Decir el dolor, contar el alivio
Jóvenes médicos que se han dejado la piel en esta crisis sanitaria ven ahora escrito su futuro bajo el rótulo de eventual
Jóvenes médicos en primera línea, en las UCI. Ante el dolor, alentando el alivio. Los llamamos héroes. En muchos casos ven cómo baja la intensidad del mal y también cómo se va alejando el calor con el que los agasajan. Porque, como otros sanitarios, de su edad o mayores, saben lo que es ser requeridos de urgencia y luego sometidos a la incertidumbre del desempleo.
Estos en concreto son intensivistas. Ahí se enfrentan al dolor a palo seco. Hay que aliviarlo, curarlo o decir el peor diagnóstico con la palabra exacta a la que le sigue el llanto. Inma Fernández, de Peraleda de la Mata, Cáceres, trabaja en el hospital Puerta de Hierro, de Madrid; Nacho Durbán, de Marbella, lo hace en el hospital de Montilla, Córdoba; y Jesús Barea, de Priego de Córdoba, se desempeña en el 12 de Octubre, de Madrid. Han visto precariedad e incertidumbre, se han dejado la piel, como dice Inma, pero el futuro de muchos de sus compañeros se escribe bajo el rótulo de eventual. Muchos han sido atraídos por la urgencia del mal, pero en junio el agasajo tiene fecha de caducidad.
La precariedad ha sido el tenor de este desafío, porque los hospitales tuvieron que improvisar, y el temor es que pase eso otra vez si el mal renueva su horrible dentadura. Inma cree que España se confió, “parecía que el mal estaba lejos”, hasta que “los pacientes llegaban a riadas”. Algunos gritaban, cuando sabían que eras de la UCI: “¡Por favor, sálvame, llévame contigo”. Las muertes ocurrían sin el amparo de la familia “y lo peor era el miedo de los pacientes”.
“Que hubieran muerto con ese miedo”, dice Inma, “es la peor sensación de todas”. Para ella “parece que han pasado años”; la angustia vivida mezcla el sueño con las pesadillas, “ahora soy incapaz de dejar de darle vueltas a este horror”. Nacho Durbán, como Inma, como Jesús, ha descubierto en este drama la importancia de la palabra, cómo comunicar dolor o esperanza. Hasta ahora, en los hospitales, los familiares acompañaban a los enfermos, “podías verles las caras mientras les contabas”. Pero ahora esa comunicación ha sido “marcada por la frialdad del teléfono, y ha habido que cuidar las palabras con mucho celo: nada quita la tragedia cuando comunicas el drama”.
Nacho pone de relieve “el trabajo en grupo” como factor positivo de esta tremenda experiencia, “el carácter empático de esta sociedad mediterránea”. En el lado opuesto sitúa la información falsa que afecta a los medios y a la propia ciencia. Nadie puede enseñar, dice Jesús, lo más difícil de lo que han hecho: comunicar a los familiares y a los pacientes lo que de veras ocurre con la salud que cuidan. “Se produce una sensación de sobrecogimiento, no tienes tiempo de pensar qué has de decir, porque estás viviendo algo extraño, grave, y muchas veces sin la certeza de que las cosas van a ir bien…”. El miedo de los pacientes es lo más difícil de manejar. “He visto a compañeros flaquear, como yo mismo, no siempre estás preparado para atajar el miedo que provoca esta incertidumbre”.
“La dosis de exposición que hemos tenido a pacientes de alto riesgo de morir ha sido brutal. Han sido semanas en las que la abundancia de muertes mermó nuestra capacidad de acompañamiento. Y eso es de lo más terrible que me queda en la cabeza”. Inma tiene 36 años, Nacho tiene 39 y Jesús cuenta 33. La edad sigue ahí, pero el alma siente el impacto del estupor que viven por dentro. El alma grita.
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