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Columna
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¿Cuánta mentira podemos soportar?

La falsa acusación de Trump de que le estaban robando las elecciones es la demostración de que la posverdad puede destruir la democracia

Milagros Pérez Oliva
El presidente Donald Trump se dirige a los ciudadanos el pasado 5 de noviembre, en la comparecencia que interrumpieron varios medios.
El presidente Donald Trump se dirige a los ciudadanos el pasado 5 de noviembre, en la comparecencia que interrumpieron varios medios.BRENDAN SMIALOWSKI (AFP)

¿Cuánta mentira puede soportar un sistema político? ¿Y el mediático? En una decisión insólita, varias de las principales cadenas de televisión de EE UU —ABC, CBS, NBC y los canales en castellano, Telemundo y Univisión— interrumpieron el jueves la comparecencia de Donald Trump mientras insistía en que le estaban robando la victoria para señalar que el presidente no decía la verdad. También Twitter etiquetó como engañoso el tuit en el que Trump lanzaba su colosal mentira de mal perdedor y Facebook cerró el viernes la cuenta Stop the steal (Parad el robo) abierta por partidarios de Trump, que en apenas dos días había alcanzado 320.000 seguidores. Crecía a razón de 100 cada 10 segundos y en los 36 mensajes que lanzaba por minuto no paraba de incitar a la violencia.

Tras cuatro años de locura, el vaso se había colmado. Aquella no era una falsedad más de un mentiroso compulsivo. Era la demostración de que la posverdad puede destruir la democracia. Y todos percibieron el abismo que eso representaba. Lo sorprendente es que la sociedad norteamericana haya encumbrado, a través de los mecanismos de la propia democracia, a un personaje como él y que después de cuatro años de mentiras, todavía le hayan votado 70 millones de personas. Y esta vez no puede decirse que votaran engañados. El diario The Washington Post había estimado que a finales de agosto sumaba 22.247 falsedades. Y mucho antes, durante la campaña de las primarias republicanas en las que fue nominado candidato por primera vez, el equipo de fact check de Politico le había cazado una mentira o una distorsión deliberada … ¡cada cinco minutos! En las presidenciales de 2016 ya era cada tres.

Trump ha mentido constantemente y sobre todo, incluido algo tan serio como la pandemia sin importarle que hubiera en juego cientos de miles de vidas. La ciencia política tendrá que aclarar las claves del apoyo popular a un personaje tan errático que actuaba como un antisistema desde dentro del sistema. Pero el periodismo también tendrá que reflexionar sobre su impotencia ante el avance de la posverdad. Descubrir la mentira no es suficiente. Los políticos que mienten saben que serán descubiertos inmediatamente. Pero no les importa. Saben que no serán penalizados por mentir siempre que sepan mantener la adhesión de sus seguidores. Si se permiten faltar a la verdad es porque presumen que, en un contexto de polarización extrema a la que ellos contribuyen con sus falsedades, no les importa que les mientan. Que prefieren escuchar lo que quieren oír antes que escuchar la verdad. Saben que lo que cuenta es la identificación emocional y esta no se consigue con la verdad, sino con un relato que les permita sentirse parte de algo, aunque ese relato dibuje una realidad alternativa que nada tenga que ver con los hechos. En ese terreno de extrema subjetividad, el periodismo de calidad, el que busca explicar la verdad, siempre sufre.

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