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¿Quién multa al allegado?

Los expertos ven razonable que haya un equilibrio entre las medidas coercitivas y la confianza en los ciudadanos ante situaciones que son casi imposibles de sancionar

Varias personas patinaban el sábado en la pista de hielo de Matadero, en Madrid.
Varias personas patinaban el sábado en la pista de hielo de Matadero, en Madrid.Víctor Lerena (EFE)
Pablo Linde

Cuando toda España estaba confinada en casa era muy difícil comprobar que alguien no daba dos vueltas a la manzana antes de entrar en el supermercado. Con los primeros paseos, nadie medía que quienes salían de sus viviendas no se alejasen más de un kilómetro de ellas. La línea que separaba el paseo del deporte era delgada. En la etapa de la pandemia que atravesamos ahora es imposible saber si en un domicilio se reúnen seis u ocho personas. Igual que en Navidades será complicado comprobar que quien cambia de comunidad autónoma lo hace para ver a un allegado o a un familiar, y no habrá policías registrando casa por casa para contar comensales ni burbujas. Durante toda la crisis sanitaria los españoles han sufrido decenas de restricciones: algunas se vigilan, otras se intenta, y buena parte de ellas descansan en la responsabilidad de los ciudadanos. Los Gobiernos les piden que hagan algo (o dejen de hacerlo) sin suficientes medios de coerción; algunos inevitablemente se las saltan, pero muchos cumplen.

Cuando el Gobierno impuso el estado de alarma a Madrid para cerrarlo perimetralmente, el pasado 9 de octubre, las autoridades reconocían fuera del micrófono que no se pondrían multas salvo casos flagrantes de desafío a la autoridad; los pocos controles que había eran anecdóticos para controlar movimientos de una ciudad en la que cada día entran y salen cientos de miles de personas a trabajar, algo que sí estaba autorizado. Durante los primeros días, que coincidieron con el puente del Pilar, la Policía y la Guardia Civil impusieron poco más de dos centenares de denuncias en una comunidad donde viven más de seis millones y medio de personas.

La mayoría de los expertos en salud pública consultados ven razonable que haya un equilibrio entre las medidas coercitivas y la confianza en los ciudadanos ante situaciones que son casi imposibles de sancionar. El problema, argumentan algunos, puede llegar cuando estas dos caras de la misma moneda generan ruido y mensajes contradictorios, algo que algunos piensan que puede estar sucediendo con el plan navideño: por un lado se pide a todos los españoles que se queden en casa, y por otro se flexibilizan las restricciones para aumentar las reuniones, reducir el toque de queda y moverse por todo el territorio con una justificación tan vaga como visitar a un allegado.

Sanidad apela al “sentido común”. “Todos sabemos lo que es un allegado”, respondía el ministro Salvador Illa el pasado miércoles cuando se le preguntaba la definición de este término en la presentación del plan para las Navidades. España no es el primer país que trata de regular los afectos. En Bélgica, las autoridades permitieron durante el único confinamiento que cada persona pudiera tener visitas de otra (dos en el caso de quienes vivían solos) para combatir la soledad; es lo que llamaron knuffelcontact, que se podría traducir como compañero de abrazos o de mimos. De nuevo, imposible de controlar.

Excepto Italia, que con una incidencia del virus que dobla a la española cerrará los municipios en las fechas más señaladas de las fiestas, los grandes países del entorno europeo seguirán una estrategia similar a la española. “Esta no puede ser una fiesta en soledad”, llegó a decir la canciller de Alemania, Angela Merkel, quien pidió “paciencia, solidaridad y disciplina” a sus ciudadanos. En los países asiáticos democráticos que mejor controlaron el virus no era tampoco raro que algunas medidas fueran simplemente recomendaciones a los ciudadanos, que cumplían a pies juntillas.

Pero la mentalidad occidental, y la española en particular, es muy distinta a la oriental. Un sondeo del CIS publicado el viernes mostraba que los ciudadanos no creen que se pueda confiar en que se cumplan voluntariamente las normas: casi ocho de cada diez aseguraban que son necesarias medidas impositivas como sanciones o multas y casi la mitad opinaba que es necesario endurecerlas.

Una multitud pasea por el mercadillo de Navidad de la plaza Mayor, en Madrid.
Una multitud pasea por el mercadillo de Navidad de la plaza Mayor, en Madrid.Andrea Comas

“Las administraciones públicas están construyendo y difundiendo un relato en el que la responsabilidad personal es absolutamente central en relación con las celebraciones de Navidad. En mi opinión, este relato está bien elaborado y está siendo bien difundido en tiempo y forma, pero está por ver su grado de efectividad; lo sabremos pasadas las fiestas”, explica Antoni Sanz, coordinador del proyecto PSY-COVID (impacto psicosocial de la pandemia de covid-19) de la Universidad Autónoma de Barcelona.

El mensaje que se lance y la comunicación, coinciden la mayoría de los expertos consultados, será fundamental para que cale en la ciudadanía que las Navidades tienen que ser distintas, más allá de las normas concretas o el conteo de comensales. Y no siempre se está haciendo bien. Ildefonso Hernández, catedrático de Salud Pública de la Universidad Miguel Hernández de Alicante, incide en que cuando se presenta un plan hay que explicitar bien la estrategia, qué se busca, por qué se toma una u otra medida. Es, en su opinión, la mejor forma para que los ciudadanos sigan las recomendaciones que reciben.

“Tiene lógica que se diga: ‘Quédense si pueden solos, no se reúnan con mucha gente, no hagan comidas ni juergas monstruosas’. Es un poco lío lo de los allegados, pero lo contrario sería decir que todos nos quedamos en casa solos, algo que la gente no toleraría. Ahora dependerá de la población encarar el final del invierno en las mejores condiciones”, señala el epidemiólogo Antoni Trilla. Sin embargo, para que surtan efecto las medidas de carácter individual ya adoptadas, que descansan en la conducta de cada uno, deben estar acompañadas de una potente campaña publicitaria que “seduzca a la población, especialmente a los jóvenes”, afirma Fernando García Benavides, catedrático de Salud Pública de la Universidad Pompeu Fabra.

El problema, en opinión de Pablo Santoro, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, es que la apelación a la responsabilidad individual no se hace de la forma que “podría ser positiva” —entendida como preocupación por la colectividad— refiriéndose a la autonomía, a la búsqueda de comportamientos éticos, a la mayoría de edad de la población, sino desde “una especie casi de abandono desde las instituciones” que, según Santoro, lleva a interpretarlo todo desde lo individual. “Esto implica también una lógica de culpabilización de la ciudadanía; si después de la Navidad suben los casos otra vez (como parece evidente que pasará), no me extrañaría que volviera otra vez todo el discurso que ya vimos en verano, de que los jóvenes son irresponsables, etcétera”. Este sociólogo cree que las normas y los mensajes están creando “una esquizofrenia colectiva”.

Responsabilidad y empatía

La magnitud de este rebrote que casi todos los epidemiólogos auguran —Estados Unidos batió su récord de casos diarios una semana después del día de Acción de Gracias— dependerá, al parecer de Sanz, de la efectividad del discurso que las autoridades han desarrollado. “Creo que, salvo excepciones, la gran mayoría de la población va a adoptar una posición de equilibrio entre la prevención por responsabilidad y empatía, por un lado, y la fatiga pandémica y la necesidad de mantener los rituales de las fiestas, por el otro. Hay algunas medidas de prevención que probablemente se van a seguir mayoritariamente de manera adecuada, pero otras que probablemente no”, señala.

Un factor diferencial de la Navidad con respecto a otras reuniones sociales es que habrá reuniones familiares con presencia a menudo de personas vulnerables. Esto, que conlleva un peligro evidente, puede ser también un factor que amortigüe el riesgo de contagios masivos, según Sanz. “En deferencia a esas personas (a petición suya o no) es probable que se adopten con mayor intensidad las medidas que, por extensión, van a beneficiar al conjunto de las reunidas. Es por ello que optar por un mensaje dirigido a la empatía y la responsabilidad, si bien no va a ser suficiente, probablemente va a surtir bastante efecto”, augura este psicólogo.

La posibilidad de cancelar la Navidad, a la italiana, nunca estuvo realmente sobre la mesa con una tendencia a la baja en la epidemia que suma más de un mes en el conjunto de España, pese a que todos los expertos en epidemiología saben que sería la mejor manera de contener el virus. Pero, como recuerda Andrea Burón, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública, la soledad en estas fiestas puede causar problemas en la salud mental, que “también es salud”. El equilibrio perfecto es difícil de encontrar. “No me gustaría tener que tomar la decisión”, resume el epidemiólogo Javier de Águila.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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