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La crisis del coronavirus
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un poco menos de todo

El confinamiento nos ha hecho descubrir que podemos vivir con menos. Y de algunas cosas, con mucho menos. Pero no podemos vivir sin cuidados y sin afectos

Varias personas en el parque del Cerro del Tío Pío de Madrid el 3 de mayo
Varias personas en el parque del Cerro del Tío Pío de Madrid el 3 de mayoManu Fernandez (AP)
Milagros Pérez Oliva

Todavía no hemos logrado doblegar la pandemia y algunas voces ya nos advierten de que debemos prepararnos porque esta no será la última y puede que tampoco la peor. Un insignificante microorganismo nos ha obligado de repente a paralizarlo todo y la perspectiva de que eso se prolongue o pueda volver a ocurrir nos obliga a plantearnos algunas cuestiones. Por ejemplo: ¿por qué hemos de gastar tanto tiempo y tanta energía moviéndonos de un lado para otro? ¿Tiene sentido viajar a miles de kilómetros de distancia a pasar un fin de semana? ¿Es razonable que se publiquen 90.000 libros cada año solo en España? ¿Se editan porque son relevantes o para que la rueda no deje de girar? ¿Cuánta de la ropa que compramos es prescindible? ¿Debería darse la cédula de habitabilidad a viviendas en las que no entra luz ni sol? ¿Qué tamaño debería considerarse mínimo vital para una vivienda digna en tiempos de confinamiento?

Lo que hemos vivido estas últimas semanas de parálisis puede ser un buen termómetro para medir nuestra capacidad de resiliencia frente a las crisis que pueden venir. Y una ocasión para replantearnos un modo de vida que actúa como un gran remolino que lo engulle todo en una espiral de aceleración y crecimiento constantes. Hemos pasado de la lógica de producir para consumir a la de consumir para producir. Siempre más, siempre más rápido. Sin un momento de respiro. Con el pretexto de la eficiencia económica, la cultura del just in time, la de suministrar solo aquello que cada unidad de producción necesita en cada momento, ha hecho que los procesos productivos se fragilicen, y también las cadenas de subsistencia, porque todos dependemos de muchos otros para poder hacer algo. Hemos comprobado que aquello que resulta esencial para la vida, desde la producción de alimentos a los cuidados personales, es lo que menos cotiza en la escala de valor monetario.

El confinamiento nos ha hecho descubrir que podemos vivir con menos de todo. Y de algunas cosas, con mucho menos. Pero no podemos vivir sin cuidados y sin afectos. Muchos niños han sabido qué significa tener a los padres todo el día y muchos padres lo que se están perdiendo en esas jornadas laborales interminables y absorbentes. Que es temerario dejar a los mayores en residencias regidas por el ánimo de lucro. Hemos descubierto que en las ciudades puede haber silencio y aire limpio. Y que el tiempo puede estirarse plácidamente. Por supuesto que añoramos poder salir al aire libre, hacer las cosas que nos gustan y recuperar las relaciones personales. Pero, ¿no podríamos hacerlo todo de otro modo?

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