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“Nunca he sentido pánico a salir a la calle como ahora”

El síndrome de la cabaña, un miedo a abandonar el hogar, se manifiesta en algunas personas tras el largo confinamiento

Pilar Orgaz mira la tele en el salón de su casa en Madrid, de donde no ha salido pese al final del estado de alarma.
Pilar Orgaz mira la tele en el salón de su casa en Madrid, de donde no ha salido pese al final del estado de alarma.Andrea Comas

“He viajado por África, he visto gente muerta en la calle, he estado en Colombia con el zika y en Congo con el ébola, pero nunca he sentido pánico a salir a la calle como ahora”, dice David Martín, investigador de 48 años. Este granadino afincado en Madrid se confinó durante el estado de alarma pero sigue sin pisar la calle pese a que ya se han acabado todas las restricciones de movimiento. “Tengo pesadillas de manera recurrente que tienen que ver con enfermedades. No salgo a la calle más que para tirar la basura”, se lamenta. Los psicólogos denominan este fenómeno como el síndrome de la cabaña, un miedo a abandonar el hogar tras un largo periodo recluidos, y los perfiles de quienes lo padecen son muy variados e incluyen hombres y mujeres de todas las edades.

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The trauma left by Spain’s coronavirus lockdown: ‘I have never felt panic going outside until now’

“No es una patología ni un trastorno pero puede desencadenar uno”, aclara la psicóloga Laura Croas, experta en ingeniería emocional. “Es una consecuencia a una situación excepcional como en este caso ha sido el confinamiento”, continúa. Para las personas que han encontrado un espacio seguro y de confort en sus hogares, salir y realizar actividades cotidianas como visitar amigos, moverse en transporte público o pasear en lugares concurridos es misión imposible: “Genera los miedos de quien hace algo por primera vez”. Como las experiencias primerizas, Croas recomienda empezar poco a poco: dar pequeñas vueltas a la manzana, evitar horas puntas para no encontrarse con mucha gente y quedar en pequeños grupos puede ayudar a disminuir la sensación de agobio.

Este miedo a veces puede ir más allá. Según un reciente estudio de Sanitas, el 8% por ciento de los españoles cree que necesitará ayuda psicológica para recuperarse de las secuelas que les ha provocado el confinamiento por el coronavirus. El trabajo, realizado a través de entrevista a un millar de personas, muestra que el estado de alarma ha sido más duro emocionalmente para las mujeres, las personas jóvenes hasta 35 años, y aquellos que han necesitado ayuda psicológica en el pasado.

Sudor en las manos, ansiedad y mareos. Estos son los síntomas que siente Cristina cada vez que ha intentado salir de su casa. Hasta ahora no lo ha conseguido. “El confinamiento me ha cambiado. Solo el hecho de pensar en pisar la calle me da miedo”, reconoce la sevillana de 40 años que prefiere no dar su apellido. El pánico se le ha presentado hasta en pesadillas y desde hace tres semanas asiste a terapia por vía telemática para ponerle solución: “Ahora, con meditación y ejercicios de respiración, voy mejorando, pero creo que estaré confinada por más tiempo”. Victoria Cadarso, psicóloga experta en traumas, incide en la importancia de buscar ayuda: “Sucede lo mismo que con cualquier otra experiencia traumática. Una vez se entiende cuál es el origen, se puede manejar”. El pasado miércoles impartió un taller de gestión de miedos para más de 2.300 inscritos en todo el mundo: “Es una conducta muy frecuente. No existe un perfil claro de la gente afectada, depende en las experiencias de cada persona y en la capacidad de resiliencia”.

“Hasta que no haya vacuna, no salgo”

De hecho, Croas alerta de la notoria presencia del síndrome de la cabaña en jóvenes y adolescentes que han encontrado en los videojuegos y las videollamadas una vía de entretenimiento que sustituye a los encuentros físicos. Ángeles (nombre ficticio) no ha visto tampoco a sus amigos ni a sus padres. “Hasta que no haya vacuna no creo que salga. Quizá más adelante empiece a salir por espacios abiertos, pero no me veo yendo a cenar a un restaurante o entrando en una tienda”, señala. Esta joven de 27 años no ha dado todavía el paso de buscar ayuda psicológica, aunque se lo está planteando. “He tenido que salir tres veces para ir al médico y las tres veces me he puesto muy nerviosa. Tenía muchas ganas de llegar a casa”, explica. “Cuando nos dieron permiso para dar paseos intenté salir, pero vi muchísima gente, me agobié, y además me costaba mucho respirar con la mascarilla, así que no he podido salir más”, añade.

Ángeles (nombre ficticio), en su piso de Valencia.
Ángeles (nombre ficticio), en su piso de Valencia. Mònica Torres

Pero este síndrome no entiende de edades. Pilar Orgaz, jubilada de 67 años, no quiere salir de su piso en Villaverde. En tres meses solo se ha atrevido a hacerlo una vez para ir a la peluquería. Está convencida de que es, simplemente, porque no le apetece. “Echo de menos salir y ver a mis amigas, pero es más la precaución que las ganas de ir a la calle”, dice. Ni siquiera sale a pasear, hace ejercicio en una cinta de andar en casa. Su marido intenta convencerla de que vayan unos días a su apartamento en la playa, pero ella se resiste. “¿Y si vuelven a cerrar el país? La gente se junta demasiado, ya no tiene cuidado. Va a haber rebrotes seguro”, continúa.

Hay quien, como Daniel Vega, se ha reencontrado con su casa. Este ‘freelance’ en el sector audiovisual de 36 años no ha salido de su piso de Madrid ni una sola vez desde el 11 de marzo, tres días antes del estado de alarma. “He redescubierto mi casa. Antes tenía dos trabajos y no la disfrutaba. No tenía tiempo para pararme a leer un libro o jugar a la consola. Además, he descubierto el placer de cocinar y comer con calma”, señala. Su pareja sale a pasear al perro y las compras las hacen por Internet. “He tomado la decisión de no salir por respeto a mis amigos sanitarios. No tengo miedo, sino responsabilidad. Mucha gente es irresponsable y habrá rebrotes. No tendré problema en salir cuando las cosas se empiecen a tranquilizar”, apunta.

A la escritora María Zaragoza, en cambio, siempre le apetece estar en su hogar, por lo que esta situación no se le ha hecho difícil. “Suelo viajar mucho y siempre echo de menos mi casa. El parón del confinamiento me ha venido muy bien para corregir una novela. La gente a la que nos gusta estar en casa creo que lo hemos llevado mejor. Solo he salido a tirar la basura y al supermercado”, dice esta manchega de 37 años. Por ahora, ha optado seguir en casa en Castilleja de Guzmán (Sevilla) y no recuperar su vida social ni quedar con amigos. “Echo de menos ver a mi familia, antes viajaba una vez al mes a Campo de Criptana [Ciudad Real] para verlos. Pero no me apetece meterme en un tren con la mascarilla y sin distancia con otros viajeros”, señala.

El granadino David Martín ha tenido el mismo problema. “He comprado dos veces un billete para ir a visitar a mis padres a Granada y al final he tenido que anularlos porque no me veía capaz. Me da miedo contagiarlos”, explica. “Dejé de ver los informativos para ver si mi mentalidad cambiaba, pero no me ha dado resultado. El otro día vi que hay otros 200 contagiados y eso me vuelve a retraer”, continúa. Sigue esperando que pase algo que no sabe definir para volver a su vida de antes. “Espero que entonces pueda salir sin ningún problema”.

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