De La Habana a Gran Canaria con escala en el Samur Social de Madrid
Los servicios de urgencias del Ayuntamiento de la capital consiguen una habitación privada para una viajera de alto riesgo que se había quedado varada en el aeropuerto
Lo primero que hizo al aterrizar fue buscar un hueco en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas donde pasar las siguientes cuatro noches. Yanet Moreno llegaba de La Habana y, aunque su destino final era Gran Canaria, la reducción de vuelos durante la cuarentena la obligaba a esperar en Madrid hasta el martes para coger su siguiente avión. Pagar un hotel se salía de sus posibilidades económicas y compartir un hostal o albergue no era una opción dada su situación médica: sufre hipertensión, diabetes, problemas respiratorios a causa de un ictus y un cáncer de útero que también le ha provocado grandes pérdidas de sangre y anemia. “Tengo un poco de todo”, contaba el viernes en los asientos —próximos a un enchufe para la máquina de oxígeno con la que duerme— donde iba a pernoctar los próximos días. Ella es una de los primeros pasajeros internacionales obligados a cumplir una cuarentena de dos semanas hasta poder salir de casa como el resto de personas de esa provincia o zona sanitaria. Gracias a la acción del Samur Social, estos días podrá disfrutar de una habitación privada, comida y un alargador que acerca el aparato a la cama. “Soy una afortunada, estoy muy agradecida”, repite una y otra vez la cubana de 44 años.
Su hija, Yasmina Santana, de 21 años, y ella estaban visitando a la familia en La Habana desde el 13 de febrero. Intentaron volver varias veces “desde que explotó todo lo de la pandemia” y no lo consiguieron: “Me cancelaron un billete detrás del otro”, explicaba. Su hija llegará el domingo, en el único vuelo de repatriación fletado por el Ministerio de Asuntos Exteriores. A pesar de llevar 27 años en España, no tiene la nacionalidad. Solo un permiso de residencia. “El vuelo de la niña me costó 400 euros y el mío 450. Y aún no nos han hecho reembolso de los que perdimos”, explica en alusión a los billetes originales con fecha del 24 de abril y el 13 de mayo para Santana, cancelados por la crisis.
Sin alternativas, solo quedaba pedir ayuda. En el aeropuerto arrastró su maleta y la bolsa con su respirador de un punto de información a otro. Primero fue el puesto de Aena y luego la Policía. Ambos sin éxito. Iberia tampoco le permitía cambiar su vuelo al del domingo —el único disponible antes del martes— sin abonar una tarifa de 90 euros. La Guardia Civil tan solo le indicó la ubicación del centro médico “por si pasa cualquier cosa”. Cerca de tirar la toalla, lo intentó con el Samur Social del Ayuntamiento de Madrid. Una hora después de la llamada aparecieron Begoña y Víctor. “Por ser personal de alto riesgo vamos a intentar encontrarte hueco en la Unidad de Estancias Breves (UEB)”, le dijeron. Segundos después se alejaba a hacer las llamadas correspondientes.
Begoña seguía maquinando: “¿Nadie te podría prestar un poco de dinero para un hotel? Dada tu situación, es mejor que estés completamente sola y nosotros no tenemos ese servicio…”. La UEB es una unidad inaugurada hace tres años con 12 habitaciones que acogen durante un máximo de siete días —aunque suelen alargarse— a familias en situación vulnerable. Las habitaciones son compartidas. Estos días, aunque han intensificado las medidas de seguridad, no pueden permitirse reducir el aforo: “Nosotros ya no damos servicio solo para personas sin hogar, las crisis han traído a familias enteras. Este es un lugar pensado para ellos”, cuenta Begoña, “Y cada vez es más demandado”.
Es la hora de la medicación. Moreno ni siquiera recuerda bien a qué enfermedad corresponden las siete pastillas que traga una a una. “Estas dos para la tensión, esta para el hierro, esta es para el riñón…”, dice tras pensarlo mucho y cambiar alguna de las respuestas. Víctor vuelve sonriente al poco. “Hemos conseguido una plaza en una de las habitaciones”. La alegría se contagia. “Lo único que pasa es que vas a tener que compartir con otras dos madres y sus hijos”. Entonces el alivio se esfuma de los ojos de la cubana. Víctor se da cuenta y continúa: “Sé que no es perfecto pero vamos a intentar hacer lo posible para que se mantengan todas las medidas de seguridad y…”. “No, no”, interrumpe ella, “yo se lo agradezco pero no me puedo exponer. Aquí estoy cerca de las máquinas expendedoras y del baño. Y estos días hay mucha seguridad, estaré bien”. La lista de emergencias apremiaba a los trabajadores del Samur Social, quienes prometieron intentarlo una vez más y devolverle la llamada “si conseguían algo”.
Horas después cumplieron la promesa. Llamaron con buenas noticias. “Esto es mejor que un hotel”, explicaba Moreno por teléfono desde la habitación privada que le consiguió el Samur Social. Los servicios de urgencia del Ayuntamiento de Madrid reorganizaron a las familias de manera que Moreno no estuviera expuesta al riesgo de contagio por compartir cuarto. Su habitación con baño particular “es una suerte”, para la mujer que celebra la alternativa de pasar varios días en aquella silla del aeropuerto, que ya recuerda lejana. Tampoco hizo falta la ayuda de las dos personas que se pusieron en contacto con EL PAÍS con intención de ayudar. Una de ellas se ofrecía a pagar su estancia en un hotel y otra a ceder una segunda residencia. “Dales un abrazo de mi parte y diles que ya no hace falta”, dice emocionada Moreno al otro lado del teléfono. “Hay mucha gente buena, aún en estos momentos difíciles. Pero aquí me están tratando que ni en el mejor hotel”.
El menú “delicioso”, el meticuloso desinfectado de su habitación y la privacidad. Y sobre todo el trato de los trabajadores sociales. Eso es lo que agradece Moreno sin cesar. Su única preocupación ahora es dejar pasar el tiempo hasta llegar a su destino final: su casa en Gran Canaria. Allá le espera una cuarentena obligada que no suena nada mal.
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