas

Presos de la cárcel de Huelva toman menos ansiolíticos gracias a la práctica del ‘mindfulness’

Javier Martín-Arroyo
Sesión de mindfulness en la cárcel de Huelva, este miércoles.
Sesión de mindfulness en la cárcel de Huelva, este miércoles.PACO PUENTES

La cabeza de Salomón, brazos tatuados, pecho y hombros de culturista fornido, ha dado un vuelco tras década y media entre rejas: “Antes prefería estar con los leones, no tenía miedo y me peleaba cada dos días porque liberaba. Los chispazos en el gimnasio eran continuos. Me he comido 15 años de cárcel por robos y peleas, era muy impulsivo”. Dos talleres en la prisión de Huelva de mindfulness —psicoterapia también llamada atención plena— le han ayudado a respirar hondo antes de alzar los puños. “He encontrado la paz a los 42 años. El impulso y el mal rollo no me dejaban disfrutar de nada”, añade satisfecho.

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Ochenta reclusos voluntarios de este pequeño pueblo de 1.200 internos han seguido los últimos tres años seis talleres que buscan otro enfoque terapéutico para reducir el estrés y la ansiedad, tan habituales entre el chabolo y el patio. Al margen de sus testimonios, que alaban sin fisuras esta práctica, brillan los resultados clínicos. “Ha habido una reducción drástica de los fármacos para conciliar el sueño, consumen menos ansiolíticos y son más felices. Prevenir es siempre más económico que tratar”, detalla María Esther, subdirectora médica de la prisión onubense. A su lado, su paciente Antonio —que como todos pide omitir su apellido— ratifica el descenso de píldoras: “¡Antes tenía un bolsón de medicamentos y desde hace un año ninguno! Al verme encerrado, el psiquiatra me medicó con 20 pastillas al día, pero me di cuenta de que era un zombi con 40 años (…) Ser hombre no es terminar una pelea, sino evadirla”, ilustra.

La atención plena es una técnica para centrarse en el momento presente y aceptar lo que ocurre sin juzgarlo. Aplicada a la salud mental, es una psicoterapia basada en el diálogo que a veces se trufa con ejercicios de yoga y meditación. La práctica del mindfulness nació en EE UU hace tres décadas y se ha disparado en España en los últimos años. Se imparte en empresas que quieren mejorar el rendimiento y la satisfacción laboral de sus empleados, pero sobre todo en colegios y hospitales, ya que los estudios reflejan beneficios para pacientes que padecen depresiones graves, oncológicos, y con dolor crónico o ansiedad.

El pasado miércoles 20 hombres y una mujer se reunieron en el patio de la cárcel de Huelva, junto al corral donde cantaban los gallos, con frío pero bajo un sol intenso, para despedir el último taller de 2019. Enumeraban los cambios en sus aceleradas rutinas mentales, y cómo el curso les ha animado a abrazarse y romper el código interno de mantener cierta distancia física en los módulos. “Es importante valorarnos a nosotros mismos y volver a querernos”, dice uno de ellos. “Antes me bebía la coca-cola de un buche, ahora la saboreo y me sé tranquilizar, y empatizo con la gente. Al estar tanto tiempo encerrado, la cuerda está floja, tenemos un día malo y buscamos la excusa para saltar”, menciona otro. “Esto nos ha cambiado para no ser tan agresivos y pensar las cosas, ha habido un principio y un final”, remacha un tercero.

Las cárceles españolas empiezan poco a poco a tantear alternativas al abordaje tradicional para mejorar la salud mental de los internos y reducir su tendencia a la desesperación, al suicidio y a la violencia. Un tercio de los casi 60.000 reclusos reinciden tras salir en libertad, según Instituciones Penitenciarias. Y mientras aumenta el coste económico y social, los recortes se ceban con la sanidad en las cárceles. La de Huelva es un buen ejemplo, y en el último lustro los médicos de la prisión han pasado de nueve a solo cinco, que atienden como pueden “y a costa de su salud y esfuerzo”, según subraya María Esther, a sus 1.200 reclusos.

“El ámbito de las prisiones es especialmente interesante para la reeducación y para devolverles la dignidad porque carecen de proyecto de vida. Es espectacular cómo el mindfulness disminuye el estrés y cómo dejan de rumiar sobre el pasado o el futuro. Estar siempre pensando es un desastre”, recuerda Javier García Campayo, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Zaragoza. Una clave es cómo los reclusos identifican el estrés mediante sensaciones fisiológicas, más fáciles de detectar que los pensamientos.

La Organización Médica Colegial (OMC) evita pronunciarse sobre el mindfulness al no haberla evaluado con estudios propios, al igual que el Ministerio de Sanidad, que no la ha incluido en su lista de 138 técnicas para analizar en el Plan de Protección de la Salud frente a las Pseudoterapias, a pesar de que voces críticas han llamado la atención por efectos adversos en algunos pacientes. Universidades como Harvard, Oxford o Cambridge poseen institutos dedicados a la investigación de esta psicoterapia.

Mindfulness es una habilidad natural de la mente con mucha y muy seria investigación detrás. No es una panacea, pero sí una práctica muy establecida para ansiedad y depresión”, defiende Beatriz Rodríguez, jefa de sección de Psiquiatría del Hospital La Paz —centro que instauró la práctica en 2009— y directora del máster de mindfulness en la Universidad Autónoma de Madrid. Guillermo Myro, director del curso de experto para la intervención clínica y social del Colegio de Psicólogos de Madrid, abunda: “El paciente tiende a estar mucho en el pasado, vinculado a arrepentimientos, y en el futuro, que nos puede gobernar y nos arrastra. Genera escenarios que no han ocurrido pero que le estresan”.

Alejandro Moreno, extrabajador de banca durante 40 años, es el instructor voluntario y motor de estos talleres. “Mi hijo me dice resetea, apaga y enciende la cabeza, porque se satura de información y pensamientos y es un castigo hacia mí mismo. Vosotros tenéis algo con la justicia, pero también con vosotros mismos”, incidía durante el taller. El director de la prisión, Raúl Barba, matizaba: “Si queremos devolver otro tipo de internos a la calle, estos talleres son necesarios, porque el patio es lo peor”. Este invierno Moreno imparte el mismo taller a directivos de una empresa sevillana, con las mismas sesiones. “Solo cambio un poco el lenguaje”, asegura.

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Sobre la firma

Javier Martín-Arroyo
Es redactor especializado en temas sociales (medio ambiente, educación y sanidad). Comenzó en EL PAÍS en 2006 como corresponsal en Marbella y Granada, y más tarde en Sevilla cubrió información de tribunales. Antes trabajó en Cadena Ser y en la promoción cinematográfica. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y máster de EL PAÍS.

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